Crisis del Coronavirus

Dos años y 90.000 contagios después: “No hay precedentes de nada así en toda la historia”

El 2 de marzo de 2020 se confirmaron los dos primeros casos de COVID-19 en La Rioja

Dos años. 2 de marzo de 2020. La consejera de Salud por aquel entonces, Sara Alba, confirmaba ese día los dos primeros casos de COVID-19 en La Rioja: un sanitario que trabajaba en el hospital de Txagorritxu en Vitoria y un vecino de Casalarreina -natural de Haro- que había asistido a un funeral también en la capital alavesa. Este miércoles, 2 de marzo de 2022, la región suma casi 90.000 contagios y más de 900 fallecidos.

Entonces, el virus acababa de llegar a nuestras vidas. Cuatro días más tarde se notificaban 38 positivos y el 10 de marzo la primera víctima mortal en La Rioja. Imposible imaginar entonces lo que estaba por llegar. Dos años después hablamos con Celia (Atención Primaria), María (UCI) y José Antonio (Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital San Pedro). Ellos han vivido en primera fila estos dos trágicos años en los que empieza a crecer verse la luz.

Celia es enfermera en el Centro de Salud de Calahorra. Recuerda esos días como momentos de incertidumbre y miedo. “Llegó por sorpresa y tuvimos que cambiar pronto el concepto de la atención. Hubo que hacer cribados para que el centro no fuese un lugar donde se propagase el contagio, pero no dejamos de trabajar ni un segundo. Había que seguir haciendo curas, pero íbamos nosotros a casa de la gente”.

“Nos poníamos los pocos equipos de protección individual (EPI) que teníamos en los portales de las casas o en el coche. En un principio tiramos del material que teníamos para la gripe aviar. Luego de lo que nos traía la gente. No sabíamos nada del virus. Rcuerdo que hicimos entre nosotras colectas de dinero para comprar lejía, el personal se volcó y salimos de esa primera ola como pudimos”, rememora.

Recuerda que el trabajo se les acumulaba. “Nosotros hacíamos de rastreadores y asistíamos a los casos que se iban complicando antes de derivarlos a los hospitales. A veces llegábamos tarde. La gente esperaba a que se complicase mucho la situación en casa y para cuando llegábamos había ya poco que hacer”, relata. Tristeza por haber perdido a algunos pacientes. “Todo iba muy rápido, las situaciones se complicaban en cuestión de horas…”.

“Lo más duro era no poderte acercarte a los familiares a darles apoyo, un abrazo, algo… fueron momentos muy duros y muy fríos”, añade, apuntando que la Semana Santa de 2020 en Calahorra fue muy dolorosa a pesar del confinamiento de la población. “Íbamos a ciegas. No sabíamos qué mas poder hacer”.

Después, con más conocimiento y mejor organización, fueron llegando el resto de olas. Entonces llegó el cuestionamiento de parte de la población. “Escuchábamos que el Centro de Salud estaba cerrado y la realidad no era esa. Estábamos trabajando a destajo. Seguíamos haciendo cribados para poder entrar. No podíamos correr el riesgo de que el centro fuese un lugar que no fuese seguro, pero hubo mucha gente que no lo entendió. Además, teníamos que proteger al personal sanitario porque había que seguir atendiendo a la población”.

Está convencida que el trabajo de sus compañeros consiguió que la presión hospitalaria estuviese más aliviada. Para ella, la más complicada en cuanto a trabajo ha sido la sexta ola. La mayoría de los casos, que fueron infinitamente más que en cualquiera de las anteriores, se trataron desde Atención Primaria porque no eran casos demasiado complicados: altas, bajas, llamadas y gestiones.

Además, ellas también han echado una mano con la vacunación. “Al principio creíamos que la mejor forma era hacerlo a través de los centros de salud, que estábamos acostumbrados a vacunar contra la gripe. Visto a posteriori, la idea de los vacunódromos fue excelente porque se pudo vacunar a mucha gente en poco tiempo. De otra forma hubiese sido imposible”.

José Antonio Oteo es el jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital San Pedro. Esos primeros días los recuerda con la palabra expectativa como principal sensación. “Veíamos lo que pasaba en China y en Italia. Nos preocupaba, pero era imposible saber a lo que nos íbamos a enfrentar”. Era momento de esperar lo inesperado. “Los que nos dedicamos a las enfermedades infecciosas siempre estamos alerta y cuando llegaron los primeros casos sólo teníamos como referente otros coronavirus que habíamos tenido, especialmente el MERS. Luego fuimos aprendiendo que esto era diferente en algunos aspectos”.

Las primeras semanas tuvieron que trabajar con la intuición como hoja de ruta. “Nos fiábamos de las recomendaciones de los expertos, pero es que en los veinte primeros días llegamos a tener 377 ingresos por neumonías relacionadas con el COVID. Era una brutalidad. El 26 de marzo llegamos a tener cincuenta ingresos en un sólo día. Todos, además, con complicaciones serias. Pacientes que llegaban ya muy enfermos al hospital”.

Ahí se demostró la capacidad de trabajo del personal del Hospital San Pedro y la capacidad del centro sanitario. “En otras comunidades tuvieron que utilizar o abrir nuevos centros. Nosotros, a pesar de la tensión, pudimos hacerlo todo desde aquí”, confirma, recordando cómo los compañeros se acercaban a la séptima planta a echar una mano. “Esos días la frase más utilizada era: ‘¿Qué podemos hacer?'”.

Echa cuentas. En las seis olas ha habido más de 4.100 ingresos en La Rioja. La tercera ola quizás fue para ellos la más complicada. “No habíamos descansado prácticamente en todo el año y vimos cómo los casos empezaban a subir en Navidad. Sabíamos que en cuestión de una semana llegarían al hospital y nos preguntábamos cuándo iba a terminar esto”.

Aunque en la sexta ola el hospital no ha llegado a colapsarse, ellos tenían sus dudas. “Cuando ves tantos casos… Sin las vacunas, esta ola hubiese sido un auténtico desastre. No hubiésemos aguantado”. Es optimista con respecto al futuro más cercano. “Ahora hay que tener cuidado con la personas inmunodeprimidas, con los más mayores, con los trasplantados… pero hay que empezar a intentar hacer una vida más normalizada”. Para Oteo, la respuesta científica y sanitaria ha sido ejemplar. “No hay precedentes de nada así en toda la historia y debemos quedarnos con eso”.

La UCI fue otro lugar en el que el sufrimiento se desbordó día a día. María Macías es la jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos en el Hospital San Pedro. “Cada ola ha tenido sus propias características y a toro pasado intentas olvidar los malos momentos, que ha habido muchos, y quedarte con lo bueno”, asegura, a pesar de haber visto quizás una de las peores caras del virus.

La primera ola fue para ellos demoledora. “No conocíamos el comportamiento del virus. No sabíamos cómo actuar. No nos habíamos enfrentado a nada similar nunca”. Aunque parezca lo contrario, afirma, “la UCI es un lugar en el que tenemos prácticamente todo controlado y esos días era imposible”. El mayor problema era que por mucho que lo intentaban y por mucho esfuerzo que ponían, los resultados no llegaban. “No influíamos en el devenir de la enfermedad y eso nos suponía mucha frustración”.

Hasta el 30 de marzo no llegó el primer extubado. “Recuerdo los aplausos, los saltos de alegría… ya podíamos empezar a decir que de la enfermedad se podía salir”. Y es que ellos están con los pacientes en el momento de ingresar en la unidad. “No es lo mismo sedarlo sabiendo que pueden salir que no teniendo esa certeza. Si tú te lo crees, haces que el paciente se sienta más seguro”.

Para Macías, una de las cosas más duras era no poder dejar pasar a los familiares. “Al principio muchos murieron sin poder despedirse de sus familias y eso es muy duro. Estábamos nosotros allí, pero no dejaba de ser algo frío”. Aclara que nunca la edad fue un requisito para entrar o no en la UCI del Hospital San Pedro. “La UCI está para salvar vidas y es un proceso duro el que tiene que pasar el paciente. Tenemos que tener, al menos, una pequeña opción de que su situación es reversible y por eso hubo gente que no entró, pero nunca por la edad o por si vivía o no en una residencia”, explica.

Pese a lo malo, se quiere quedar con lo mejor de la pandemia. “Por un lado está el trabajo de la ciencia y los hospitales. Nosotros partíamos de un servicio con diecisiete camas y ahora tenemos 43 puestos. Eso es bueno para la sociedad porque podemos colaborar con otros servicios. No nos lo pensamos tanto como antes para meter a alguien en unos cuidados más específicos”. Por el otro lado están los lazos creados entre compañeros. “Vivir situaciones como las que hemos vivido hace que estemos muchos más unidos. Ahora, todo el mundo tira más del carro”.

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