La Rioja

A 5.000 kilómetros vuelven a sonreír: la historia de unos refugiados sirios

La historia de Salwa y Samer podría ser la de cientos de miles de personas que han tenido que salir de su casa para construir otra lejos. Muy lejos. Este matrimonio es un ejemplo con nombre y rostro de quienes los conflictos armados disparan sobre su vida. En 2012 tuvieron que salir de Siria. Tras cuatro años en Líbano su periplo les llevó a La Rioja.

Pero Salwa y Samer no iban solos: dos niñas y un niño recorrían la huída con ellos. Entonces sus hijos tenían cuatro, dos y un año. Ahora, el Gobierno de La Rioja cuenta su historia. “La familia vino derivada de los campos de refugiados del Líbano, los recibimos el 29 de junio de 2016; llegaron desorientados, un poco con miedo…”, recuerda ahora Isabel Manzanos, responsable del área de Extranjeros Cruz Roja La Rioja.

“A la llegada era todo muy difícil para mí; entender lo que decían era muy difícil…”, admite en un perfecto castellano Salwa Zidan. “Era otra vida, otro país”, dice el padre, Samer Almoukatrn.

Durante los primeros seis meses fueron incluidos en un programa del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, con un itinerario personalizado. “A partir de ahí ya estaban preparados para la segunda fase. En esta, ya no están en un centro, tienen una vida más independiente, más autónoma”, explica Manzanos.

Así fueron pasando etapas y rehaciendo su vida, aunque su esfuerzo personal ha sido clave. “Si ponen tanta voluntad como Salwa y Samer, que hacían ejercicios en casa, es mucho más fácil enseñarles”, subraya Soledad Suárez, referente del área de aprendizaje del idioma de Cruz Roja.

Ellos están agradecidos, admiten que se les ha ayudado mucho y que están muy bien ahora. “Mi marido encontró trabajo y tenemos muchos planes para seguir en La Rioja”, cuenta Salwa. Ella es psicóloga y va a hacer un curso en la Universidad de La Rioja para poder equiparar sus estudios y aprovechar su formación. Samer es ingeniero mecánico; en Siria tenía su propio taller y daba clases también.

Eran gente cualificada, una familia normal. Hoy vuelven a serlo, se han reinventado, aunque estén casi a 5.000 kilómetros de su casa, pero vuelven a sonreír.

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