El Rioja

El Viñedo Singular más pequeño de Rioja crece en San Asensio

Rufino Lecea, analiza una baya de su Viñedo Singular en San Asensio. | Fotos: Leire Díez

Comienzan los muestreos por San Asensio. “No sé, igual para el día 16 o 17 podemos empezar ya. O para San Mateo, a saber, e igual empezamos antes con el blanco. Es que ha caído tanta lluvia que ha cambiado todos los planes. Fíjate que el año pasado para el 7 de septiembre ya habíamos empezado a vendimiar, pero este año habrá que esperar porque aunque la viña necesitaba mucha agua, igual lo que ha caído es en exceso si además se mantiene este calor y proliferan los hongos”, tantea Rufino Lecea desde su viña catalogada en 2017 como Viñedo Singular.

Primero cata un grano del hombro del racimo en una de las primeras cepas próximas al camino donde ha aparcado el coche. “Aquí se nota algo más de acidez”, valora mientras mastica las pieles. “Y mira, el color se ve bueno. Unas cepas más al fondo, hacia la zona de Valpierre, el gusto ya es distinto, “este tiene más grado”. Refractómetro en mano, guiña un ojo para ver cómo avanza esa uva exquisita. “No sé, aquí el grado ya empieza a subir. A ver si hay que venir a coger la uva antes de lo esperado…”.

De esos suelos arcillocalcáreos y pobres bajo unas llanuras más ricas emanan actualmente en torno a unas 670 botellas de Reminde, nombre que hace honor al paraje sobre el que se asienta esta parcela de 2.200 metros cuadrados (en torno a una fanega) de tempranillo, aunque con alguna que otra de viura que se coló en su día. Cepas al vaso que plantó junto a su padre hace ya 43 años y que desde hace ya seis años constituyen su joya vitícola con la que se ha abierto un hueco en Rioja y en los mercados pudiendo presumir de tener el viñedo singular más pequeño de la denominación.

“Lo que nos permite comercializar bajo esta categoría de calidad es tener una diferenciación y defensa de las elaboraciones muy cuidadas y artesanales y con respeto siempre al terreno y al paisaje. Y como los vinos de Viñedo Singular como los de Municipio o Zona lo que buscan es encontrar algo único y propio que los diferencie como Rioja, porque las categorías tradicionales de crianza, reserva y gran reserva se pueden hacer en cualquier parte”, incide, asegurando que desde el primer momento que se anunció la creación de esta nueva clasificación quiso que esta viña, “la mejor” que tiene, estuviera en ese listado.

Desde chaval ha ido al campo y ha participado en la elaboración de vino, pero hasta hace diez años no comenzó su andadura como elaborador ‘oficial’. Una afición, o “vicio” como él dice, que ha compaginado con la docencia como maestro de Filosofía. Ya lo hacía el filósofo Platón en su época, quien se refería a las cualidades estimulantes de un buen vino para buscar la verdad. Y es que ambas disciplinas, vino y filosofía, han demostrado su buena afinidad en tiempos pasados, siendo muchos filósofos grandes amantes del vino por esa relación que existe a la hora de acercarse a ambos mundos: con paciencia y sutileza para buscar su esencia.

Así trabaja Rufino unas cepas “que se esfuerzan por sobrevivir”, en las que la producción se regula de manera natural (“aquí no se hacen aclareos”, ríe) y donde el manejo se hace de manera “sostenible”, como describe. Es decir, mínima intervención. “En la elaboración sí me gustaría más trabajar más con levaduras autóctonas, pero tampoco tengo muchos medios para depender cien por cien de ellas. Tal vez en un futuro me anime a ello”. Se encarga de todo el proceso tanto de la producción como de la elaboración, con el despalillado y los remontados, y reconoce que a la hora de hacer la malolática es complicado ante partidas tan pequeñas .

Lleva ya diez años elaborando vino de unas dos hectáreas de viñedo repartidas en tres parcelas, pero de las que solo elabora una partida de kilos que ronda los 2.000, mientras que el resto, que es la mayoría, lo vende a otra bodega. Es enamorado del vino y las palabras, con sosiego y templanza, asegura que lo más difícil de esta labor en la que se ha metido de lleno es lograr colocar el vino en el mercado. Él lo vende principalmente en tiendas especializadas, mientras que en restauración le está costando más. “Al final si vas con pocas botellas y de una marca desconocida es normal que cueste porque tampoco son botellas que salgan a precios de lineales. En los restaurantes a veces nos quieren salirse de su carta de confianza, por eso hay que apañárselas para dar con quienes estén dispuestos a probar cosas nuevas”.

Y de pequeños viñedos a pequeñas bodegas. Rufino es uno de los dos únicos elaboradores que vinifican en el antiguo barrio de Las Cuevas de San Asensio (con sus más de 300 calados datados del siglo XVI) y cuyos vinos salen al mercado. El otro es su hermano Luis Alberto. Algún que otro valiente más del pueblo sigue descendiendo esos escalones para adentrarse bajo tierra con el afán de mantener una tradición. “Pero casi que cuento con los dedos de una mano los que siguen elaborando en estos calados vino para consumo propio. ¡Con la de vida que tenía antes este barrio de bodegas en la época de nuestros padres y abuelos! Todo el mundo hacía su propio vino y ahora, en cambio, la mayoría de cuevas están hundidas ya o en muy mal estado”.

Abre la puerta del número 15 en la calle Las Cuevas y se adentra en las profundidades de su estrecha cueva donde aún queda el lago de hormigón en el que pisaba la uva con su padre. Escalones abajo, apenas tiene tres barricas de roble francés para dar forma a su viñedo singular (aunque lo habitual es que utilice entre una y dos), junto a otras cuatro que emplea para el crianza que, sin embargo, ha de salir con la contraetiqueta de genérico, ya que en ese calado no podría meter el medio centenar de barricas que necesita un elaborador en Rioja según la normativa del Consejo Regulador para poder hacer mención al tiempo de envejecimiento. Y es ahí en ese rincón donde se mantiene al margen de las corrientes de la superficie mientras va probando cómo avanza su creación.

Ya es veterano en el asunto, “pero cada año es diferente porque cada vendimia es también distinta”. Y eso es también lo bueno. “Hasta los abuelos lo dicen, y mira que ellos llevan vendimias a sus espaldas, pero ya saben que un año no va a ser igual que el anterior”, asegura mientras muestra sus artilugios artesanales solo aptos para pequeñas producciones. Una prensa de madera, una encorchadora y una etiquetadora manual.

El sol está pegando fuerte recién entradas ya las horas centrales del día mientras la juventud apura los últimos días de las fiestas en honor a La Virgen de Davalillo y se prepara para celebrar la Jira a Villarrica y saborear ese novillo guisado. Rufino ha sacado la sombrilla al patio de la bodega y aderezado la mesa con un par de copas, a las que se han sumado progresivamente otras tres más al tiempo que iban sumándose comensales con el paladar hambriento de saborear esa añada de 2019 que su autor ha descorchado con gusto. Una copa para Jesús Ángel, otra que coge después Rodo y una tercera para Carlos, que se ha unido a esta reunión informal con un tomate recién traído del huerto. Manjares de la tierra que bien saben si bien se comparten.

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