La Rioja

Trabajo, amistad y algún baile: la forma de sobrellevar ser refugiada

Trabajo, amistad y algún baile: la forma de sobrellevar ser refugiada

Llegar a la plaza de Abajo en Quel es ver que algo ha cambiado en los últimos meses en el municipio. Un montón de niñas rubias y de tez clara corretean en una pequeña plaza que preside una vaca de encierro. En uno de sus cuernos hay colgada una mochila de cole.

Allí se encuentra el albergue municipal ‘Casa de las Angelitas’ donde, desde hace dos meses, vive una comunidad ucraniana que llegó a España de mano de la oenegé Coopera. La forman dieciocho personas. Todas excepto un joven de 16 años son mujeres, de los 3 a los 89 años. Algunas de la zona de Odesa, otras de cerca de Mariúpol… si no fuese por la tragedia que les ha hecho llegar al municipio, sería lo más parecido a un Gran Hermano femenino e intergeneracional donde prácticamente ninguna se conocía y, en pocas semanas, ya todas forman parte de una gran familia.

Las une la devastación a la que está sometiendo Putin a su pueblo. Hay caras que entremezclan la resignación y la tristeza entre ella. Todas miran hacia el futuro con escepticismo. De vez en cuando las risas afloran pero miran a los que estos días se han convertido en sus acompañantes, los voluntarios, con una cara que refleja la imposibilidad de saber qué les deparará la vida dentro de unos meses, qué pasará con los seres queridos que han tenido que dejar en Ucrania o cómo irán aconteciendo los meses en una guerra que todas esperaban que no llegase nunca y que no se alargase tanto.

A Quel las trajo un autobús que les hizo librarse del horror de la guerra. Ya tienen toda su documentación en regla, los niños están escolarizados, sus tarjetas sanitarias en orden, incluso las adolescentes acudirán estos días con sus compañeros a la excursión de fin de curso. Además, que el pueblo se haya volcado con su situación les ha hecho poder tener su primer contrato de trabajo en la zona. Todas ya lo hacen en un empuje hacia adelante para no tener que depender única y exclusivamente de la solidaridad de sus vecinos. Lo hacen en sectores tradicionales de la región: el champiñón, la conserva y el calzado. Se muestran tremendamente agradecidas pero también cansadas. Pero, como dice Elena, con una sonrisa sarcástica, “¿se puede no trabajar?”.

Hace un mes el más joven del grupo encontró un primer empleo. “El chaval, que tiene 16 años, quería trabajar para colaborar con la situación familiar y con la bolsa de empleo que había formada en el municipio le encontramos un puesto de trabajo”, comenta Reneé, coordinadora de la oenegé para este grupo de Quel.

Ahora es el momento de empezar a buscar pisos para ellas. El convenio de la oenegé con el ayuntamiento para la utilización del albergue termina el 14 de junio. La idea es encontrar pisos para que cada núcleo familiar pueda independizarse; en el caso de no encontrarlos, desde Coopera esperan poder ampliar este acuerdo por algún mes más.

Allí ejercían de cocineras, algunas eran dependientas en tiendas, otras trabajaban en una empresa de electricidad, otras eran administrativas o personal de limpieza en hoteles, ahora empiezan a conocer el mundo de las fábricas riojanas y aunque agotadas se muestran decididas a poner todo su esfuerzo en sus empleos.

“Estamos muy arropadas, y aunque llevábamos meses sin trabajar y hay que coger ritmo no podemos hacer otra cosa que dar las gracias”, comenta una de ellas a través de la traductora que utilizan para cualquier tipo de trámite o problema que puede ir surgiendo. Desde las empresas que se han encargado de asumirlas como trabajadoras se les ha puesto una compañera ucraniana que conozca bien el castellano para facilitar las posibles complicaciones con el idioma. Todo son facilidades.

La idea es, de momento, enterrar el pasado y mirar hacia el futuro, sin perder de vista todo lo que sigue aconteciendo en su país. Algunas han dejado allí a sus hijos mayores de edad, otras a sus maridos, a sus padres, sus casas. La mayoría vivían allí en el mundo rural. “¿Lo que más me gusta de España? Que no huele a vaca”, dice sonriendo una de ellas.

Además, ya empiezan a hacer sus primeros pinitos con el español. “Gracias”, es la primera palabra que les sale a todas. Luego van demostrando sus conocimientos: “patata”, “uno, dos, tres y cuatro”, “rosa, amarillo”, se van animando. “Son muy rápidas a la hora de aprender el idioma”, dice una de las voluntarias que da clases de español por las tardes a algunas de las niñas. “Además son muy persistentes, tienen algún problema al pronunciar la ‘ce’ y la ‘zeta’ y ves a las niñas por la calle repitiendo ‘zapatilla, zapato’. Da mucho gusto poderles enseñar”, dice.

Y sus ganas de volver a disfrutar la muestran a cada minuto. “Se les ofreció un curso para poder hablar de lo ocurrido y que les sirviese como terapia y decidieron que preferían hacer uno de bailoterapia”, cuenta Reneé. En lo que no están tan de acuerdo es en la posibilidad de volver a Ucrania cuando todo esto termine. Algunas no lo piensan ni un minuto y su “sí” es apabullante. Otras prefieren esperar a ver cómo termina algo que nunca se hubiesen esperado vivir a pesar de las amenazas continuas de Rusia a la población ucraniana en los últimos años. De momento, hacia Quel sólo tienen palabras de agradecimiento. “La gente se ha volcado con nosotras”.

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