CARTA AL DIRECTOR

Logroño, escenario hiperreal

Y al séptimo día, sucedió el milagro.

El entorno de la Iglesia de Santiago, Plaza de la Oca y Ruavieja de Logroño ha amanecido esta mañana de viernes como un escenario hiper-real, en sentido literal y figurado, a propósito de una “visita institucional”, según informan los carteles oficiales que jalonan el barrio y desalojan los aparcamientos. Lo que durante siete (y más) interminables días y noches ha sido un merecumbé continuo e insufrible se ha transfigurado mágicamente en un paraíso donde —casi— manan leche y miel.

Foto: Pablo Bernáldez

Rincones que son letrina habitual, y donde los trapricheadores esconden su mercancía, han engendrando, de la noche a la mañana, exóticas plantas que ocultan su miseria. Paredes que sufría pintadas seculares lucen, de repente, como el primer día. Travesías urbanas con detritus inimaginables, resultado del botellón diario, se han transmutado en un mágico sendero de baldosas amarillas, gracias a un detergente limpia-todo de sutil aroma. Hasta mi perro Sebas, olfateador por naturaleza, se ha sentido desconcertado esta mañana, incapaz de encontrar el rastro de sus congéneres en este oasis de oro, incienso y mirra.

Foto: Pablo Bernáldez

Hay que entender —nos dirán— que la primera regla de todo protocolo es esconder las miserias propias. Recuerden una de las escenas iniciales de Vacaciones en Roma, cuando la joven princesa Ana pierde un zapato durante el besamanos de una tediosa recepción oficial. La situación es hábilmente resuelta por su ayudante de cámara, quien saca a bailar a la atribulada heredera para que pueda recomponer la figura, desviando así la atención de la concurrencia y salvando una situación embarazosa.

Quienes vivimos en el Casco Antiguo de Logroño soñamos —cuando la jarana nocturna nos permite dormir— con algo tan sencillo como un barrio limpio, habitable, con vitalidad. En una palabra: real. Y no sólo por quienes nos obstinamos por vivir en él o lo recorren esporádicamente en busca de recuerdos, contacto social o disfrute al aire libre. También (¡ojo!) pensamos en la marea de visitantes, caminantes y turistas que —según parece— van a convertirse en el inagotable maná que nos conduzca a un futuro de abundancia sin límites.

Foto: Pablo Bernáldez

Veremos si, también al séptimo día, quienes vivimos en el Casco Antiguo de Logroño podemos finalmente descansar, sin más, y circular por un barrio donde se pueda vivir, simplemente. Aunque mucho me temo que volveremos de sopetón a la realidad de un entorno maltratado, socialmente agonizante y que parece el patio trasero donde se arrumba todo lo indeseado. De hecho, mientras escribo estas líneas compruebo desde la ventana que las exóticas plantas esquineras que-toda-miseria-ocultan ya están siendo retiradas…

Cosas del protocolo, supongo, y a la espera del siguiente baile.

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