La Rioja

“Un día estábamos de celebración y al día siguiente nos bombardearon”

Maksym y Liliia, refugiados ucranianos llegados a La Rioja desde la ciudad de Odesa

Dos días durmiendo en el garaje subterráneo dentro del coche, otros tres en Moldavia para continuar el viaje por Rumanía y cruzar Europa haciendo parada en Alemania, Francia y, finalmente, en España. Y de la frontera en Irún, dirección La Rioja. Un recorrido de 3.600 kilómetros en coche para encontrar, por fin, un nuevo hogar. Esa es la distancia que separa la ciudad de Odesa, en la costa ucraniana, de la localidad de Ábalos, donde un 8 de marzo llegaron Maksym y Liliia Tsybulko con su hijo de quince años, Vladyslav, y su gato después de abandonar su país natal, su casa, su familia.

Aquel 24 de febrero de 2022 se quedará grabado para siempre en sus recuerdos como el día en el que sus vidas comenzaron a tambalearse. El día en el que la Rusia de Vladimir Putin movió una ficha jamás esperada y desencadenó la ira. Todo lo que habían construido hasta ese momento quedó atrás por un instinto de supervivencia. Todo cambió en apenas 24 horas. “Un día estábamos de celebración y al día siguiente cayeron las primeras bombas, algunas a 300 metros de nuestro edificio. Nos estaban bombardeando sin saber por qué”, relata Maksym mientras muestra imágenes que todavía conserva en su móvil de aquellas primeras horas de la invasión. Apenas tardaron dos días en abandonar su casa y recuerda que no apagaron ni las luces al irse. “Huimos casi con lo puesto. Cogimos ropa de abrigo, las cosas del gato y alguna pertenencia. Y el coche fue nuestro hogar durante una semana”.

Maksym en el taller mecánico de San Vicente de la Sonsierra donde trabaja.

Cuenta todo esto desde un taller mecánico en San Vicente de la Sonsierra donde trabaja desde hace ya unos diez meses. Le acompaña su mujer Liliia para la entrevista antes de que comience su turno en un restaurante de Elciego, donde encontró trabajo a los tres meses de asentarse en Ábalos. Todo muy distinto al negocio que regentaban de una tienda ‘online’ en Odesa como autónomos, aunque Maksym ya contaba con una formación en mecánica. “Fue muy rápido encontrar trabajo gracias a José Luis, que nos ayudó en todo momento desde que llegamos al pueblo con los papeles, la casa, el colegio del hijo. Cualquier problema que teníamos, a José Luis. Él se ha preocupado por todos los refugiados que llegamos a Ábalos”, agradece Liliia con una sonrisa refiriéndose al teniente alcalde del municipio.

Porque fueron más ucranianos los que un día pisaron las calles de la villa a los pies de la Sonsierra. En concreto, cuatro familias que se alojaron en unos apartamentos del municipio, pero que al cabo de los meses se fueron realojando en otras comunidades autónomas. Unos para Valencia, otros para Castellón y los demás a Alemania. Solo Maksym, Liliia, Vladyslav y el gato quedan ahora como únicos residentes desplazados en el pueblo y con un permiso de protección temporal vigente hasta marzo de 2024.

El idioma para ambos todavía es un problema. Mientras su hijo ya ha logrado colarse en las clases donde se habla en todo momento castellano, sus padres tiran del traductor ‘online’ en algunas ocasiones para relatar cómo viven el día a día de la guerra mientras sus familiares siguen en un país que se levanta y se acuesta con el ensordecedor ruido de las bombas desde hace un año. Maksym y Liliia ya están lejos de las trincheras, pero el hermano y el padre de esta visten de verde militar y portan armas.

A la pregunta de cómo lleva esta situación, inmediatamente sus ojos se humedecen y las palabras se atascan. “Ellos no son soldados”. Su padre tiene 59 años, así que solo por uno no ha podido librarse de servir en el ejército, porque es obligatorio para todos los hombres de entre 18 y 60 años. Maksym pudo librarse porque salió del país antes de que se estableciera la norma, la misma que le ha impedido volver a la que fue su casa ni siquiera para visitar a su familia: “Si vuelvo, no podré salir porque tendré que unirme a la lucha”.

Liliia sí ha podido viajar a Odesa en alguna ocasión, pero asegura que “el país no es nada seguro, con cortes de luz continuos y aquí al menos estamos tranquilos, muy tranquilos, con muy buena acogida entre los vecinos”. Una tranquilidad que se rompe, sin embargo, cuando se conectan a las redes sociales o chatean con conocidos y familiares que viven en el país invadido, “aunque solo durante las dos o tres horas al día que hay electricidad”.

“Todo es una locura, lo que ha hecho Putin es una locura. Ha destruido edificios con niños dentro y amigos nuestros han muerto. Ahora en Ucrania todo es guerra y tristeza, mucha tristeza”. Tristeza a un lado de la frontera y manipulación al otro, porque Liliia asegura que las conversaciones con sus tíos, que residen en Rusia junto a más familiares, se limitan a un simple “qué tal” como si fuera en las calles ya no hubiera tanques ni muertes. “Apenas quieren hablar, ni mucho menos de política. Lo que ven en la tele rusa se lo creen y apoyan la política de Putin”, aseguran con caras de resignación.

La guerra que les ha arrebatado sus vidas continúa y a miles de kilómetros de distancia los recuerdos no se borran, pero lamentan que no se atisbe ni siquiera un indicio de que la invasión pueda cesar. “El presidente Zelenski está haciendo mucho por el país y Europa también está ayudando, pero esto va a durar tiempo porque ahora nuestra moneda se ha devaluado mucho. España ha sido el primer país que nos han sellado en nuestros pasaportes. Hasta entonces nunca habíamos salido de Ucrania, y ahora es nuestro hogar. No sabemos hasta cuándo nos quedaremos aquí ni si algún día volveremos a nuestro país, a nuestra casa. Sí nos gustaría, pero ahora Ucrania está destrozada y no solo por los edificios bombardeados que tardarán años en reconstruir”.

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