CARTA AL DIRECTOR

Mi bicicleta

Mi bicicleta es un humilde Pegaso de engranajes y metales, enrevesadamente ordenados, que amablemente me engaña al hacerme creer que venzo al tiempo y al espacio cuando en ella galopo. Ella sola me ayuda a llenar de significado la palabra libertad.

Ayer salí con ella y recorrimos la ciudad, como una cita romántica entre el hombre y la máquina, como el protagonista de ‘Caro Diario’, pero en bicicleta, y no en vespa. Son tiempos de ilusiones ecologistas. Vimos el festival del color que el atardecer, confundido, brinda a las nueve de la noche: los verdes que brillan por la humedad, el azul, que, por una vez, no es triste, y el marrón de la tierra y las huertas, que está empapado de agua fresca. Fue esta una salida naturalmente natural, entre árboles y maleza descuidada, bajo la nieve polinizada de la desatada primavera de este año. Y mi corazón… mi corazón latía al ritmo agitado que imponían las maracas de savia y rocío, sonajeros dendráceos que me adormecían y me acurrucaban en mi libertad de ser confinado y agradecido. Solo el abrazo, sin distancias, del caucho y el pedregal me conseguía sacar del ensueño. Me sentía, en fin, todo un Delibes, sobre su bicicleta, ensimismado en el rodar.

Hasta que empezó a llover, y a tronar, y a refrescar. El cielo se rompió en cincuenta y cinco grietas de tambor y ceguera, así que yo me volví a casa, montado, extático, en mi Pegaso sin alas, pero con ruedas.

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