No corren buenos tiempos para la Atención Primaria. Aún así, los nuevos médicos que eligen esta especialidad reconocen que, una vez profundizan en ella, es imposible querer ser otro tipo de especialista. Su trabajo consiste en ver dónde otros ni intuyen. Son, como define Teresa Mayado, médico de familia del centro de salud de Cascajos, “la infantería de la medicina. Luego está el hospital, que es la caballería porque allí es donde tienen los tanques, los scanners…”.
“Lo bueno de nuestra especialidad es que de los cuatro años de MIR, más de dos los pasamos en el hospital, sabemos cómo trabajan y esto nos enseña a respetar su trabajo”, coinciden ella y Lucía, la MIR que tiene a su cargo. “Quizás lo que falta es que los especialistas de los hospitales pasasen algunos meses por aquí para que conociesen de primera mano lo que hacemos”, cuenta.
“Aquí tenemos las manos, la vista y la incertidumbre”, dicen. “Es lo peor de este trabajo que hay que saber manejar las posibles dudas, saber hasta dónde puedes llegar, ver hasta dónde llega la gravedad de la enfermedad… Lo bueno es que también conocemos mejor al paciente. No vemos solo su enfermedad y sabemos casi todo de ellos: dónde viven, qué familia tienen. Y eso es muy bueno, la confianza con el médico de familia es fundamental”, aseguran. La premisa de Tatia es que “a veces te dice mucho más el código postal que el código genético, te da mucha más información”. Y es que la medicina de familia trata a la persona de forma integral.
La situación de la Atención Primaria se ha complicado en los últimos años. “Lo es desde hace muchos años, pero se ha destapado más ahora y la gente se ha dado cuenta”, comentan. Aún así, aseguran que “hay que seguir con ilusión y tirar para adelante, porque tenemos la suerte de que a la inmensa mayoría le gusta lo que hace y que esta especialidad es de pura vocación”. Y coinciden en que “hay que transmitir a la gente joven la importancia de la Primaria, que debe estar donde se merece”.
