La Rioja

Los once casos de abusos sexuales en la Iglesia riojana llegan al Congreso

El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, ha presentado este jueves en el Pleno del Congreso de los Diputados el informe que recoge los testimonios de víctimas de abusos sexuales en el entorno de la Iglesia y en el que se incluyen los once casos acontecidos en La Rioja; la mayoría en la década de los sesenta y ochenta y uno de ellos en 2021.

De los casos riojanos, cinco han sido denunciados a través de la Unidad de Atención a Víctimas del Defensor del Pueblo y tres revelados exclusivamente por las investigaciones minuciosas que desarrolló el periódico El País y que ha desembocado en este informe. Otros tres de los casos fueron denunciados en la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño y remitidos a la Fiscalía para que fuesen incluidos en el informe.

Papeles que detallan cómo se registraron casos de abusos sexuales en varios colegios de Logroño. Maristas, Rey Pastor, Salesianos, Nuestra Señora de Valvanera, Salvatorianos y Escolapias Sotillo son los centros de la capital riojana donde se dieron. A estos seis colegios habría que sumarles otras localizaciones religiosas que también fueron escenario de casos de pederastia: la parroquia San Ignacio de Loyola, un domicilio particular, un centro de ejercicios espirituales, la casa parroquial de El Rasillo de Cameros y otro en el que no se ha podido identificar el lugar de los abusos (en estos casos suelen ser coches o domicilios particulares).

El padre Vitori en El Rasillo

Uno de los casos que se denunció a través de la Iglesia riojana fue el del padre Vitori, en El Rasillo de Cameros. Fue quizás el que más se alargó en el tiempo. Este sacerdote rasillano no se dedicaba únicamente a recopilar objetos para el museo que inauguró en el municipio antes de fallecer, sino que -al menos, entre 1970 y 1988 y 1993 y 1994- estuvo relacionado con dos posibles casos de pederastia en la comunidad. Parece que todos en el pueblo sabían que algo raro pasaba, pero nadie denunció hasta hace unos meses.

Pero no solo en El Rasillo era conocido el sacerdote. A raíz de la noticia en la que se revelaba que el cura estaba incluido en los informes remitidos a la Fiscalía, se conoció parte de una historia que era un secreto a voces en Logroño. Al parecer, el sacerdote ofrecía dinero y tabaco por ir a su casa del Casco Antiguo para charlar. La web ‘Kaos en la red’ ya sacó a la luz hace años estos hechos, contando con declaraciones de algunos de aquellos jóvenes que accedieron por entonces a la casa del sacerdote.

Museo inaugurado en El Rasillo de Cameros, con objetos reunidos por el padre Vitori.

En ellas se explicaba con detalle cómo el sacerdote utilizaba su casa de El Rasillo para abusar de los menores, a los que invitaba a pasar unas horas o unos días. El sacerdote, según la información publicada en la citada web, se dejaba caer por concurridas salas de juegos y bares cercanos a colegios de bachillerato en Logroño frecuentados por adolescentes. Una vez allí, les abordaba invitándoles a partidas y refrescos, entablando conversación con ellos y eligiendo a los más accesibles, preferiblemente internos que vivían alejados de sus familias, algo muy frecuente en los años 70.

Entonces les hablaba de la fabulosa casa que tenía en El Rasillo de Cameros, donde disponía de muchas estancias con distintos ambientes y un proyector Súper 8 que guardaba junto a una buena colección de películas porno. Lo que pasaba allí es parte de lo que se incluye en el informe aportado por el Defensor del Pueblo.

“No entiendo cómo no salen más casos en Logroño”

El de El Rasillo fue posiblemente el caso más continuado en el tiempo, pero no el único en la comunidad. Chelo Álvarez-Stehle, en una entrevista a NueveCuatroUno, se extrañaba de que “no salgan más casos de abusos en La Rioja”. La riojana ha trabajado con víctimas de abusos sexuales y su relación con ellas le hizo entender que ella también los había sufrido. Fue hace unos años cuando comenzó el proceso de introspección, con un viaje que la devolvió al Logroño de años atrás.

La mayor de siete hermanos de una familia de clase media, muy conocida en la ciudad, se encargó de abrir la caja de Pandora y enfrentarse a ella. “Fue hablando con Virginia, que había sufrido tanto, cuando entendí que lo mío también había sido una agresión. Fue entonces cuando entendí que no se trata del nivel o grado de abuso, sino de su impacto y de que la víctima debe liberarse rompiendo el silencio”. No fue fácil.

Chelo Álvarez-Stehle. Foto: EFE

En su caso, un sacerdote del colegio del Sagrado Corazón (Jesuitas) -al que acudían sus hermanos- fue quien se aprovechó de ella. “Aprovechaba su personalidad atractiva, ser un cura moderno y que yo estaba atraída por la Teoría de la Liberación para pasarse de la raya”. Tocamientos, besos robados. “Yo tenía 15 años y el primer beso en la boca fue suyo. Esa experiencia me la robó, le gustaba permanecer en el límite, intimidarme siendo sutil para que yo no me percatase, con esa edad, de lo que estaba pasando”.

Olores que marcan toda una vida

Muchos aún no se han atrevido a denunciar situaciones que marcan un antes y un después en la vida. Y sobre todo, olores que provocan arcadas treinta años después. Javier (nombre ficticio) contaba hace unos meses a este medio su caso y recordaba cómo ha crecido con ciertas imágenes en su cabeza protagonizadas por un cura y un confesionario cuya imagen aún le causa escalofríos.

“Esa rabia siempre te persigue. Esos flashes en tu cabeza hacen imposible ignorar lo ocurrido, por mucho que quieras”, recordaba. “Al principio no cerraba la puerta, solo corría la cortinilla, pero cuando ya fue tanteando el terreno comenzó a ponerme excusas como que no me escuchaba bien”. Hasta que un día la puerta se cerró y la oscuridad se hizo eterna. “Como no cabíamos bien se levantaba la sotana, abría las piernas y me cogía para meterme en ese hueco mientras empujaba mi cabeza contra sus partes y me acariciaba”.

El hedor se hacía insoportable. “Yo nunca había olido el calzoncillo de un hombre, y el tenerlo tan pegado a la nariz y a la boca se me ha quedado grabado a fuego”. La voz de Javier se entrecorta y la respiración se agita cuando rememora la situación: “Eso me marcó”.

Muchas más víctimas

Casi idénticas sensaciones son las que ha sentido David durante toda su vida. El joven también abría sus sentimientos en una entrevista a NueveCuatroUno, con la única intención de que la sociedad riojana sea consciente de que no fueron tres casos -como dice la Diócesis-, ni once, como los que obran en poder del Defensor del Pueblo. La pederastia en el seno de la Iglesia Católica ha sido durante décadas un tabú hacia el que nadie ha querido mirar. En España, pero también en La Rioja. Una comunidad lo suficientemente pequeña para que todo el mundo se conozca y en la que las víctimas solo han pretendido olvidar “por no revolver más la mierda”.

Como la mayoría de víctimas, David no busca reparación. Sabe que su caso posiblemente haya prescrito. No quiere denuncias ni que se publique el nombre del sacerdote en cuestión, pero sí que se sepa la verdad de lo que a principios de los noventa le pasó a él. Entonces cursaba quinto de EGB en los Jesuitas de Logroño. Una infancia normal como la de cualquier chico logroñés de aquella época. Marcada por el esfuerzo que le suponía estudiar, ya que nunca fue bueno frente a los libros.

Fue entonces cuando llegó una mano amiga. O al menos eso pensaba en un principio. El padre J. M. A. le iba a ayudar a sacar sus exámenes adelante. Solo tenía que acudir alguna tarde, después de clase, a su despacho que él le enseñaría cómo estudiar.  No tardó mucho hasta que el profesor y sacerdote comenzó a tocarle. “Primero por encima del pantalón, e incluso algunas veces por debajo. También me daba ‘besitos’”. No llegó nunca a consumar una violación, pero el chaval empezó a entender que eso no era normal. Era un crío. “No sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal”, se justifica ante una situación que nunca debería justificar, porque nunca debería haber vivido.

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