La Rioja

Un pastoreo entre tres ríos

Manolo y parte de su rebaño a las puertas del corral en Cornago

Rodean las aguas del Alhama, el Linares y, más al norte, el Cidacos un territorio fronterizo que antaño se defendía de las conquistas desde su fortaleza y que ahora se defiende de la desaparición de su fuente de riqueza: la ganadería. Llegó a haber en Cornago cerca de 30.000 cabezas de ganado en sus años más prósperos y buena cuenta dan de ello las decenas de corrales de piedra, ya derruidos, que se reparten alrededor del municipio por laderas y valles formando parte de un paisaje salvaje que se encargan de iluminar en los últimos meses del invierno los almendros en flor.

Ahora, sin embargo, apenas quedan unos 4.000 animales repartidos en tan solo tres rebaños de ovejas y uno de una veintena de cabras. Pastor desde los 9 años, Manolo ha vivido en su pueblo natal las distintas etapas de esta profesión “que hay que mamar para dedicarte a ella” y que cada año pierde más interesados. Ya ha cumplido los 56, pero bien recuerda su época de chaval en la que los rebaños de cabras de todos los vecinos recorrían las calles de Cornago, cuesta arriba, cuesta abajo, al mando de un cabrero que se encargaba de conducir a los animales por la mañana hasta la dula, como se llamaba a ese terreno comunal donde pastaban las cabras, para después regresar al pueblo y repartir cada animal a sus respectivos dueños.

“Mucho ha cambiado todo desde entonces. Cuando era niño, mi hermano y yo sacábamos las ovejas los fines de semana cuando no estábamos en la escuela para que mi padre pudiera ir al campo y fue cumplir los 14 y ya me despedí de los libros”, relata el pastor. Será por eso que se conoce una a una las 1.100 ovejas que lleva junto a su hermano, todas de la raza autóctona chamarita, “con esa lana fuerte y dura, unas ovejas no muy grandes pero de cara bonita”. Y conoce también los años que tienen solo con echar un rápido vistazo a su dentadura: “Se les dice primalas cuando tienen dos paletas, y esas tienen entre uno y dos años; andoscas cuando tienen cuatro paletas, que ya serían con cuatro años; trasandoscas aquellas que ya tienen seis paletas y que son las de cinco años, y cerradas o igualadas a las ovejas que ya tienen los ocho dientes, solo abajo, y tiene seis años. Lo habitual es que duren entre 8 y 9 años, pero aquí tengo una que igual tiene 15, ya sin dientes, y que está muy sana, porque a veces las enfermedades también les pueden entrar a las jóvenes”.

Su tío Jesús, a las puertas de la nave, amontona agachado el fiemo de las ovejas con un cepillo de una escoba y que usará luego para abonar luego la huerta. “Yo ya dejé las ovejas cuando me jubilé y ahora me entretengo en el huerto y no veas lo bien que nacen los pimientos, los tomates y las alubias”. Aunque a sus 86 años aún se acerca al corral para ayudar a los sobrinos a aviar al rebaño. Fue incluso uno de esos cabreros que conducían a los animales a las dulas en sus tiempos jóvenes.

Febrero y marzo, junto a mayo y diciembre como etapas controladas, es plena época de parideras, así que el trabajo aumenta en el corral. Mientras su hermano se encarga de las ovejas vacías, Manolo lleva las que están a punto de parir y las recién paridas, que suelen ser unas 300. La noche anterior habían parido tres ovejas y a primera hora de esta mañana ya había otras tantas también paridas, mientras que muchas continúan aún con la tripa hinchada colgando esperando su turno. “Por el momento no ha nacido ningún cordero muerto, pero procuro que paran en la nave, que están más seguras. Por eso las saco a diario porque el movimiento les hace bien para el parto, y sobre todo para que coman bien porque es en el monte donde se hacen fuertes. Lo mejor es que vengan ya saciadas porque si no se alimentan bien también pueden rechazar a sus corderos”, apunta mientras sostiene un cordero recién parido y busca a su madre para juntarlo a mamar.

Y ese afán por sacar al rebaño también le ha obligado a cambiar las rutas de pastoreo. La zona de Valsoriano, en las montañas limítrofes con tierras Castilla, era paso habitual de animales, pero ahora la maleza impide su tránsito. “Las aulagas crecen sin control y apenas se puede discurrir por una senda, pero es difícil para las ovejas, así que llevo al rebaño por los regadíos del pueblo. Lo que tendrían que hacer desde las administraciones es permitir desbrozar los montes, como hacían antes con quemas controladas, porque van a conseguir que se abandonen del todo”.

Aunque los montes ya no son lo que eran por la falta de lluvia, así que el alimento no abunda. Y a eso se suman unos costes disparados. “Si antes me costaba llenar el silo de nueve mil kilos unos 2.000 euros, ahora me cuesta 4.000. El precio del cordero no es malo, vendiéndolo ahora a 60 euros y en Navidad ha estado a 80 euros, pero no hay tanta rentabilidad. El año de la pandemia perdí en 100 corderos y 100 corderas que vendí hasta 3.000 euros porque me los pagaron a 35 euros, unos animales que tenían ya 17 y 18 kilos”. Él resiste, al menos durante los próximos ocho o diez años. “No sé hacer otra cosa y al menos ahora hay más facilidades para trabajar”. Pero asegura que forma parte de los últimos. Los últimos de Cornago, los últimos pastores, los últimos rebaños. “Aquí no va a venir nadie y es triste. ¿Qué carne vamos a comer entonces?”.

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