La Rioja

De la silla de ruedas a terminar la marcha de Santa Engracia

Niña de buenas notas, perfeccionista, detallista y exigente consigo misma. Con los años, su madre se dio cuenta de que algo raro pasaba. Cansancio extremo, falta de energía, caída de pelo. “Los trastornos de conducta alimentaria no siempre se materializan en pérdida de peso alarmante”, explica Noemí Tejada. Lo sabe bien, no solo porque su caso no fue así; además, porque en la mayoría de las experiencias que conoció después, en su grupo de terapia, casi nunca había una señal tan evidente que pusiese a la familia sobre la pista de lo que estaba pasando.

Tenía entonces 18 años. Nadie pensaba que pudiese salir del bucle en el que había entrado. Ocho años después lo cuenta para intentar ayudar a la gente que se encuentra ahora en esa espiral en la que ella se sumió. “A esa edad fui diagnosticada, pero los problemas venían de mucho antes. Gracias a que mi madre se dio cuenta la cosa no fue a más; sabía que pasaba algo, que había un problema, pero no sabía el qué”, recuerda la joven, que reconoce que el camino hasta salir del infierno del trastorno alimenticio no ha sido fácil. “El primer paso es reconocer el problema, entender que hay una realidad y que hay que atajarla”, asegura.

Quince días hospitalizada fue el tiempo necesario para entrar en profundidad en el problema. Después: terapia, psicólogo, psiquiatra y darse cuenta de que  había que abordar la situación, ponerle freno e intentar salir de ella. “Cambias la forma de pensar, la tuya y la de los más cercanos, te das cuenta de la importancia de la salud mental de la que tanto se habla ahora y tan poco se hablaba hace unos años. Dejar de sentirte una loca por el simple hecho de acudir a un psicólogo de manera habitual”.

Casi cuando las cosas estaban a punto de normalizarse llegó un problema con su rodilla. “Había empezado a trabajar, a tener una vida más saludable…” y entonces apareció un nuevo traspiés en su vida. “Puede que no tenga nada que ver con el problema anterior, o quizás sí. Es posible que mis problemas con la alimentación afectasen a mis huesos”. La realidad fue que lo que parecía un simple esguince se convirtió en un problema mayor.  La operación llegó en marzo de 2020, el mismo día que se declaraba el estado de alarma.

No hubo posibilidad de rehabilitación inmediata. Los servicios estaban todos cerrados a cal y canto. La intentó hacer sola en su casa, en su pequeña terracita, con la ayuda de su padre. A los seis meses comenzó un proceso de recuperación con muy malas perspectivas iniciales. “Me dijeron que nunca podría volver a levantarme de una silla de ruedas”, recuerda. No quiso asumirlo, la opción fue superarlo y conseguir volver a andar. “Escuchar que me olvidase de hacer senderismo fue muy duro, posiblemente lo más duro”.

Trabajo duro, muchos dolores, pero también mucho apoyo familiar y de los amigos la hicieron sentirse con más fuerza que nunca, con más seguridad y con un objetivo en la mente: poder hacer algún día alguna una de esas rutas que vertebran los diferentes territorio riojanos.  “Me empeñé en que si volvía a andar iba a conocer la comunidad a través de las rutas que existen en casi todos los municipios”, cuenta.

Horas y horas de esfuerzo en el hospital y en su casa, fortaleza mental, miedo a una posible recaída y el firme objetivo de volver a ponerse de pie fueron claves para llegar al hoy: terminar una marcha de más de doce kilómetros en Santa Engracia. “Empecé por la de Los Palomares en Nalda y pienso seguir hasta conocer toda La Rioja a través de sus rutas”, asegura. Pisar el terreno cuando nadie apostaba porque pudiese hacerlo. Sin prisa, pero sin pausa. Dejando a la mayoría boquiabiertos y sirviendo como ejemplo para los que reciben noticias como las que ellas recibió.  “Hace ocho años me dijeron que no sobreviviría a la anorexia. Hace dos años y medio me quedé en silla de ruedas. Hoy he hecho la marcha de Santa Engracia y me siento muy orgullosa de mí misma”, escribía hace unos días en Twitter. Como para no hacerlo.

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