Agricultura

Las viñas que el agua se llevó

Un viñedo de Uruñuela arrasado por las tormentas.

La mañana de finales de junio ha salido fresca en Uruñuela, y en gran parte de La Rioja. Aire y temperaturas más livianas para que la humedad que todavía perdura en la tierra vaya evaporándose una semana después de la catástrofe. Juan Luis Martínez está en una de sus viñas despuntado los pámpanos, por fin. Ha tardado varios días en poder entrar con su tractor a los renques. “Hubo zonas en las que a los dos días de las tormentas, por raro que parezca, ya se podía entrar, sobre todo en las que están de camino a Cenicero, pero en la mayoría ha habido que esperar más tiempo y los agricultores ya estaban nerviosos por aplicar los tratamientos necesarios, despuntar y deshojar para que las cepas se aireen lo antes posible y no aparezcan focos fúngicos”.

Uruñuela fue uno de los puntos álgidos de las destructivas tormentas del pasado miércoles. La ‘zona cero’, como decretaron al área donde más intensas fueron las lluvias, incluyendo también a Huércanos, Fuenmayor y Cenicero. Pero Uruñuela se llevó más de cien litros repartidos en dos intensas trombas de agua que provocaron el desbordamiento del río Yalde y, a consecuencia, la inundación de todo un pueblo y de todas las viñas.

Juan Luis Martínez junto a su hijo deshojan y despuntan un viñedo de Uruñuela días después de las tormentas.

De un día para otro muchos caminos agrícolas desaparecieron mientras el agua alcanzaba las hojas de parra y los racimos. Aquel 21 de junio quedará grabado en la memoria de Juan Luis, que en sus 54 años “nunca había visto nada igual”. Ni él ni tampoco los vecinos más longevos del municipio. “Porque riadas e inundaciones ha habido siempre en este pueblo por estar al lado del río Yalde, pero como la que se vivió la semana pasada, con tanta cantidad y fuerza en tan poco tiempo, jamás”.

Porque ver las viñas con 60 o 70 centímetros de agua no es habitual entre los cigüeñeros. Ni tampoco ver cavas en las propias parcelas o cepas y postes arrancados por el agua, que también los ha habido aunque en menor medida. El granizo también golpeó algunos racimos, “pero ni para dar parte al seguro”. Aquí lo que hizo daño fue el agua, pero las inundaciones no tienen póliza alguna que las cubra, así que toca armarse de valor y sacar adelante las parcelas.

Impotencia, tristeza, “incluso alguna lágrima también” fue lo que sintió este viticultor al ver todo anegado, pero asegura que tan pronto llegó a las viñas, a los cinco minutos ya estaba pensando en las soluciones para arreglar el desastre. “Es parte de la idiosincrasia del agricultor. Ver un problema y pensar cómo solventarlo. Al final el campo es lo que nos gusta y lo que sabemos trabajar, así que comienzas a recorrer las viñas y a valorar las actuaciones, lo que tienes que reparar y demás, como los baches rellenados con piedras por iniciativa propia de los propios agricultores”, apunta.

Un viñedo de Uruñuela arrasado por las tormentas.

Junto a su hijo, Juan Luis cultiva unas 70 hectáreas de viña, así que ahora tienen por delante un arduo trabajo sobre el tractor. En pocos días han pasado del agua al fango y los socavones en caminos, hasta llegar ahora al barro que, en el mejor de los casos, ya solo queda rastro en las hojas: “Pero esto no favorece nada a la sanidad de la planta porque no respira igual y se queda apelmazada. El agua ha estado días estancada porque la tierra era incapaz de absorber todo tras los episodios de tormentas previos que venimos afrontando y que dejaron el suelo muy duro, más si cabe después de las inundaciones del miércoles, por lo que se ha estado sacando agua mediante cavas”.

Todo con la máxima premura que se podía para evitar que afloren los hongos como el mildiu. “Si estas tormentas llegan a caer 20 días después, el daño en el viñedo hubiera sido mucho mayor porque la uva ya estaría enverando y habría riesgo también de botrytis. Ahora lo único que hace falta es que vengan días frescos porque si los termómetros superan los 30 grados habrá riesgo fúngico”, asegura el viticultor de Uruñuela.

Insiste, además, que la calidad de la uva no se tiene por qué ver afectada tras estos siniestros meteorológicos siempre y cuando no vengan más tormentas y el manejo del agricultor sea el adecuado. “Y lo es con creces porque aquí la gente está muy profesionalizada para saber cómo actuar venga lo que venga”.

Juan Luis ha sido uno de los vecinos afortunados porque el agua no ha logrado entrar en su casa ni en su pabellón, “pero hay que ir a las casas de los amigos y verles la cara, porque ahí sí que te dan ganas de llorar”, asegura. El sentimiento que hay ahora en el pueblo “es como un silencio extraño que dice mucho porque es como que se quiere hablar del tema pero al mismo tiempo no”. Un calvario que muchos afrontan de puertas para adentro mientras la marca del agua a unas decenas de centímetros del suelo sigue dibujada en algunas fachadas.

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