La Rioja

“No se puede tolerar que te hagan daño y te pidan perdón, pero eso lo veo ahora”

Una víctima riojana de violencia de género narra su experiencia y asegura a otras mujeres que “pueden salir adelante”

Tiene 49 años y más de la mitad de su vida la define como “un infierno”. Opta por identificarse únicamente como N. S. “porque lo importante es lo que me ha pasado, no cómo me llamo” y ofrece su testimonio en un día como hoy para que aquellas mujeres que están pasando por lo que ha conseguido dejar atrás “sepan que pueden salir adelante”.

N. S., por desgracia como otros cientos de mujeres en La Rioja, era una de esas personas a quienes su vida no le pertenecía. “Al principio él era muy amable, pero de repente surge una bobada y empiezan los insultos; luego te pide perdón y de repente entras en un círculo del que es muy difícil salir”. Así describe a su maltratador, que también es el padre de sus tres hijos. El mismo que la machacó durante casi tres décadas -ya desde el noviazgo- “principalmente de forma psicológica, con empujones y desprecios, además de episodios físicos en el dormitorio”.

Y ella callaba. Porque “de cara al exterior él no aparentaba nada del comportamiento que luego tenía en casa” y por sus hijos, que le mostrarían el camino de salida del infierno que estaba atravesando. “Fueron ellos los que me dieron fuerzas para dar el paso; empezó a insultarlos, a agarrar a alguno de ellos del cuello” y las visitas de la Guardia Civil comenzaron a ser frecuentes en su domicilio. “Que te hagan daño y luego te pidan perdón no se puede tolerar, pero eso es algo que soy capaz de ver ahora”, señala.

“Mis hijos se rebelaron, no entendían lo que pasaba”
La decisión de pedir ayuda no fue sencilla. Fue necesaria una situación límite para que N. S. pudiera, al fin, abrir los ojos. “Pensé que la situación se me iba de las manos cuando mis hijos se rebelaron contra mí, no entendían que yo aguantara esa situación”, explica. De hecho, los pequeños necesitaron un año de terapia en Apóyame para comprender el silencio de su madre.

A partir de ese momento ella empezó a deslizar su problema entre su gente más allegada. “Más que exigirte que salgas de ese ambiente, lo que necesitas es que te hagan creer que realmente puedes salir”, señala, justo antes de narrar cómo surgió el espaldarazo definitivo para ponerse en manos de los profesionales: “Hubo una persona muy especial que me hizo ver que yo era responsable de la situación que estaban atravesando mis hijos”.

Entonces, N. S. se decidió a cortar por lo sano: “Fui al juzgado y me derivaron a la Oficina de Apoyo a la Víctima, donde me ofrececieron participar en un programa en un hogar junto a otras mujeres en mi misma situación”. “En un principio iba a pasar allí solo seis meses, pero me quedé un año y los resultados han sido más que positivos”, recuerda.

“Ahora no dependo de nadie y ya no tengo miedo”
Esa terapia le dio alas para emprender un nuevo proyecto de vida en el que el respeto impera sobre todo lo demás. “Hice un curso de sociosanitario, me apunté a la bolsa de trabajo y a la semana ya me ofrecieron un empleo”, relata. Con una nueva ocupación, N. S., ve la vida en color: “El principal cambio es la tranquilidad y la autonomía, el poder tomar mis propias decisiones; ahora no dependo de nadie y ya no tengo miedo, ni mis hijos tampoco”.

Por eso, subraya a quienes atraviesan una situación similar a la suya que “pueden salir adelante”, porque “siempre hay alguien dispuesto a ayudarte cuando verdaderamente lo necesitas”. “El mayor peligro es quedarte aislada, pensar -porque él te lo dice- que no vales nada y que no vas a ser capaz de emprender una nueva vida”.

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