El astro

Huécanos, al rescate de su ermita: “Solo un pueblo que se ayuda es pueblo”

No es la primera vez que Ignacio Subero, natural de Calahorra y desde hace seis años párroco de Huércanos, se enfrenta a los desastres del agua. En sus años de misionero en Japón, incontables tifones sorprendieron al cura en numerosas ocasiones, pero esta tormenta ha sido diferente.

Todavía hoy, tres días después de que las lluvias destrozaran Huércanos, Ignacio señala que todavía hay vecinos limpiando, “porque hay mucho que hacer. Lo peor viene ahora. Toca recomponerse y afrontar las pérdidas que esta tormenta va a suponer para muchas familias que viven del campo”.

EFE/ Raquel Manzanares

Agotamiento y resignación. Así podría resumirse el estado de un pueblo en el que la lluvia también ha ‘tocado’ a la Ermita de San Pantaleón. “Todavía no podemos calcular las pérdidas materiales que hemos tenido, pero el agua ha llegado hasta el altar, ha estropeado la megafonía y todavía cala las paredes de piedra”. De lo poco que se ha salvado, “gracias a Dios”, han sido los bancos que varios vecinos movieron hasta la calle y el retablo, “para el que hemos puesto un deshumidificador con el fin de que seque rápido la humedad y no haya que lamentar más daños”.

El tiempo apremia, más que nada porque el 16 de julio comienza la novena por el patrón San Pantaleón, justo antes de las fiestas, y “todos los vecinos vienen a la ermita a misa”. De todas formas, la confianza es lo último que se pierde y el párroco está convencido de que “vamos a poder celebrarla aquí”.

Por fuera, desperfectos en los jardines que rodean a la ermita y la tapia que la protege por detrás, totalmente derrumbada. Pero Ignacio no se olvida de sus vecinos, los que viven justo al lado y enfrente. “Hace nada acababan de restaurar la casa y ahora se ha echado todo a perder. Lo mismo le ha pasado a un matrimonio joven que han rehabilitado la vivienda de enfrente y ni siquiera les ha dado tiempo a estrenarla”.

Un pueblo unido, jamás será vencido

Este párroco riojano todavía recuerda con emoción cómo “los vecinos del pueblo se han volcado desde el minuto unos con otros”. Además, agradece la ayuda prestada por los bomberos y la rápida intervención de varios retenes forestales, pero destaca que “con todo lo que esta gente tiene encima, no hay ni un solo vecino que no haya echado una mano al resto”.

Y con eso se queda. Impotencia, sí, desolación, mucha, pero la ayuda mutua por encima de todo. “Es increíble ver cómo la gente, con lágrimas en los ojos está dispuesta a colaborar en todo momento. Ahí es donde veo yo el Evangelio, en el estar comprometidos en los momentos de necesidad. Con preocupación, indefensión, pero con una capacidad de superación inigualable. Porque solo un pueblo que se ayuda es pueblo”.

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