El Rioja

María Paz Diago: “Ha llegado el momento de clasificar cepas y parcelas”

María Paz Diago, en el campo experimental de Corazonistas. | Foto: Leire Díez

Viñedo y termómetros a más de 40 grados nunca forjaron una sólida amistad. Buena cuenta de ello dan numerosas viñas de Rioja que se muestran con hojas secas, incluso caídas, tras el paso de la última ola de calor que puso a temblar a todo el campo. Episodios que ya hace un año, tras cerrar las puertas de una nueva vendimia, Fernando Martínez de Toda alertaba de que serían la tónica general allá por 2050.

Sin alejarnos de las voces expertas, María Paz Diago valora que más allá de esas altas temperaturas y su efecto directo en las uvas, lo que está dibujando un nuevo escenario en la viticultura es el calentamiento global y progresivo. Doctora en Ciencias Agrarias y Alimentarias por la Universidad de La Rioja e investigadora en el Instituto de Ciencias de la Vid y el Vino (ICVV), asegura que entre 1980 y 2014 la temperatura promedio ha aumentado cerca de 1,5 grados. “Esto es lo que realmente ha de preocuparnos, porque no se trata de un hecho puntual, de un año muy caluroso, sino de algo que avanza gradualmente”, insiste.

En los últimos años, esta investigadora ha dejado numerosas e interesantes reflexiones a tener en cuenta a la hora de valorar la viticultura de un futuro próximo: “La acumulación de calor durante el periodo de crecimiento tendrá distintas consecuencias: como el adelanto de los procesos, de los estados fenológicos, desacoplamiento de la maduración, más plagas y enfermedades,… Con una tendencia a que se acorten los plazos”. “Tenemos que saber cuánto y cómo regar; en Rioja no ha habido costumbre de hacerlo y hay que ser más eficientes”. “El cambio climático puede llegar a cambiar el perfil de los vinos de Rioja. La cuestión es ir adaptándose a ello”.

Viñedo en el campo experimental de la Universidad de La Rioja en Corazonistas.

¿Y nos estamos adaptando? Diago atraviesa los renques de tempranillo tinto que ocupan desde hace ya unas décadas el campo experimental de la Universidad de La Rioja en Corazonistas, ubicado en los jardines del antiguo Seminario y donde cada año los alumnos llevan a cabo sus prácticas en viticultura y los investigadores, sus proyectos y ensayos. Es un pequeño reducto de calma en medio de la urbe. “Una vez dentro, te aísla y parece que no estés prácticamente en el centro de Logroño. Además, es un sitio muy práctico para los estudiantes al estar tan cerca de las aulas”, apunta la docente como si de un refugio vitícola se tratara. También hay una pequeña plantación de olivos con regadío e incluso una gran calicata para que los chavales profundicen en las particularidades de los suelos, factor indispensable en la producción pero que no siempre se tiene en cuenta.

“En este campo, al igual que en el resto con los que cuenta la Universidad, probamos diferentes técnicas y sistemas de gestión del viñedo, como pueden ser marcos de plantación, conducciones más libres, niveles de riego,… Ya se han demostrado numerosas prácticas que funcionan de cara a la adaptación del cambio climático, pero hay que continuar con los ensayos y análisis porque ahí recae la clave de una buena gestión vitícola que después repercutirá en el plano enológico”.

Diago recalca que el camino a seguir de ahora en adelante, más allá de la aplicación de sensores de medición, de diferentes sistemas de conducción o del uso de otras variedades más resistentes, ha de centrarse en la capacidad de clasificar cada parcela en función de sus características y a su vez, saber clasificar también por zonas dentro de una misma parcela: “Hay que saber diferenciar. Ha llegado el momento de clasificar por cepas y por parcelas para determinar su capacidad productiva, pero también lo que esa planta y esa parcela necesita para producir calidad”.

Todo ello se resume en la viticultura de precisión, que no es otra cosa que medir para lograr objetivos sostenibles y rentables. “Y para ello hace falta inversión, por supuesto, pero también implicación y concienciación. Al igual que en un mismo término municipal no todas las viñas son iguales en cuanto a rendimientos y calidad, hay que entender que en una misma viña hay zonas con diferentes necesidades, por lo que habrá que aplicar distintos tratamientos o en distintas dosis en unas y otras zonas si queremos que la plantación esté regulada. Se trata de evitar que se desaproveche producto en un sitio y escasee en otro y por eso hay que conocer lo que tenemos para poder sacarle el máximo partido”, sentencia.

Sabe que los pasos se van a dar en el sector poco a poco, pero se muestra convencida de que la viticultura de precisión acabará por llegar a manos del agricultor: “A medio o largo plazo, pero llegará porque los recursos como el agua son limitados y es en años como este, en el que el agua ha entrado en el campo de batalla a la hora de gestionar diferentes cultivos, en los que se hace más evidente”.

Ya el año pasado tuvieron que prescindir del riego ante la falta de agua en las dos parcelas de tempranillo y graciano de Tudelilla, donde desarrollaban el proyecto de investigación ‘SpectralWater: Desarrollo de una herramienta multiespectral para la gestión sostenible del riego en viticultura de precisión’. “Teníamos ya todo instalado, con diferentes niveles de riego, con cuatro repeticiones y bloques, para tener un diseño agronómico ya que el suelo es variable y si el diseño no está bien planteado a veces se pueden sacar conclusiones erróneas. Por eso se necesitan repeticiones y años”, explica.

Ese estudio, que le llevó tres años de trabajo al grupo Televitis del que forma parte Diago, les permitió determinar el estado hídrico de los viñedos con gran definición, ya que lograron un porcentaje de fiabilidad de casi el 75 por ciento, “una cifra muy elevada en este campo”. Gracias al diseño de un sensor espectral en el infrarrojo, se puede crear mapas de monitorización y facilitar así la toma de decisiones relativas al riego, de forma no destructiva y sin estar en contacto con la cepa, ya que se hace a través de un vehículo móvil terrestre.

“Hay que regar con conocimiento, con sostenibilidad, sí, y no gastar agua por gastar sin saber cuánta y cuando se necesita. Y eso, todavía hoy con la situación de sequía prolongada que vivimos, se sigue haciendo. Aún recuerdo una foto que tomé en la primera semana de septiembre hace ya siete años en un viñedo de Rioja Oriental. Lo que me encontré ese día fueron unas cepas completamente defoliadas por el estrés hídrico y eso que tenían riego. Aún les faltaban los días más críticos antes de vendimiar, pero esas uvas ya no iban a madurar porque no tenían hojas. Este año seguro que hay viñas que muestran una estampa similar porque no se ha podido regar”.

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