La Rioja

Pacota, diez años unido a su silla y a su eterna sonrisa

Santiago Ezquerro sufrió un accidente hace diez años que le postró en una silla de ruedas

Fue un 17 de junio de hace diez años. “Parece que fue ayer”, dice con su humor habitual tras el café de El Gallo y entre saludo y saludo de todo el que va pasando por la plaza de la Iglesia de Pradejón. Lo recuerda todo: el dolor intenso, cómo le ponían las vías y la sensación de tuvo desde el primer momento de pensar: “Pacota, de ésta no te levantas”.

Eran poco más de las nueve y media de la noche. Un lunes como otro cualquiera. Había quedado con los amigos para cenar. “Trae un queso fresco, Pacota”, y Pacota entró en la carnicería y subió a por el queso fresco para sus amigos.

Un despiste, mala suerte, una caída de poco más de dos metros y medio en el montacargas y lo que para otro hubiese sido el peor día de su vida, para Pacota fue el principio de una nueva vida llena de cosas por las que dar las gracias. “Pensaba que había subido en el montacargas y me monté sin mirar, luego me acordé que había subido por las escaleras”, recuerda. Pero desde entonces todo son reconocimientos a los que tiene alrededor. “Mi mujer, mi madre, mi suegra, mi padre que ya no está, mis hermanos, mis hijos, mi cuadrilla, mis amigos… si es que no puedo tener más suerte”.

Operación en Logroño, 25 días de hospitalización y nueve meses en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. “Recuerdo que me dieron la enhorabuena por la operación del hospital San Pedro, debía tener todo destrozado e hizo un buen apaño el cirujano”. Se sabe los nombres de cada uno de los médicos por los que ha pasado a lo largo de los diez años. Algunos se han convertido en amigos, algo fácil con Pacota.

La noticia corrió como el rayo en Pradejón, en Calahorra, en Logroño. Todos querían saber cómo estaba el carnicero de Pradejón que tantos buenos ratos repartía en las plazas de toros de toda La Rioja (sigue un poco mosqueado por no poder ir a la de Calahorra), en los restaurantes de la zona, en los partidos de pelota y allá donde hubiese una orquesta, un partido de fútbol (espera con ganas el de las femeninas de este fin de semana en su pueblo), o una cena de amigos.

“Esto me hizo ver desde el principio lo que la gente me quería, nunca había sido consciente hasta entonces”, dice recordando cómo las enfermeras de Toledo le preguntaban si era famoso. “Es que sólo faltó poner autobuses para ir a verme, yo creo que pasó todo el pueblo y buena parte de La Rioja”.

Optimista por naturaleza a pesar de las circunstancias. “Todo lo que ha pasado ha sido bueno desde entonces, también ha habido malos momentos pero los hubiese tenido igual si estuviese de pie”, asegura. Ahora hace gimnasia tres días a la semana e incluso anda en paralelas y nunca ha perdido la ilusión por poder echar algún día a andar, “aunque es algo que no me quita el sueño, no iba a ser más feliz de lo que soy”.

Le ha hecho 190.000 kilómetros a su coche en estos años y reconoce mirar la vida con otros ojos. “Pones el punto de mira en otras prioridades, especialmente en disfrutar cada momento”. Su agenda está llena. Es difícil encontrar un hueco con él. “Tiene agenda de ministro”, dicen desde la mesa de al lado unas vecinas de Pradejón.

Cada uno de los que pasan por la terraza le saludan, quedan con él para otra ocasión, le dan recuerdos para su mujer o sus hijos. “Todos los días tengo algo que hacer, no me gusta dar pena y creo que lo he conseguido, a la gente a veces incluso se le olvida que estoy en una silla de ruedas, a mi también”.

Con su eterna sonrisa acopla su “motillo” a la silla de ruedas y no permite que nada le pare. “El accidente me quitó la posibilidad de andar pero me ha dado tantas cosas, tantos amigos, tantas nuevas experiencias que no puedo quejarme”.

No quiere estar siempre enfadado. “No sería justo, hay gente que lo está pasando peor que yo”. Es consciente que el día a día no siempre está adaptado para personas que, como él, necesitan de una silla de ruedas. “No suelo quejarme si veo una plaza de personas con discapacidad ocupada, espero, y cuando llega la persona le hago entender de la importancia de que nos las dejen a nosotros, los que me acompañan se suelen enfadar más que yo”.

Ahora hay un paso de cebra con unos bancos cerca que le imposibilita pasar de un lado al otro de la calle en su municipio. “¡Qué ingeniero habrá tenido la idea!”. “Ya me ha dicho el alcalde que toma nota, así que cuando pueda ser…” Mientras, busca con su sonrisa alternativas de paso, como desde hace diez años.

Una década que “se ha pasado en un suspiro” desde aquel día que el pueblo le recibió como si hubiese hecho algo importante. “La vida es irse amoldando a las situaciones que te toca vivir para seguir disfrutando de ella, se que hay cosas que no puedo hacer, pues me busco otras”.

“No todo el mundo lo lleva igual y hay que respetar la forma de hacer de cada uno pero es importante seguir para adelante, pensar que podría haber sido peor y mirar el futuro con una sonrisa”, dice a pesar de que hay días que los dolores le impiden seguir ese camino que se marcó hace diez años.

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