Hace un año por estas fechas Manolo andaba compaginando la campaña de recogida de cerezas, temprano por la mañana, con la espergura en la viña y la aplicación de tratamientos, también a sus frutales, cuando caía el sol. A todo trapo, con ayuda de su mujer y de algún que otro trabajador que conseguía contratar.
Agricultor de toda la vida, «como los de siempre, en el campo, mañana, tarde y noche». Nacido y criado en Rincón de Soto, jamás ha desatendido sus fincas. Pero este pasado invierno Manolo Gutiérrez desistió y arrancó la media hectárea de cerezos que tenía. Todavía mantiene los perales, ciruelos y algo de nectarina, pero no les augura mucho tiempo.
El motivo principal, asegura, es el problema para encontrar personal en campaña: «Desde hace dos o tres años esto va de mal en peor y cada vez es más difícil localizar mano de obra estable, gente que sepa recoger la cereza con la delicadeza y el cuidado que se necesitan. Gente, además, que no te ponga pegas porque no quiere que le des de alta en la seguridad social. El año pasado, por ejemplo, vino una pareja a coger cerezas y aguantaron una mañana. Se fueron a comer y luego volvieron a los dos días para cobrar. Pero yo ya había invertido tiempo en enseñarles a recoger».
Manolo asegura que han sido varias las personas que han llegado pidiéndole que no les dé de alta, o si no no vienen a recoger cerezas. «Y yo así no voy a trabajar porque no quiero problemas, así que acabábamos yendo mi mujer y yo a recoger. Y muchas horas durante un mes y medio porque tenía muchas variedades de diferente ciclo. Hasta que dije basta y tomamos la decisión de quitar los árboles, porque a mis 61 años ya no me hace falta trabajar tanto». Aunque a la vez reconoce que le dio rabia arrancarlos. «Daban muchas y muy buenas cerezas, pero eso era ya un sinvivir».
Acaba de llegar a casa después de una mañana regando los almendros que recién ha plantado en esa media hectárea donde antes crecían lustrosas sus cerezas y que se suman a las seis hectáreas que ya tenía: «Esto da menos trabajo, la recogida se hace con máquina y lo mejor es que no necesito a nadie para trabajarlos». Aunque el beneficio bruto sacado sea menor con la almendra que con la cereza (porque luego la fruta conlleva más costes), el descanso que le da este cultivo no tiene comparación: «Ahora vivo mucho más tranquilo».
Pero este veterano agricultor, socio de la SAT Valle de Rincón y de la Cooperativa Viñedos de Aldeanueva, no es el único que se ha deshecho de sus cerezos en el pueblo y es que se está viviendo un efecto dominó con los frutales en la zona, a excepción de los perales: «Llevamos más de diez años en los que venimos encadenando bajos precios campaña tras campaña. En las cerezas, había variedades que pagando la mano de obra salíamos ‘ten con ten’, sobre todo en fechas de mediados de junio, cuando hay cereza por todo los sitios. Hablo con gente de Alfaro y esta zona y también están quitando los frutales, quedándose solo con la viña, los almendros y el cereal. Solo aquello que se puede mecanizar».
Fomentando, por tanto, la pérdida de riqueza y patrimonio agrícola en el territorio. Manolo asegura que la pera es el único porvenir de la fruta en Rincón de Soto. «Aquí todo el mundo que se dedica a la fruta es con la pera por delante, y los jóvenes agricultores que se instalan, que son los menos, no barajan otras opciones de frutales. Al paso que va todo, con los costes del abono y el gasoil disparados y el precio del producto estancado, esto está condenado a desaparecer».
El problema ahora para los que vienen por detrás, opina, «es que cada vez se necesita más tierra para sacar el mismo dinero y eso, a menos que tu familia tenga terreno, es muy difícil adquirirlo. A mí mis padres me dejaron una hectárea y yo he comprado todo lo que tengo ahora, pero ahora eso es impensable. Antes se vivía con ocho o nueve hectáreas mientras que ahora necesitas 20 o 25. Así que entiendo que ya nadie se quede en el campo porque la gente quiere vivir y llevan otro ritmo. Ya nadie está de día y de noche en el campo. Bueno, sí, los de mi edad», ríe.
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