Agricultura

«La figura de la mujer agricultora está muy normalizada socialmente»

Estefanía Blasco, joven agricultora de Entrena

«Mi padre me lo dijo siempre: ‘En el campo, dos más dos no son cuatro'». Y Estefanía ha aprendido la lección zancadilla tras zancadilla. «Se echó las manos a la cabeza cuando le dije que me iba a poner como joven agricultora, avisándome de lo difícil y duro que es trabajar la tierra. Me dijo que estudiara y no me quedara aquí, pero yo llevo desde pequeña en el campo. Sé lo que es ir a podar con el frío, madrugar para ir a escardar antes de que empiece a calentar el sol o pasar varias semanas recogiendo peras».

Y también sabe que sobre el terreno no existen reglas matemáticas. Estefanía Blasco (Entrena, 32 años) solicitó la ayuda a Joven Agricultora hace cinco años en busca de una profesión que le permitiera compaginar su vida laboral con la crianza de su hija recién nacida, algo «imposible» si continuaba en la fábrica donde llevaba trabajando cuatro años. «Lo tuve claro. No me veo ocho horas frente a un ordenador y el campo siempre me ha gustado. Vi una salida factible sin moverme de mi pueblo, porque también tenía claro que quería quedarme aquí», asegura. Ahora, y con un segundo hijo a su cargo, ratifica aquella «buena decisión» que transformó su modo de vida para siempre.

Aunque ese camino recorrido, asegura, ha estado lleno de piedras: «Creo que me ha pillado de todo desde que me instalé, pero ya se sabe lo que es el campo. El año que no es sequía, es piedra, y sino viene una helada. También estuve sin cobrar la uva de dos vendimias por los problemas que tuvimos con la bodega con la que teníamos un contrato. Y este año parece ser que son los conejos los que quieren dar guerra. Es que incluso muerden los sarmientos recién podados para comerse lo verde de dentro. No sé lo que está pasando este año, pero hemos tenido que poner mallas conejeras por todas las viñas y aún así se las apañan para entrar y devorarlas, también las que están en espaldera».

Así que a la subida de los costes de los insumos se suma también el seguro para los daños por la fauna silvestre. «Luego dicen que los del campo nos quejamos mucho, pero es que llevamos unos años en los que tenemos demasiados gastos y pocos ingresos». Reconoce que el sueldo de su marido ha ayudado bastante estos años en la economía familiar: «Sin el respaldo de una segunda nómina hubiera sido imposible afrontar todos los pagos».

Esta agricultora a título principal, empezó con poco más de tres hectáreas de viña y una de frutales, «lo que exigían para poder optar a la subvención, que a los cinco años deben ser un total de unas siete hectáreas de viñedo». En este sentido, la joven califica de «exigentes» los requisitos para optar a estas ayudas, «sobre todo en aportación de tierra porque no cualquiera dispone de esa superficie cuando empieza de cero».

«Comprar una finca, maquinaria para trabajarla y tener un almacén donde guardarla cuesta mucho más que 40.000 euros», insiste al tiempo que asegura sentirse «afortunada» por el respaldo familiar que ha tenido: «Mi padre es agricultor y me arrendó unas fincas, así como tierra que conseguí por la parte de la familia de mi marido. A partir de ahí, empezamos a comprar por nuestra cuenta porque queríamos ir ampliando. Pero al principio, antes de hacer el pabellón, compartía la cochera con mi padre. Vamos, que necesitas una base para empezar, porque sino es imposible».

Ahora, Estefanía ya gestiona cerca de siete hectáreas de viñedo y unas tres de perales repartidas entre Entrena, Nalda e Islallana. Una superficie, sin embargo, casi justa en los tiempos en los que estamos: «Cada vez es más difícil sacar rentabilidad del campo, así que necesitas mayores producciones porque los costes suben y suben. Aparte de las propias, también contamos con parcelas del Ayuntamiento de Entrena que funcionan como un alquiler anual de por vida para una tierra que puedes cultivar de lo que quieras». Así que los planes que rondan ahora su cabeza se centran en plantar más viña en esas parcelas de tierra blanca que todavía tiene.

Esta joven de Entrena se siente orgullosa de este cambio de rumbo en su vida. Recuerda cuando fue a la manifestación del pasado 26 de enero en Logroño y vio tantas caras femeninas. «Los veteranos del campo aseguraban que no habían visto tantas mujeres en la última concentración que se había producido en la capital de esas mismas características, así que algo estaremos haciendo bien para que cada vez seamos más. Creo que a estas alturas la figura de la mujer agricultora está muy normalizada socialmente».

Este cambio de tendencia estará motivado, en gran medida, por eso de la flexibilidad para compaginar familia y trabajo. «Y es que da mucha tranquilidad poder escaparte a hacer recados cuando lo necesitas, sin tener que dar explicaciones a un superior, poder pasar la tarde con los pequeños y adaptarte a sus necesidades. Siempre y cuando no es tiempo de cosecha -ríe-, porque ahí ya toca tirar de familiares o directamente traerlos al campo con nosotros». Esta última opción se repite, asegura, con frecuencia porque no falta la foto de los pequeños de la casa metidos dentro del cunacho en plenas vendimias.

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