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La magia de los Reyes se pasea por Logroño en plenitud

La magia verdadera sí existe. No hablamos de sacar a un conejo de la chistera o de encontrar entre la baraja la carta firmada previamente por un voluntario. La magia de verdad vive y se alimenta del brillo de la mirada de un niño cada 5 de enero. En esos ojos empañados de ilusión reside el genunino instinto mágico, que con los años tal vez asume un rol latente, pero que nunca acaba por extinguirse.

Para cientos de niños logroñeses, esas miradas se han exhibido este jueves plenas por primera vez en sus vidas. No es que hasta la fecha no alimentaran la ilusión de amanecer al día siguiente con la casa llena de (merecidos, siempre merecidos) regalos. Es que en los tres últimos años la fantasía ha estado contenida a causa de la pandemia y este jueves se ha desatado sin freno.

Atrás quedan las mascarillas y la distancia social que obligaron a Melchor, Gaspar y Baltasar a tomar distancia con sus súbditos más fieles. Aquellas carreras tras el autobús que paseó a Sus Majestades de Oriente por las calles de la capital riojana son ya pasto de vagos recuerdos. Los Reyes Magos han vuelto a adueñarse de la ciudad, sembrando a cada metro del recorrido de la cabalgata esa ilusión imperecedera.

Música, luz y color

En su triunfal recibimiento por la ciudad, casi 800 logroñeses han conformado una comitiva que este año estrenaba recorrido, dejando atrás pasos ‘obligados’ como la calle San Antón. Con estricta puntualidad oriental, el cortejo se ha puesto en marcha a las siete de la tarde desde el Parque de La Cometa, rumbo a la Plaza del Ayuntamiento para adorar al niño Jesús del belén monumental.

Por el camino, otra novedad significativa. Los kilos de caramelos traídos desde Oriente para endulzarle el año a los niños logroñeses ya no se proyectan, sino que se han entregado en mano para prevenir posibles visitas edulcoradas al centro de salud.

De cualquier modo, la cabalgata de este año se recordará como la del reencuentro pleno con Melchor, Gaspar y Baltasar. Como el curso en el que se recuperó la rutina de que quien no madruga un 5 de enero se queda sin ver a los Reyes aterrizando en Las Gaunas. Una bendita rutina de la que hemos permanecido ajenos durante demasiado tiempo y que garantiza lo más importante: la preservación de un legado mágico que seguirá transfiriéndose de generación en generación.

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