La Rioja

“Les damos una segunda oportunidad de vivir”

Ana Miguel Cacho acaba de volver de unas semanas de cooperación operando cataratas en Chad

Es uno de los países más pobres del mundo. Ocupa el puesto 73 de 78 en el Índice Global de Hambre. La esperanza de vida de sus habitantes es de 51 años, uno de cada siete niños muere antes de cumplir cinco, la mitad no va al colegio y es común el matrimonio infantil desde los 12 años. Pero este país centroafricano conquistó el corazón de Ana Miguel Cacho, una enfermera logroñesa que cada año acude con la ONG Ilumináfrica a dar un poquito de luz a las miradas de esos que, de otra forma, no podrían ver.

Su relación con el Chad es ya de esas que no son fáciles dejar a un lado. Llegó al país africano allá por 2018 y permaneció durante dos meses. Desde entonces ha vuelto cada año siempre que la pandemia lo ha permitido. Ahora acaba de llegar de una nueva expedición. Allí se ha encargado de un proyecto importante para los ciudadanos de la región:  poder ser intervenidos de operaciones de cataratas.

Con Édouard, el óptico de Bébédjia

Allí se alojan, ella y sus compañeros de viaje, en los mismos hospitales en los que trabajan. “Son dos centros privados, porque allí uno de los grandes problemas es que tanto la sanidad como la educación públicas están totalmente abandonadas y sólo a los colegios y hospitales de organizaciones eclesiásticas llegan fondos de fuera para mantener el trabajo que llevan a cabo. Algunas monjas son enfermeras y cirujanas y son unas auténticas todoterrenos que hacen una labor impresionante”, dice después de llevar dos semanas trabajando mañana y tarde.

En los últimos días Ana ha participado en dos expediciones. La primera en Bébédjia con la ONG Ilumináfrica donde se han operado 102 cataratas y la segunda en Dono Manga con Visió Sense Fronteres  e Ilumináfrica donde se operaron un total de 314 cataratas.

Pacientes operados con sus gafas

La labor que hacen es crucial para muchos de los ciudadanos. “Hay una necesidad importante de un servicio de oftalmología en todo el país porque allí existe la carrera de medicina pero no hay especialización, así que los que quieren ser oftalmólogos o se pegan a estas monjas y aprenden de ellas o se van a otros países a estudiar una formación reglada”.

El principal problema son las cataratas. “Se trata de una enfermedad evitable que permite que tras la intervención la persona pueda volver a ver”, cuenta. Algo importante en un país en el que se lucha por sobrevivir. “Allí cada día salen al campo a cosechar comida para sus familias o para venderla en mercados y comprar otros productos, es puro supervivencia cada día y si te falta la visión no puedes participar en esas labores, es una boca más que alimentar y una menos que trabaja”.

Con una de sus pacientes en la revisión del día siguiente de la operación

Así, ellos les dan una segunda oportunidad. “Si ya es complicado ser una persona invidente en España, imagina lo que es allí: tu vida se ha acabado. Incluso hay niños con cataratas congénitas que no han visto la luz del día desde que nacieron, los operas y estás en el momento en el que ven algo por primera vez, es maravilloso”.

Aunque Ana siempre ha tenido experiencias de cooperación (estuvo en la India en un programa de empoderamiento femenino y en el Nepal en un centro de rehabilitación infantil), África supuso para ella un amor a primera vista. Chad en su corazón. “Es un país que aporta mucho culturalmente y luego está lo reconfortante de nuestro trabajo porque no es un país turístico como Kenya, Sudráfica o Egipto. Es muy pobre y hay mucha miseria, pero mi primera experiencia fue buenísima y me hizo conectar con el país”, por lo que Chad ya es “mi segunda casa”.

Pacientes operados antes de realizar su revisión

Volver de allí supone siempre un pequeño reto. “Como enfermera ir a un país con unas carencias tan brutales y que mi trabajo sea proporcional al efecto positivo de la población es gratificante”. Ver tanta miseria no es fácil, pero “si no estuviésemos nosotros posiblemente no habría nadie que no hiciese”. Sus costumbres, su lenguaje, sus gentes le fascinan. “Te hace crecer como persona, abrir la mente, es un continente muy prejuzgado y tienen una cultura que nos puede aportar mucho”.

Además está el valorar lo que tenemos al volver. “Cuando estás en un baño lleno de arañas con un frontal para poder ver porque no hay luz y teniendo que llenar un cubo de agua para tirar de la cadena te das cuenta de que tenemos unos lujos de los que no somos conscientes”. Aunque reconoce que a lo bueno es más fácil volver a acostumbrarse. “¿Quién no quiere una ducha calentita y una comida rica?”. Su labor en Chad durante las últimas semanas le ha dado el beneficio de ganarse esa pequeña recompensa a su regreso.

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