Toros

El mal fario de Urdiales, a prueba de cualquier encuesta

Si hay algo hoy en España predecible y previsible es que a Diego Urdiales no le embiste un toro ni por equivocación. ¿Le volverá a embestir un toro a Urdiales? Dan ganas de incluir la pregunta en una de esas encuestas del CIS o GAD3 entre cuando le preguntan a uno por su economía familiar o si está a favor de si España debe seguir siendo una monarquía parlamentaria.

‘Y ya para ir terminando, dígame, ¿cree usted que Diego Urdiales podrá ligar una serie de naturales en los próximos meses? Siempre, casi siempre, alguna vez, rara vez o nunca’. Nunca. Nunca sería la respuesta y la demoscopia volvería así a ganar adeptos y confianza entre la población. También se podría cuestionar si un toro de Francisco Galache durará en el ruedo más de tres minutos sin perder las manos. La respuesta sería idéntica: nunca. O muy pocas veces. Pues en esa horquilla de toros aptos para la lidia se escrutó la tarde en Santander, donde solo un astado medio se desplazó y persiguió los vuelos de la muleta de Daniel Luque. ¡Ay aquellos guirlaches que decían por su dulzor! Hoy andan con las almendras revenidas y el azúcar caducado…

Tarde desastrosa y corrida de comportamiento funesto. También sin presencia, salvada ésta únicamente por el pelaje berrendo. Los dos toros negros del encierro, tan parejos al resto, tan terciados y sueltos de carnes, pasaban más por utreros animales de cuatro años.
Recibió por delantales Urdiales a su primer enemigo, que parecía llegar al capote del riojano siempre un tanto vencido. Dio síntomas de flojedad el de Galache en los primeros tercios y, ya en la muleta, al segundo lance, el astado había perdido las manos en dos ocasiones. Siempre a la defensiva, cabeceando y sin terminar de pasar, Urdiales optó por abreviar con efectividad.

No consiguió el riojano terminar de fijar las embestidas del que hizo cuarto en el saludo a la verónica. De la media, el toro de Galache salió perdiendo las manos. También las perdería en el caballo y en banderillas. En la muleta, terminó directamente por echarse. Sonaron las palmas de tango y Urdiales a por la espada que se fue.

Vistoso fue el saludo de Luque a su segundo con el envés del capote. Muy informal resultó este toro de Galache, que unas veces embestía a arreones, otras se paraba, otras se quedaba en las zapatillas, otras acortaba los viajes y otras cabeceaba. Y todo sin un patrón uniforme. A base de consentirle y acortar las distancias, Luque consiguió pasajes meritorios. Dejó media estocada y con ella cualquier atisbo de premio.

Un trofeo conseguiría del quinto, el menos malo del sexteto. Acudía el toro de Galache con ese tranquito mexicano, esa humillación total y esa obediencia supercalifrástica que atenuaba cualquier impresión de riesgo. Fue entonces cuando entró la galerna del Cantábrico y aquellas tempestades y chaparrones llenaron de cierta épica la escena. Dejaba Luque la muleta siempre puesta, como a la espera de aquellos viajes del Galache que parecían desperezarse por arte de magia. Faena de técnica total.

Se alternaron las verónicas de Ortega con las pérdidas de manos del de Galache a modo de saludo en el tercero. Hubo un trincherazo, solo uno, que fue un cartel. Y ya, porque el toro se paró demasiado pronto. Para entonces, no aquello no era ninguna novedad.
Se volvió a repetir la historia en el sexto. La del escaso celo y la falta total de casta del toro, quiero decir. Sin atacar y de uno en uno, Ortega consiguió algún muletazo buen trazo. Quizás, demasiados pocos, porque muchos hubo que salieron tropezados. Se atascó con la espada y, cómo no, esté de Galache también perdió las manos. Lo dicho, el comportamiento de los toros de Galache fue hoy como para clavar un sondeo de manual.

Plaza de toros de Santander. Casi lleno en los tendidos.
Toros de Francisco Galache, terciados y de pésimo juego. Flojos e inválidos en conjunto. El menos malo fue el quinto-
Diego Urdiales, silencio en su lote.
Daniel Luque, saludos tras aviso y oreja tras aviso.
Juan Ortega, silencio y silencio tras aviso.

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