La Rioja

Un profesora muy particular: “He tenido que esconder mi escleroris para trabajar”

Loli Prieto es pura energía, el buenrollismo hecho persona, pero, sobre todo, un ejemplo de cómo, con los palos que te da la vida, el que quiere puede reinventarse y salir adelante aún cuando la esclerosis múltiple se apodera de ti.

Todo comenzó en un viaje que hizo con su hijo Álex a Disney World. Loli recuerda el momento preciso en el que comenzó todo. Fue exactamente delante del Castillo de La Bella Durmiente que todos tenemos en la cabeza. Sus pies empezaron a acolcharse. “La sensación era muy rara. Sentía que no podía pisar, era todo muy irreal”. En menos de un día, ese cosquilleo subió hasta las rodillas, y para cuando volvió a España, ya estaba por debajo del cuello.

El primer diagnóstico fue ‘síndrome del vuelo’, lo que actualmente se conoce como ‘jet lag’. Loli no se lo podía creer. “Tenía muchísimo dolor, no podía dormir y prácticamente estaba inmóvil”. Afortunadamente se cruzó en su camino Pedro, un médico de Urgencias que “salió de detrás de su mesa, me agarró las manos y me dijo: ‘Loli, tienes esclerosis múltiple’. Vi su cara e inmediatamente le dije que si había que operar me lo dijera para organizarme con mi hijo”. Las palabras que sonaron a continuación retumbaron por mucho tiempo en la cabeza de Loli. “No tiene cura”. En ese momento Loli tenía 36 años, y su hijo Álex, 8.

A partir de aquí llegaron las largas horas de hospital. “Una amiga me trajo una tablet y yo no hacía nada más que buscar información sobre la esclerosis. Por aquel entonces, esta enfermedad se trataba con reposo absoluto, pero mi lógica me decía que yo podía moverme. Muscularmente no me ocurría nada, todo era fruto de una información errónea que mandaba el cerebro y yo no pensaba darle la razón”. Loli se tiraba de la cama y daba vueltas por el suelo. “Me propuse bajar a la calle, y lo hice. Lo malo fue cuando le di una calada a un cigarro y me desmayé”.

Pero su prioridad era Álex, solo pensaba en él, así que pidió el alta voluntaria -la emoción comienza a adueñarse de Loli, y su voz ya no suena como antes-. “Aquí comienza lo más duro”. El ver que ni siquiera podía ayudar a su hijo a vestirse dolía casi más que la propia enfermedad, que le causa mucho dolor sobre todo en las manos. “Es como si estuviera agarrando continuamente cristales rotos”.

Sus ahorros volaban con los diferentes tratamientos y otras vicisitudes de la vida, así que “me enrollaba la vía al brazo, me la tapaba con un pañuelo y me iba a peinar o limpiar para ganar algo de dinero. Todo, escondiendo por supuesto mi enfermedad”.

Loli había sido siempre amante del deporte, y años atrás había cursado estudios de masajes terapéuticos, reflexología, todo relacionado con el cuerpo y la mente. Buscó un sitio para entrenar y por medio de una chica que trabajaba en el Ayuntamiento comenzó a practicar pilates. “Veía que cuanto más ejercicio hacía, mejor me encontraba. Si tenía un brote, respiraba y bajaba a dar una vuelta a la manzana. El objetivo era no estar parada, no dejar de caminar, de moverme”. Un trabajo especialmente duro teniendo en cuenta que se quedó con un treinta por ciento de musculatura y 48 kilos.

“Es muy exigente estar diariamente machacándote, sobre todo al principio. Quieres tirar la toalla, pero todo es constancia. Entreno todos los días, absolutamente todos, y el fin de semana camino, aunque me duela”.

Una nueva vida

La fuerza que siempre le ha acompañado ayudó a Loli, hoy con 54 años, a sacarse el título de pilates. Así empezó a dar clases en varios sitios, eso sí, escondiendo lo de su esclerosis múltiple. Su mente, al igual que su cuerpo, no paraba, así que dio el paso y abrió su propio centro: Loli Prieto Pilates (calle Miguel Villanueva, 7, Logroño). En ese momento, fue libre para ‘gritar’ que estaba enferma.

No cabe duda de que hay que esforzarse mucho para llevar positivamente cualquier trastorno, ni qué decir tiene uno degenerativo, “pero gracias a la esclerosis soy lo que soy”. A día de hoy, y con los brotes y dolores permanentes, abre su centro cada día para ayudar a la gente con su cuerpo y mente.

“El centro se llama pilates porque algún nombre había que ponerle, pero trabajamos ejercicios hipopresivos, suelo pélvico, garuda… Parte de mi trabajo es saber emocionalmente cómo vienen los pacientes, porque hay dolores que no son físicos, sino emocionales. Puedes tener un dolor lumbar porque has tenido una bronca y no has sabido gestionar o porque has cogido 50 kilos y te has lesionado. Mi trabajo es ser consciente de que eso no lo tengo que tratar de igual manera”.

El secreto es fortalecerse de dentro hacia afuera, “básicamente lo que he hecho conmigo. Cuanta más musculatura interna tengas, más habrá fuera. Aquí no dejas de venir dos meses y te quedas con los brazos flácidos o el culo caído, porque potenciamos desde dentro”. Y lo mismo que se hace en el plano físico, lo lleva a cabo en el personal. De la misma forma que los pacientes acuden a Loli y se abren en canal, ella también lo hace. “Ellos me conocen, saben perfectamente cómo soy y si tengo un mal día, lo muestro. Para que la gente se abra, tienes que hacer lo propio”.

Todo muy positivo, sí, pero sin olvidarnos de que el tiempo pasa, pasan los años y la enfermedad sigue ahí. Por ello, Loli ha bajado el ritmo, -no mucho-, y ha dejado de trabajar 14 horas diarias. Sigue con sus clases individuales y en grupo pero, además, se ha puesto manos a la obra en las redes sociales. Facebook, Instagram y Youtube cuentan ya con vídeos casi diarios que Loli sube con diferentes ejercicios. El caso es no estarse quieta.

Y todo, tanto a través de una pantalla como en el cara a cara, con una sonrisa. “Hay que reírse, reírse mucho y eso intento en todas las clases”. Porque para sufrir, ya hay tiempo.

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