El Rioja

El Chupete de Arriezu, la herencia mejor guardada bajo piedra

José Félix Arriezu y Pablo Monreal, en su viñedo singular Finca Alto del Chupete. | Fotos: Leire Díez

Dicho queda que donde un día fuiste feliz, siempre regresarás. Porque siempre hay personas, lugares y olores que despiertan algo en ti y que te llevan a ese momento, a esa voz. Las corrientes de la vida saben con certeza cómo dar cada movimiento para que un simple oleaje no desvirtúen el destino final y a José Félix Arriezu supieron mecerlo con firmeza y cuidado por las aguas del Atlántico para que su camino lo llevara de nuevo a su hogar y a sus viñas. Corrían los años 90 cuando este joven de San Adrián, perito agrícola y con una especialización en vitivinicultura, emprendió un viaje a las Américas después de “patear” diferentes bodegas y vivir numerosas vendimias, también las de casa. “Unos tiempos en los que igual nos juntábamos 30 o 40 personas de casa. Eso era una fiesta, lo que eran antes las vendimias, y cuando el abuelo aún hacía vino en el calado de la propia casa”. Pero las nuevas experiencias y retos llamaron a su puerta y se puso rumbo a México para emprender un proyecto empresarial vinculado al cultivo del champiñón de la mano de otras firmas riojanas.

Un cambio radical y al otro lado del charco que pronto le generó morriña. “Me ofrecieron continuar en el sector del champiñón, pero yo sabía dónde estaba mi sitio y dónde podía crear algo más ambicioso”. Aunque el regreso, en 1999, y la puesta a punto con las nuevas tendencias de mercado tampoco fue cosa sencilla. “Había que ponerse las pilas y comencé con asesorías de campo en varias bodegas y me instalé como joven agricultor. Ahí fue cuando le pedí a mi padre que me diera la parte de las viñas que me correspondía y su respuesta fue contundente: ‘Si quieres viñas, te las plantas'”, recuerda entre risas. “Aunque hubo suerte, porque la única viña que me dio para empezar con el proyecto era una verdadera joya de 1980 plantada toda de garnacha”, reconoce Arriezu, quien poco después decidió reconvertirla de vaso a espaldera para facilitar su manejo.

Lo que no sabía es que esta viña, que aguanta valiente sobre piedras blancas en lo alto de la zona conocida como Montecillo y que está próxima al pueblo de San Adrián, crearía un vínculo tan especial con su hijo Pablo. Este dio un paso adelante en la gestión de la bodega a principios de 2020, con sus escasos 22 años, y en ese momento José Félix marcó el camino de esa garnacha cediéndosela a su hijo. “Pero esta siempre había sido la viña de Pablo porque curiosamente aquí enterramos su chupete de cuando era bebé como si fuera un juego de niños para retirárselo del todo. Y 22 años después llegó el verdadero regalo, porque desenterramos su chupete justo el año en el que Pablo se incorporó al proyecto y coincidiendo también con el año en el que nos concedieron la categoría de Viñedo Singular”. Así que el nombre tenía todas las papeletas para ganar: Finca Alto del Chupete.

Se cierra así un círculo familiar en torno a un paraje vitícola que rebosa potencial y singularidad. Basta con echar la vista a pocos metros de este suelo pedregoso por el que tanto Pablo como José Félix caminan con garbo. La diferencia salta a la vista: viñedos arcillosos con cero restos de canto rodado. “Esta viña es diferente al resto y es por eso que tuvimos claro que tenía que ser esta la que optara a Viñedo Singular”. Un oasis en la ribera Navarra, una zona donde ganan protagonismo los invernaderos y las hortalizas, pero que todavía resisten las buenas garnachas. Ahora la vista de este equipo que también se dedica a injertar viñedo en otras zonas de producción está puesta en colocar el riego subterráneo como un sistema de apoyo, así como una cubierta vegetal.

La cosecha 2023 en JF Arriezu comenzó un 26 de agosto con las blancas y algún tempranillo tinto que corría prisa, pero no fue hasta septiembre cuando se generalizó en mayor medida para ir abarcando poco a poco las cerca de 70 hectáreas de viñedo que tienen en propiedad la bodega, todas ellas gestionadas en ecológico y, desde este año, también con el sello Demeter de agricultura biodinámica. Entrada ya la recta final del mes le toca el turno a esta niña mimada de la familia, el germen de toda su historia y de las pocas parcelas que la bodega recoge a mano en cestos y cajas.

Es poco más de una hectárea y media de superficie, de lo que un 15 por ciento aproximadamente es de garnacha blanca. Por delante tienen la vendimia de unos 8.000 kilos de uva entre tintas y blancas, aunque desde hace un año lo elaboran ya por separado. La de esta añada también va a ser una vendimia diferente, y es que otros años se ha organizado toda una jornada de fiesta y trabajo entre familia y amigos, cortando uva por la mañana y almorzando y brindando al medio día, pero este año ha habido que aligerar el paso. “En julio daba gusto ver la uva, lo buena que estaba, pero con el calor de agosto se quedó un poco más tocada y no podíamos esperar más a meterla en bodega”, apunta Pablo. Así que dicho y hecho, un martes a las 8 de la mañana ya estaban todos los cestos y guantes listos para embadurnarse de mosto.

Por suerte, en esta zona de la ribera navarra no ha pegado la botrytis y el riego ha permitido que las cepas no sufran en demasía, aunque esta garnacha de 43 años no ha visto agua por goteo en todo el verano. “Son plantas que aguantan la sequía, pero el problema es que también ha venido un año muy cálido. Aún con todo y con ello estamos contentos con el resultado que nos ha dado a pesar de las complicaciones”. Los cestos avanzan por cinco renques al mismo tiempo mientras las cepas se van despejando de racimos y alguna que otra hoja y el sol comienza a levantar con más agilidad. La uva blanca ya está cortada, con un rastreo fila a fila en busca de esas escasas cepas que en su día el abuelo de Pablo plantó de manera alternada, sin un orden concreto. “Y qué bien hizo, porque tener ahora garnacha blanca entre nuestras variedades es un lujo y, sobre todo, para poder trabajar y hacer un vino con ella”. Y es que junto con otra partida de garnacha blanca en otra parcela se elabora un monovarietal “que va a arrasar” en el mercado y que pronto verá la luz. Tiempo al tiempo. Mientras tanto, el equipo de Arriezu continúa abriéndose hueco con su Chupete para hacer ver que la calidad te la da la tierra, estés donde estés, siempre y cuando sepas entenderla.

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