La Rioja

Un viaje de 4.000 kilómetros para dar luz a una mirada sin recursos

La enfermera logroñesa Ana Miguel Cacho ha viajado a Chad como voluntaria para dar asistencia oftalmológica

Ana Miguel Cacho en el quirófano del Hospital Saint Joseph de Bébédjia (Chad)

Ana Miguel Cacho ha cambiado por unos días los pasillos de Urgencias del Hospital San Pedro de Logroño por las salas de quirófano del Hospital Saint Joseph de Bébédjia, en Chad. Es la tercera vez que emprende este viaje al país africano con la misión de alumbrar el camino de aquellos con menos recursos y escasas oportunidades, aunque el espíritu humanitario también le ha llevado anteriormente hasta orfanatos de niñas en Nepal e India.

Hace cuatro años una oportunidad de esas que no suelen buscarse llamó a la puerta de esta enfermera logroñesa sin saber que aquella baja que debía cubrir durante unos meses en el servicio de Oftalmología le derivaría a una estancia de dos meses en un lugar «que parecía de otro planeta». Esa fue su sensación cuando puso un pie en la localidad de Bébédjia en 2018 gracias a la oferta del doctor José Javier Chavarri, participante en las expediciones que la ONG Ilumináfrica organiza desde hace más de 14 años.

Hospital Saint Joseph de Bébédjia.

Recuerda su primera misión a Chad como si fuera ayer. Fueron dos intensos meses en los que experimentó una auténtica inmersión en la cultura de Bébédjia, el pueblo donde residía. “Más que amigos, hice una familia porque allá conoces a gente con la que conectas de otra forma diferente a como sucede en España. Aquella vez recuerdo que estuve la mayor parte del tiempo incomunicada porque apenas había conexión a internet, lo cual te obliga a centrarte más en el entorno y hacer tu vida en este nuevo país y no tanto en estar pendiente de lo que ocurre a 4.000 kilómetros”.

Pero lo peor vino después, cuando llegó el momento de hacer las maletas de nuevo. Durante aquella experiencia creó un vínculo tan fuerte con las gentes de Chad que aguardar cuatro años sin apenas noticias de ellas ha sido un trance duro: “Sabes que son personas a las que no puedes contactar por redes sociales siempre que quieras como hacemos aquí. Sabes que solo podrás hablar con ellas cuando las tengas de frente y eso angustia a la vez que te genera un sentimiento mucho más profundo y especial”.

Pacientes recién operados de cataratas esperando la revisión.

Ana explica con emoción que “lo que allá se vive se queda para quienes lo experimentan, porque es difícil expresar lo diferente que es la vida allá y lo poco o nada que conocemos de este continente. Simplemente, abruma verlo. Abruma ver cómo a un chaval de 19 años le tienen que amputar la pierna porque ha estado un mes sin recibir asistencia desde que le explotara una mina en el pie, por ejemplo. O tener que operar con la luz de la linterna del móvil porque aquí no hay electricidad las 24 horas y a veces se puede fundir una bombilla por la subida de tensión en mitad de una cirugía”. Cosas que ya no le sorprenden porque “África es puro ingenio. Como cuando consiguieron establecer placas solares en el servicio de Pediatría del hospital para asegurar que los concentradores de oxígeno funcionasen las 24 horas y no fallecieran niños por la noche”.

Así que entre operaciones de cataratas y revisiones oftalmológicas, la riojana conoce y se deja conocer por el pueblo de Bébédjia. “Una experiencia muy dura a la vez que muy gratificante, pero al fin y al cabo, un enriquecimiento mutuo de culturas y costumbres, de historias”. Porque también se ha animado a aprender un poquito del dialecto de allá para transmitir mayor confianza a los pacientes, que en raras ocasiones hablan francés. “Cuando llegas, al principio muchos se sorprenden y solo dicen ‘nasara’, que es blanco en su lengua. Algunos se ríen por vergüenza y muchos niños se asustan porque igual no han visto nunca a gente blanca, pero poco a poco se te acercan y empiezan a preguntarte cosas. Algunos incluso a pedirte que les compres una granja o les regales portátiles porque se piensan que somos como un saquito de dinero”, ríe.

Revisión en la consulta del hospital.

No sabe decir con exactitud la población total de este municipio al que este año ha regresado con toda la ilusión, “la natalidad y la mortalidad infantiles son tan altas que muchos niños no están censados”. Otras reglas. “Aquí hasta tienen otra lógica diferente. Todo sorprende y genera curiosidad, aunque poco a poco vas empapándote de su forma de vida y de la diversidad que hay ahí también, hasta que te das cuenta que unos y otros tenemos muchas cosas en común, más de las que imaginamos. Así que volver un año más es un placer solo por ayudar a toda esta gente. Pero, repito, esto es un viaje con el que ganamos todos”.

La ONG Ilumináfrica, colabora en estos proyectos en los que un equipo de oftalmólogos y enfermeras asisten a pacientes con problemas visuales, principalmente cataratas. «Hasta aquí traen material como micros para operar, lentes y gafas, además de dar formación a los propios sanitarios del hospital. Con sedes en Dono Manga y en Bébédjia, un óptico se encarga de las revisiones de graduación en la óptica, mientras que los oftalmólogos operan en la clínica. Y yo me encargo de preparar todo el preoperatorio y atender en el quirófano», explica. Unas operaciones de cataratas que cuestan unos 20.000 francos (30 euros), aunque siempre se busca la manera de costearlo si el paciente no puede. Las gafas, además, se cobran a un precio bastante bajo para recaudar dinero que va tanto para el hospital como para el sueldo de los ópticos.

Ana Miguel junto a una paciente operada de cataratas y una compañera de la ONG.

“Se hacen varias expediciones al año, siempre entre los meses de noviembre a febrero porque es cuando mejor se puede trabajar aquí porque hace menos calor, ya que esta es una zona con gran riesgo de infección por malaria. Meses, además, en los que no hay tanta carga de trabajo aquí en España y se puede pedir más fácilmente permisos”, relata la voluntaria, que durante todos estos días ha ido retransmitiendo sus vivencias, tanto profesionales como personales, a través de su perfil de Instagram.

Y como allá carecen de casi todos los servicios de telecomunicaciones que aquí consideramos básicos, los anuncios de la llegada de una nueva expedición se retransmiten por las señales de radio y durante las misas religiosas. “Lo que más hace es el boca a boca y así todos se enteran para que acudan a consulta quienes necesitan asistencia oftalmológica. Nos ha llegado gente que llevaba sin vista muchos años y cuando les operas es como regalarles una segunda vida. Aunque los medios no sean los mejores y haya más riesgo de infección, para ellos es un renacer. Se echan a llorar y te dan mil veces las gracias porque alló ser ciego supone una carga porque no puedes trabajar ni cuidar de tu familia, y ser un lastre en África… Esta desigualdad en la que vivimos es un despropósito, así que después de estos viajes llegas a casa muy cambiada”.

Ana Miguel con unas amigas en Bébédjia.

Ana todavía no hace las maletas de vuelta a España. Aunque tenía previsto pisar el aeropuerto de Barajas este domingo, una nueva expedición llega desde Alicante este fin de semana y las manos en estas situaciones nunca son suficientes. “Vienen muchos oftalmólogos pero una sola enfermera, así que me han pedido que me quede”. El viaje de regreso, con sus tres días de trayecto entre aviones, horas de espera y PCR, se prolongará una semana más, pero esta vez el peso de las maletas variará mucho: “Cuando llegué iba cargada de regalos, dulces y chocolates para los niños, que aquí son como un bien preciado, pero a la vuelta solo llevaré unos cacahuetes y especias y unos cuencos comprados en el mercado, porque aquí ‘souvenirs’, pocos”.

La enfermera asegura que esta no será su última vez en el país africano. “Yo decidí estudiar enfermería porque me gusta mucho ayudar a la gente y aunque en España también lo hago, vienes aquí y todo cobra más sentido. Ver cómo con un poquito de tu ayuda puedes mejorar tanto la calidad de vida de una persona es muy gratificante y te reafirma en la creencia de que te gusta ayudar a la gente. Siempre lo digo después de cada expedición: yo vuelvo del Chad con mucho más de lo que he dado”.

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