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Tinta y tinto: ‘La herencia de Pedro María y José Ignacio’

Las herencias destruyen las familias. No hay nada más visceral que el odio generado por el reparto de los dineros y el patrimonio entre hijos, hermanos, primos y demás parientes. Con el fallecimiento de los cabezas de familia, el orden establecido durante décadas salta por los aires para dejar paso al egoísmo, la envidia y las más bajas pasiones con los más cercanos. Toda una vida sonriendo y llorando juntos para acabar con miradas inyectadas en sangre cuando dos días antes eran miradas de cariño. Las cenas de Navidad y las celebraciones multitudinarias quedan guardadas en álbumes de fotos cada vez más escondidos en la estantería. Nunca en la basura. Eso no. Ahí está la línea que marca la imposible vuelta atrás. Pese a las discusiones desde las entrañas, siempre hay un pequeño rincón del organismo que pone los sentimientos a buen recaudo y alberga un pequeño hilo de esperanza para cuando el paso de los años traiga el arrepentimiento que da la perspectiva.

Por eso es tan importante hacer los deberes a su debido momento y no forzar a los descendientes a despellejarse por un puñado de euros, una casa en la playa o la presidencia de un partido político. Si vas a enfadarte con alguien, que sea con quien ha hecho el reparto de la herencia y no con quien está en tu misma posición para recibir lo que cree que le corresponde. Porque es ahí cuando llegan los problemas de verdad. ¿Qué le corresponde a cada uno? Nadie lo sabe porque al valor económico hay que unirle el valor sentimental y las proyecciones futuras que cada uno haga de lo recibido. Un caos evitable con una mayor comunicación cuando la autodestrucción no ha comenzado, pese a que hay veces que esta sea inevitable por razones que la razón no entiende.

Hay una frase muy manida que dice que “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, pero es la propia historia la que nos ha enseñado que da igual el grado de conocimiento del tiempo pasado. Por algo somos los únicos animales que tropezamos ¿2? ¿3? ¿4.598? veces con la misma piedra. Incluso, en el plano más filosófico que nos planteaba Mago de Oz (el grupo de música), también debemos darnos cuenta de que el hombre es el único que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir. A partir de ahí, cualquier razonamiento que intentemos aplicar a nuestro comportamiento debe pasar por la ciencia. Y esta tiene sus límites, sobre todo en política. Para muestra, el último capítulo en la herencia dejada por Pedro Sanz en el PP de La Rioja: después de veinte años de mayoría absoluta, la formación quedó partida en dos (52-48 por ciento entre José Ignacio Ceniceros y Cuca Gamarra) en su último congreso y el reparto del naufragio electoral dividió lo que el poder omnipresente había unido.

Cuatro años más tarde, tras haber perdido el Gobierno de La Rioja y los principales ayuntamientos de la región (Logroño, Calahorra, Haro, Nájera, Alfaro…), el nuevo camino emprendido por los populares nos lleva a recordar que las herencias destruyen las familias. Las discusiones del congreso de 2017 reaparecen y las viejas heridas vuelven a supurar. Con Alberto Bretón habiendo declarado su intención de presentarse a liderar el partido y con Alfonso Domínguez habiendo trabajado en los despachos para lo mismo (sin comunicarlo oficialmente), un tercer actor ha aparecido en formato vídeo para “reclamar unidad” desde San Millán: Carlos Cuevas. Los más malpensados han visto en ese mensaje una petición de asiento en la mesa de ‘negociación’ para el reparto de poder e, incluso, una tercera vía a la bretoniana o alfonsina. El protagonista niega la mayor.

La única certeza que tenemos de lo ocurrido en la última semana es que el mencionado vídeo ha puesto al PP en alerta. DEFCON 3 a la espera de una escalada en las acciones bélicas. Declarado el estado de nervios en Duquesa de la Victoria mientras se suceden las llamadas y los mensajes entre afiliados y simpatizantes. “Si empiezan con estas, yo no me vuelvo a presentar en las listas”, comentaba una concejal de una localidad sin demasiada relevancia. El sentimiento generalizado en el PP tras el movimiento realizado por Cuevas es el de “lleva razón”, pero “por qué él”. Es decir, bien por el “qué” y mal por el “quién”. Suspicacias y conflicto de intereses ante la falta de noticias desde Génova, ya que el calendario no favorece a los populares riojanos.

Hasta que no pasen las elecciones en Castilla y León, ni hablar de congresos regionales, que deben anunciarse con (mínimo) 45 días de antelación. Es decir, en plena primavera que la sangre altera. Ceniceros ha dicho que él no va a repartir la herencia de Pedro Sanz (si es que queda algo) y que ahí se las apañen. Sin plan ni hoja de ruta, el gallinero ha vuelto a revolverse para quedarse con unas migajas ahora que podrían significar el poder en 2023. Entre tanto, Cuca Gamarra no despega el labio para referirse a los asuntillos internos de su partido en la región, pese a que cada vez se ve con mejores ojos su regreso para liderar las próximas candidaturas. En el pequeño Logroño del poder se rumorea que la exalcaldesa de la capital riojana, portavoz en el Congreso y aspirante a vicepresidenta no tiene entre sus planes la vuelta a la tierra con nombre de vino. Por lo tanto, sólo queda un camino: destruir la familia, otra vez, para repartirse la herencia.

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