Agricultura

Una apuesta por las raíces

Sergio Gutiérrez es un joven agricultor profesional que afronta un futuro incierto

Sergio Gutiérrez, sobre su cosechadora en una finca recién segada

La mañana ha salido algo fresca y la tierra aún está ligeramente húmeda a pesar de que la noche anterior cayeron, como quien dice, “cuatro gotas”. La cosechadora de Sergio se encuentra en un rastrojo próximo a una de las fincas de trigo que segará en las próximas horas si las pruebas de humedad dan el visto bueno y es que, un año más, la campaña avanza a trompicones entre lluvias y granizadas. “Y cuando no, hay que parar porque se ha fastidiado alguna pieza de la máquina”.

Sergio Gutiérrez cumple en unos meses 23 años y desde hace tres ya cotiza en la seguridad social agraria por cuenta propia. Es el único de su pueblo, Corera, pero también es de los pocos jóvenes menores de 25 años que se ha quedado en el campo de manera definitiva, al menos, en unos 20 kilómetros a la redonda. “Casi puedo contarlos con los dedos de una mano”. Y eso, cuando el campo se hace más duro de lo habitual, le da qué pensar. “Ves que tus amigos a las cuatro de la tarde están ya libres un día de verano para hacer lo que quieran, pero tu tienes que ir a las viñas o estar cosechando. Y estás sin horarios, mientras que ellos acaban su jornada y ya se despreocupan hasta el día siguiente. Eso a veces se hace duro, eh”, ríe mientras revisa el corte de la máquina.

Comienza a levantar el día y el sol ya va ganando presencia. “A ver si esta tarde se puede cosechar”. Aún le queda una semana de campaña, después de llevar unos 10 días yendo de una finca a otra. Y mientras lo combina con el deshojado de las viñas y las manos de tratamientos. “Esta mañana temprano, después de limpiar la cosechadora, me he ido a deshojar con el tractor, que por suerte ahora tenemos máquina y la tarea se hace mucho más llevadera”. Pero no está solo. Con su padre Javi y el abuelo Félix como agricultores, el camino estaba bien dibujado entre los renques de las cepas y los sembrados cuando decidió apostar por la actividad agrícola como modo de vida.

“Está claro que si no yo no estaría aquí. ¿Acaso puede alguien ponerse de agricultor sin tener ya de antes un tractor, algo de campo o incluso un pabellón? Nadie se lo plantea si tiene que empezar de cero porque es algo inasumible. Bueno, a menos que tu familia tenga muchísimo dinero y te lo costee todo, pero eso no es lo habitual. Y no hablemos del papel de viña en Rioja que está bien caro. Tampoco te basta con las subvenciones que te puedan dar por ser joven agricultor. Aquí, o partes ya con gran parte de la inversión hecha, o es imposible quedarte en el campo preguntes a quien preguntes. Así que por ese lado tengo que decir que también me siento afortunado por poder dedicarme a esto”, sentencia.

Cuando dejó de estudiar, seguir los pasos de su familia fue la primera opción que barajó y no cree que se llegue a arrepentir nunca de su elección: “El campo es algo que siempre me ha gustado. Hay días que no tanto, pero me gusta. Me gusta trabajar al aire libre, trabajar con la maquinaria, no tener jefes por encima y, sobre todo, me gusta porque es una forma de mantener todo lo que ha trabajado mi familia, ayudar a mi padre e ir ampliando la explotación porque se trata de seguir creciendo y más con los años que me quedan por delante”.

Con cerca de 40 hectáreas de viñedo en propiedad y unas 500 fanegas de cereal (100 hectáreas) que siembran, este joven agricultor es consciente que ha puesto un pie en el campo en un momento que se aleja de esos años de bonanzas vividos en generaciones pasadas. “Ahora los precios que se sacan son de risa. La uva esta fatal y el cereal, que debería estar subiendo, también está en caída, pero ya dicen mi padre y mi abuelo que siempre en el campo ha habido años malos y que luego se recupera. Yo apenas llevo tres y creo que hasta pasados cinco años o así no podría hablar de rentabilidad”, apunta.

Lo que tiene claro es que quiere gestionar mejor su tiempo “para tener tiempo de trabajar y también de disfrutar”. Reconoce que la percepción del trabajo de la generación de su padre a la suya ha cambiado mucho: “Ellos no salen del campo, las cosas como son, y se preocupan mucho por las cosas. Yo quiero dedicarme al campo, pero también quiero tener tiempo para salir y disfrutar, vaya, tener vida más allá del trabajo. Y creo que se puede, aunque también creo que conforme pase el tiempo se me irá pegando más la mentalidad de mi padre. Lo que veo es que cada vez la gente joven quiere más un trabajo de las 7:00 a las 15:00 horas y que le de para vivir bien y sin muchas preocupaciones”.

Mantiene firme su esperanza mientras la cosecha comienza a pesarle y las horas cada vez pasan más lentas en la cabina de la máquina. “Y para lo que vamos a sacar luego… Si el año ya venía malo, la última granizada que cayó acabó de rematarlo”. Calcula que sacará un tercio del grano del año pasado, con unos rendimientos medios que se quedarán entre los 400 y 500 kilos por fanega, “aunque hay fincas que están sacando más y otras menos”.

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