Toros

Urdiales se estrella con dos cinqueños imposibles de El Pilar

Y usted, ¿qué hizo la tarde de hace hoy justo cuatro años? ¿se acuerda? Toda conversación en los aledaños de Las Ventas, poco antes de las seis de la tarde, giraba en torno a aquella tarde de 2018. La de un 7 de octubre también, en el que el toreo de Diego Urdiales se hizo eterno y el torero pasó a convertirse en figura del toreo. Hubo quien repitió localidad (pese a los nuevos precios de las entradas), la mayoría fue a comer adonde lo hizo aquella vez y casi todos viajaron con la misma compañía de aquella tarde. La Tarde, entiéndase. Quien más quien menos trató de seguir los mismos pasos de ese 7O (‘siete-o’). Los toros de ‘El Pilar’, no. Y eran los que de verdad tenían que emular a los ya inmortalizados ‘Retama’ y ‘Hurón’, sobre todo
este último, de ’Fuente Ymbro’.

Pues nada. Del sexteto llegado de Salamanca, hubo dos que medio se dejaron, se medio emplearon y medio regalaron embestidas enclasadas, algo encastadas y con cierta transmisión y repetición. Fueron los únicos cuatreños del encierro. Pareció que ese año de más, a los toros de la familia Fraile les pesaba de lo lindo. Para colmo, a Urdiales fueron a parar dos de los toros viejos. A decir verdad, Urdiales lo hizo todo bien esta tarde en Madrid. Pero ante un lote tan deslucido, tan estéril, tan vacío y venido a menos, casi que da igual lo que se haga: el triunfo es imposible e inalcanzable.

Tan bien hizo las cosas ‘Pirri’ en la lidia de ‘Dulcero’, que cuando Urdiales lo muleteó al ralentí por el pitón derecho, nadie se acordaba ya de los respingos que dio el de ‘El Pilar’ en el caballo de picar. Los toques, los tiempos y los pasos perdidos por ‘Pirri’ en la brega fueron tan precisos que Urdiales se encontró con un toro de nula transmisión. Tiró de él Urdiales por el pitón derecho e hizo un esfuerzo enorme para robar algún natural, pero su enemigo no terminaba de pasar. Dejó una estocada casi entera.

Su primero salió suelto y distraído. Que echara siempre las manos por delante delató su falta de fuerza y empuje. Hubo una tanda por el pitón derecho encajada, de muy buen trazo y cierto ritmo. La prontitud era la única virtud de aquella embestida tan descompuesta, que, a veces, las menos, le dio por seguir las telas de Urdiales. Un buen natural, tan despacioso, tanajustado, con tanto aroma hubo. Solo uno. Nada más. Volvió Urdiales a la derecha a agotar lo que podía quedar, pero ya no quedaría nada más. Cobró una buena estocada.

De los dos cuatreños que embistieron, uno fue para Pablo Aguado, que lo toreó primorosamente a la verónica. Ofrecido el pecho, la cintura a compás y sin perder la rectitud. Ganado terreno y rematando en los medios con una media de cartel. Por verónicas también lo puso en suerte y quitó por delantales, cogido el capote tan cerquita de la esclavina. El inicio del trasteo, rodilla en tierra, culminado con un derechazo sublime fue otro canto a la grandeza. Pero debía haber alguien en el ‘siete’ con un multímetro de máxima precisión, que son los aparatos que se utilizan para hacer mediciones en obras, y empezó a recriminar la colocación del torero. Aquello medio descolocó a Aguado que, a medida que se cruzaba al pitón contrario, su trasteo perdía pulcritud, mando, profundidad y limpieza. La típica tarde que está en el filo y van los del ‘¡crúzate!’ y la terminan de empujar hacia el lado de la nada.

El sexto fue un toro sin recorrido ya de salida. También flojo y hasta se le pidió a Aguado que abreviara. Luego, echaría un rato con la espada.

Juan Ortega también bordó el toreo a la verónica en su primero. Tan cadencioso, tan templado. Con tanto gusto. Siempre tan con los vuelos del capote. El inicio de faena rodilla en tierra vino a ser un espejismo y el de ‘El Pilar’ empezó a no querer nada más allá de la mitad del muletazo. Tan poca clase por ambos pitones. Con la espada tampoco estuvo acertado.

¡Toro-Toro (plasplasplás)! Empezaron a gritar desde los tendidos cuando saltó a la arena el quinto. Claro que este tal ‘Jacobero’ no tenía ni la hondura ni la cara del primero, ni la alzada del tercero o el remate del cuarto. Tan estrechito de sienes, tan acapachadito, tan sueltito de carnes. Era el otro toro de cuatro años. Pero Ortega es de los pocos toreros que tiene el duende en sus muñecas, la clase en sus yemas y la majestuosidad del toreo en su figura, que cambió las protestas palmeadas por ‘ooooles’ y ‘bieeeeeeeeennnnnes’. El inicio de trasteo, a dos manos, fue sensacional, con la rodilla en tierra unas veces, el trincherazo rebosante de gracia y el molinete tan sevillano. Y así iba alternando Ortega lo mejor y lo peor. Que lo uno era el toreo en su máximo esplendor, siempre en los vuelos, con tanta naturalidad, tan vertical, tan despacioso. Lo peor llegaba por medio de enganchones que hacían a Ortega perder tantos pasos que hasta cambiaba de terrenos. Mató de estocada y se pidió con cierta timidez un trofeo. Ortega paseó una vuelta al ruedo y la sensación de no haber apretado todo lo que la tarde requería.

Plaza de toros de Las Ventas. Tres cuartos de entrada.

Toros de ‘El Pilar’ desiguales de presentación y deslucidos en conjunto, salvo los corridos en tercer y quinto lugar, que tuvieron clase y transmisión.

Diego Urdiales, silencio y silencio.

Juan Ortega, silencio tras aviso y vuelta.

Pablo Aguado, saludos y silencio tras aviso.

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