CARTA AL DIRECTOR

‘Otro día más, otro día igual’

Son las siete de la mañana, como cada día suena el despertador, tienes que levantarte, pero no quieres volver a ese instituto. Te llama tu madre a desayunar, ya han pasado quince minutos, caminas hasta la cocina, cansado y sin ganas. Es el desayuno de siempre, un vaso de colacao con cereales.

Han pasado otros quince minutos, te vistes, coges la mochila que preparaste el día anterior y sales hacia el instituto. Tras caminar durante veinticinco minutos por fin llegas, quedan cinco minutos para que empiecen las clases, pero tú ya estás dentro.

Pronto suena el timbre y empiezan a entrar tus compañeros, no tardan ni un segundo empezar como todos los días. Las miradas pegadas en la nuca son constantes. Acaba la primera hora, en el primer cambio de clases empiezas a escuchar susurros, hoy no será un buen día, aunque el listón de los días buenos no está excesivamente alto.

Sales un momento de clase, necesitas ir al baño a lavarte la cara para recordarte, un día más, que no estás durmiendo, que la pesadilla es real. Cuando vuelves a entrar en clase aún no está el profesor, pero en la pizarra aparece en letras bien grandes “MARICÓN”.

Cuando pasa un minuto por fin llega el profesor, tu salvación, entra, ve la pizarra y no hace nada, lo ignora. Cuando se gira, comienza a borrarlo, como si fueran las notas de la anterior profesora.

Pasan las horas y las clases se van sucediendo con relativa tranquilidad, una tranquilidad en la que puedes notar mucha tensión. Finalmente, llega el recreo, recoges lo más rápido posible y sales de clase, has sido tan rápido que casi persigues al profesor. De pronto, ves cómo tus compañeros también salen de clase, pero van en otra dirección, puedes respirar tranquilo, hoy no pasará nada en el recreo.

Estás paseando solo, cuando ves por el rabillo del ojo que tres compañeros de tu clase vienen hacia tí, no se acercan muy deprisa, pero caminan más rápido que tú. Cuando se dan cuenta de que los has visto te dicen desde la distancia “Eh, tú, ven aquí” pero te niegas a hacerles caso y haces como que no los has escuchado. Te lo vuelven a repetir un par de veces, en un tono cada vez más agresivo. Después del último grito, ves cómo vienen corriendo en tu dirección, sin pensarlo dos veces, empiezas a huir, quién sabe lo que te puede pasar si te cogen. Pronto escuchas que uno de ellos, cada vez más cerca suelta “Cómo corre el puto gordo este”, quieres llorar, pararte, rendirte. Pero tu cuerpo no te lo va a permitir, hoy no.

Cada vez estás más cerca del edificio de clases, pero ellos cada vez están más cerca tuyo, casi te pueden tocar con la punta de los dedos. Al cabo de unos segundos más consigues entrar en el edificio, corres por los pasillos hacia tu clase, mientras varios profesores de guardia os recuerdan a gritos que por ahí no se puede correr y mucho mejor jugar al pilla-pilla. Llegas a tu clase, entras, cierras la puerta y pones el pestillo que tiene el pomo y, de repente, vuelve a sonar el timbre de clases.

Una vez termina el recreo, solo quedan dos horas más, el día estaba prácticamente terminado, solo quedaba aguantar un par de clases para poder salir de allí. Volvía a haber esa tranquilidad tensa en la clase, nunca conseguías calmarte.
Por fin pasaron las dos horas, habían terminado las clases por hoy y mañana sería otro día. Sales de clase comprobando si te sigue alguien, pero no, la vuelta a casa será tranquila esta vez.

Cuando llegas a casa ya son las tres de la tarde, la comida espera en la mesa y tu madre con ella, te pregunta que tal ha ido la mañana y como siempre, mientes, te inventas un día perfecto, lleno de buenos momentos, uno de esos días con los que sueñas a diario pero que nunca son.

Cuando terminas de comer, vas a tu habitación, tienes trabajos pendientes, pero una notificación te distrae, es el grupo de clase “mañana vamos a pillar al gordo maricón ese y le vamos a enseñar a ser un hombre de verdad”, ese es el único mensaje que recibirás en toda la tarde.

Cuando por fin te decides a pedir ayuda de nuevo, escuchas lo mismo de siempre “¿Y por qué no se la devuelves? ¡Defiéndete!” Te sientes culpable por no atreverte, sientes que no vales para nada y que, probablemente, el mundo sería un lugar mejor si tú no hubieras nacido.

Llevas toda la tarde en la habitación, haciendo trabajos y releyendo ese mensaje cinco mil veces, torturándote con el, no puedes dejar de mirarlo sin pensar “Que hubiera pasado si me hubieran alcanzado”.

Ya son las nueve, ha pasado otra tarde y otro día más, en casa, tu padre te llama a cenar, no comentan nada de tu llamada de auxilio de esta tarde, nada de nada.

Llegan las diez de la noche, te vas a dormir, aunque te cuesta bastante porque no paras de darle vueltas a ese mensaje, no sabes qué pasará mañana, solo que será un día igual, similar o peor, pero que, en cualquier caso, te va a tocar huir y nadie te va a ayudar.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

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