La Rioja

Un taller de vínculos, amistades y retos para los más mayores

Un grupo de amigos apura el almuerzo antes de proseguir con sus quehaceres para dejar todo listo de cara a la fiesta de carnaval en la que participan mañana con los escolares de Galilea. Ellos son Alfredo, Regina, Jacinto, Jesús, Mari, Agustín y Alicia. Falta algún compañero más en la mesa (la cuadrilla la completan once personas de entre 65 y 94 años) que, por asuntos médicos, no ha podido asistir “al cole”, como ellos le llama. Pero lo que se cuece en este Taller de Autonomía de Personas Mayores desarrollado en Corera desde 2016 dista mucho de lo que es el día a día en el aula de un colegio.

Surgió como una iniciativa pionera en la comunidad para dar un servicio a esas personas que, si bien son autónomas en la mayoría de aspectos, tienen la necesidad de reforzar ese vínculo en comunidad para prolongar sus capacidades lo máximo posible y alargar así su deterioro e incluso un posible ingreso en una residencia. “Los mayores a veces no somos conscientes de la oportunidad que suponen este tipo de servicios para nosotros. Pensamos que son para gente que está ya muy mal o con pocas capacidades, pero a ese tipo de personas directamente se las llevan a la residencia. Los fines de semana apenas salgo de casa y se me hacen eternos, así que estoy deseando que llegue el lunes porque aquí estamos de maravilla”, remarca Alicia, vecina de Alcanadre y la más veterana de este taller (lleva ocho años). A sus 82 años aún recuerda el pasado verano cuando puso un pie por primera vez en la piscina en compañía de su grupo. “Me tuve que comprar mi primer bañador porque no tenía”.

Alicia, vecina de Alcanadre y la usuaria más veterana del taller.

La de Alicia es una de las tantas historias de desarrollo personal y físico que experimentan los usuarios de estos programas. A su lado está sentado Agustín, también de Alcanadre, quien reafirma tajante esa opinión: “Yo de aquí no me voy a no ser que me echen. Esto es gloria bendita. Venir a este taller a diario es un lujo y a toda esa gente que duda o no sabe cómo funciona esto les diría que prueben un día. Porque como vengan ya no van a querer marcharse. Nos lo pasamos bien, pero también aprendemos muchas cosas que igual en otras etapas de nuestra vida no hemos tenido la oportunidad”.

El taller, gestionado por la empresa Arquisocial y supervisado por la trabajadora social Raquel Palacios, acoge a todos los pueblos que forman parte de la Mancomunidad del Valle de Ocón (Arrúbal, Alcanadre, Ausejo, Corera, El Redal, Galilea y Ocón). Es por ello que cuentan con un servicio de transporte para desplazar a los usuarios al centro de Corera donde se desarrollan las actividades. Todo ello por un coste mensual de 130 euros que asumen los usuarios.

“Se busca mantener la autonomía de la persona el máximo tiempo posible. Quienes acuden deben ser autónomos en muchos aspectos, pero quizás uno de los más destacables es la capacidad de decisión porque vemos que muchos de ellos ya no tienen retos. Por ello las dinámicas no son fichas y fichas, sino que hay una filosofía de vivir en la comunidad. Esto no es una clase, sino un lugar de encuentro de amigos donde se fomenta esa interacción y aprendizaje en grupo creando vínculos sanos y fuertes. Buscamos que, junto con su historia de vida los planes que se realicen se centren al cien por cien en la persona. Trabajamos sobre la mesa pero siempre cosas relacionadas con el entorno, la actualidad y sus deseos, y nunca infantilizando a los usuarios porque aquí los diagnósticos no definen”, describe Ana Rodríguez, coordinadora y responsable del taller.

Raquel, junto a Agustín (izquierda) y Adolfo.

Asegura que en términos de organización esto es similar a un centro de día como pueden ser los de Logroño, “pero la diferencia es que aquí mantenemos a los mayores en su entorno, en sus pueblos, acercándoles las mismas posibilidades para que puedan acceder a ellas sientiéndose en casa”. Además, realizándoles un control médico básico a diario con medición de la tensión y la temperatura de la mano de Minerva Novoa, la auxiliar de enfermería que trabaja en el Taller y se encarga también de las actividades físicas.

Por eso todas las actividades que se realizan, ya sean artísticas, deportivas, de terapia o de socialización, se diseñan a partir de sus peticiones. Son los propios usuarios quienes deciden lo que les apetece hacer, cuáles son sus intereses o curiosidades y, a partir de ahí, se construye. “Les ofrecemos variedad en forma y estilo, pero siempre con una línea clara, centrada en la línea Montessori Senior, para que el trabajo sea funcional y sirva para mantener sus capacidades el máximo tiempo posible. De hecho lo que más notamos es una evolución en la capacitación emocional. Lo que no han de hacer las personas mayores es esperar en su casa a ponerse mal para venir a este taller, porque entonces ya no podrán hacerlo”.

Regina, de Arrúbal, lo tiene claro. Es la más joven del grupo y no hay día que falte a su cita con el taller. La emoción se palpa en sus palabras y en su rostro al hablar, agradecida, del bien que le hace estar aquí: “Cuando las responsables se cogen vacaciones se echa mucho de menos esto. Y eso que nos ponen alguna tarea para casa, pero como aquí en ningún sitio. Es que la gente no es consciente de lo bien que te encuentras al poco de venir, por no hablar del respiro que damos a la familias”.

También desarrollan multitud de actividades fuera del centro, siempre que la logística lo permita. Salidas culturales al Museo Wurth y La Casa de las Ciencias (“contando con que muchos de los usuarios no habían pisado un museo en su vida”), actividades intergeneracionales, también asisten a fiestas de los pueblos de alrededor e incluso a las de San Mateo. “Siempre y cuando haya algo de picoteo la actividad es bien recibida entre los usuarios”, ríe Rodríguez.

Alicia y Regina, en compañía de Tirma.

Un pilar clave en este desarrollo ha sido sin duda la presencia animal en el taller. Tirma y Poliki son las dos pastoras australianas que acuden gran parte de los días como apoyo. Son perras de intervenciones que también trabajan con otros colectivos de personas con necesidades especiales, pero con este grupo lo que fomentan son las relaciones sociales. “Son capaces de abrir puertas a la comunicación y el vínculo con la sociedad. Muchos usuarios se poyan en ellas a la hora de enfrentarse a situaciones externas que podemos vivir en alguna de las salidas y que les resultan más complicadas. Además, las atienden y se responsabilizan de ellas, mientras que las perras están pendientes de su estado de ánimo continuamente”.

La evolución, incide la coordinadora, “es maravillosa”, logrando también romper temas tabú: “Hoy en día podemos hablar de cualquier tema entendiendo que este espacio es de seguridad, por lo que lo que pasa aquí se protege. Se habla de la muerte, de la salud mental, de los problemas que pueda tener cada uno,… Podemos llorar, enfadarnos, preocuparnos… pero todos los pensamientos tienen una mejor versión y en el taller la buscamos y la llevábamos a cabo”. Por no hablar de la evolución cognitiva más allá de algunas enfermedades. Rodríguez asegura que una usuaria que estaba con un tratamiento por un trastorno de salud mental logró dejar la medicación antidepresiva gracias a las terapias de grupo realizadas en el taller. “A veces la mejor medicina es la compañía”.

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