El Rioja

La fuente sagrada de Los Quiñones de Tobelos

El Viñedo Singular Los Quiñones alberga cepas de viura registradas en 1950

Adriana Laucirica, enóloga de Bodegas Tobelos, en el Viñedo Singular Los Quiñones. | Fotos: Leire Díez

Una serpiente de luces anaranjadas marca el recorrido del asfalto por la A-124, el ramal N-232a, en mitad de la oscuridad. Entre curvas, pendientes y cambios de rasante, cruzando el casco urbano de un pueblo alavés para, en pocos kilómetros, adentrarse en territorio riojano y, de nuevo, volver a pisar suelo vasco, aunque aquí las fronteras las marca más el río Ebro y la Sierra Cantabria que los límites geográficos. Los rotativos de los tractores intercalados indican que la vendimia en esta zona está ya latente y antes de que empiece a alumbrar Lorenzo los remolques estarán colocados en las parcelas esperando su carga.

No han dado las 8 de la mañana aún y a pocos kilómetros de Labastida, aunque ya en tierra de San Vicente de la Sonsierra, una cuadrilla de siete personas descarga decenas de cajas blancas y granates serigrafiadas con el título de Tobelos y se dispone a elegir el renque por el que comenzar la primera jornada de la campaña 2023. La niebla del amanecer va cubriendo parte de las laderas de la Sierra Cantabria, dibujando una bruma blanca a mitad de camino y dejando sobresalir sus cumbres. Un verdadero espectáculo de la naturaleza presenciado desde otra obra natural: el Viñedo Singular Los Quiñones. Cepas de viura registradas en 1950, aunque con muchas sospechas de que la viña supera los cien años ya, se extienden en una pronunciada ladera y sobre una cubierta vegetal espontánea ocupando unas 0,6 hectáreas, junto a unos corros de cepas de garnacha blanca y otras tablas más abajo de tempranillo tinto más joven.

Vendimia en el Viñedo Singular Los Quiñones de Tobelos.

Toda una joya que rodea otra obra histórica, esta vez, creada por manos del hombre. En el centro de esta parcela se erigen las ruinas de una antigua ermita, la de Fonsagrada, que data del siglo XII y que Tobelos rehabilitó hace unos años para preservar este enclave en las mejores condiciones. Aunque lo que hace más singular si cabe a este paraje no son sus cepas ni este derruido templo religioso. Cuando Tobelos se hizo con la propiedad de esta finca que sobrevivía entre el abandono y el olvido se implicó en su restauración para devolverla a la vida con todos los elementos que la hacían única. Así fue como, en una de esas jornadas de limpieza y retirada de piedras y maleza, descubrieron una necrópolis medieval con 72 de oquedades abiertas en la propia roca. Yacimientos arqueológicos que son muy frecuentes encontrar por toda esta zona de la Sonsierra.

“Estoy segura que se siguiéramos excavando y limpiando la zona, debajo de las cepas que hoy cultivamos encontraríamos más tumbas. Aquí vinieron los arqueólogos por parte de la Diputación y se llevaron un montón de restos humanos que había encontrado envueltos en telas de saco negras. Así dataron que esta necrópolis abarcaba desde el siglo X hasta el XVI interrumpidamente. Se piensa que fue por eso por lo que después construyeron aquí la ermita, cuyo nombre proviene d la Fuente Sagrada, y es que aquí debajo hay un pozo hasta donde llegaba un manantial desde Labastida y con cuyas aguas, contaban, bañaban a los muertos antes de darles sepultura”, explica la enóloga de Tobelos, Adriana Laucirica, mientras pasea sobre la estructura metálica colocada como protección y preservación.

Adriana Laucirica sobre la ermita reconstruida por Tobelos en el paraje de Los Quiñones.

A pocos metros, Jorge vigila desde lo alto del remolque que no entran hojas a las cajas que recorren cada renque para hacerse con los racimos más lustrosos que han quedado tras las inclemencias meteorológicas. Él es uno de los tres viticultores de Labastida que se encargan de llevar el campo en Tobelosdurante todo el año y localizar a las cuadrillas necesarias para cada campaña. Además, aportan sus parcelas al proyecto de la bodega, que gestiona unas 50 hectáreas de viñedo, pero solo diez son de su propiedad. Mientras recibe las cajas cargadas de viura de los trabajadores comenta que el año viene complicado. Calcula que se habrá perdido entorno a un 30 por ciento de la producción en Los Quiñones a causa del hielo y las tormentas de granizo que dañaron sarmientos y racimos, así que saldrán unas pocas menos botellas de este blanco que viene elaborándose desde 2019.

“Aunque hubo tormentas, las precipitaciones aquí no fueron muy abundantes por lo que la uva después de los daños no pudo engordar para recuperar esos kilos. Además, al estar en pendiente, en esta viña el agua no se retiene ni la absorbe la tierra, sino que discurre ladera abajo y no se aprovecha tan bien”, señala este viticultor veterano. Pero hay más. “El principal problema”, añade la enóloga, “es que no está subiendo el grado porque se está hinchando el grano y luego con el calor que hizo se perdieron hojas, lo cual tampoco ayudó para el ciclo final de maduración. La única forma de ganar grado hubiera sido apostar porque la uva se redujera y se pasificara, pero ahí ya nos arriesgamos a perder aromas y de todo”. Y no es lo que busca Adriana, quien se decanta siempre por unos vinos con frescura y estructura y se aleja de aquellos más golosos y maduros: “Prefiero tener menos grado pero no tener enfermedades ni pasificaciones que implica destrucción de aromas y frescura”. Por eso es que la vendimia de este Viñedo Singular se ha adelantado un poco este año.

Jorge, viticultor de Labastida, en la vendimia de Los Quiñones de Tobelos.

Así que el panorama evidencia que tocara jugar en bodega. La campaña ha arrancado con fuerza, “y buenos ánimos”, en la bodega de Briñas que tiene por delante tres semanas de recepción de uva hasta que recorra todas las parcelas distribuidas entre este término, Labastida, San Vicente de la Sonsierra y Salinillas de Buradón, donde aquí todo funciona al revés dado el clima protagonista al otro lado de la cordillera. Cuando no son heladas, son tormentas de piedra, y siempre con intensidad, por eso el vino que sale de la viña que gestionan en Salinillas no se elabora todos los años. Esta campaña, por ejemplo, la parcela ya está lista para vendimiar cuando es de las últimas en recoger en Tobelos.

“Aquí todo va pausado porque no tenemos tolva, todo se recoge en cajas y luego pasa por una mesa de selección, así que sin prisa. Ahora están recorriéndose las parcelas que tienen blanco y tinto mezclado para cortar esos racimos blancos e igual pueden tardar dos días en hacerlo para sacar unos 3.000 kilos en total”, añade Adriana quien, más que en bodega, estas jornadas de cosecha se las pasa en campo controlando que la uva llegue perfecta. “Antes no me metía tanto en la gestión de las viñas, pero ahora sí, ahora me meto en todo y exijo, no solo durante vendimias. Cada vez me doy más cuenta que lo que no hagas en el campo no lo vas a hacer ya en bodega y eso, evidentemente, también se paga al viticultor”.

Son ya siete vendimias las que Adriana lleva en esta bodega que hace las veces de balcón a un punto montañoso en el que se une la Sierra Cantabria con los Montes Obarenses. “Un verdadero lujo para quienes trabajamos aquí, pero también para quienes nos visitan porque se quedan maravillados”. Y es bajo tierra, en las entrañas de la bodega, donde se encuentra su laboratorio para hacer los experimentos que mantienen vivo su ingenio: una sala de microvinificación donde probar, errar y acertar.

Su incorporación a la dirección técnica de la bodega supuso un punto de inflexión en la elaboración de las diferentes gamas de Tobelos, apostando más por los parcelarios y por nuevos estilos de vinos. “Yo tenía claro que había viñas que por sí solas eran perfectas y esas uvas había que elaborarlas por separado. También cambié el estilo del monovarietal de garnacha, dotándolo de más fruta y rebajando un poco la presencia de madera. A mí lo que me gusta es que en los vinos se palpe la madera, pero que esta no destaque sobre la fruta, por eso que cada vez uso recipientes más grandes, como bocoyes (de 650 litros) o tinas de madera”, incide orgullosa del desarrollo enológico que ha seguido la bodega en su apuesta por marcar el carácter de una viña en un vino.

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