La Rioja

Los desenterramientos de la memoria

Ernesto muestra una imagen del día en el que enterraron a su tío fusilado en la Guerra Civil

“Recuerdo que cuando íbamos al campo mi padre me contaba historias de cómo vivieron nuestra familia y las gentes del pueblo aquellos años de la Guerra Civil. Que si los de esa casa les habían hecho tal cosa a los abuelos, que si el cura del pueblo había delatado a ese. Y seguido siempre me decía, ‘Tú cállate y no digas nada’, y yo no decía nada pero sabía todo”. Ernesto Fernández, nacido y vivido en Alcanadre, echa la vista atrás y repasa todas esas charlas a pie de tierra mientras organiza sobre la mesa un montón de fotografías antiguas. Aquella contienda que duró tres años, aunque en muchas casas se vivió como una eternidad, se llevó por delante a su tío Juan, de 29 años, fusilado en Zaragoza el 4 de octubre de 1936.

“En realidad lo llevaron allí porque iba a luchar en un tercio de la legión, en el de Sanjurjo, para después trasladarlo a la Batalla del Ebro. Pero nunca llegó a combatir, sino que lo asesinaron allí mismo. Tal vez le obligaron a ir a Zaragoza o simplemente lo decidió porque ya estaban matando a muchos por aquí y vio una salida. Los tuvieron en la Academia Militar de San Gregorio, en un barracón metidos, hasta que les pegaron un tiro. Y, claro, las noticias no llegaban muy rápido, pero se vio que no enviaban cartas y, además, cuando se trata del fusilamiento de 220 personas, de toda la compañía entera, las noticias corren”. Y así fue, como la pólvora.

Pero en esta actuación también tuvo un gran papel las voces mandatarias de entonces. “A Zaragoza les llegó información de los secretarios de los diferentes municipios de la Ribera Navarra y de La Rioja diciendo que fusilaran cuanto antes a estos hombres porque en cuanto llegaran al frente se iban a pasar al otro bando que son todo republicanos”, recuerda Ernesto en boca de su padre. Pero también hubo afortunados entre tiros y uniformes. Aquel vecino de Marcilla que logró escapar antes de que lo fusilaran y pudo contar lo sucedido aunque lo encontraron escondido tres días después en un pueblo de Zaragoza, pero de allí ya fue a la cárcel y al menos pudo librar la vida”.

Todos eran trabajadores del campo, pero eran de izquierdas, republicanos, y eso acabó con ellos. “Y es que en los pueblos se actuaba mucho por envidia y se chivaban unos de otros. Los primeros que solían caer eran el alcalde y los concejales, y también el maestro. Luego hubo pueblos en los que el cura intermedió para que no se matara a gente, pero aquí fue al revés y en su caso participó de los asesinatos guiando a los militares”, asegura el alcanadrés. Pasados aquellos años de represión y miedo, tocó remover esa memoria enterrada a la fuerza y de malas maneras. Fue a finales de 1978 y principios de 1979 cuando un convoy de familias esperanzadas de Alcanadre, Calahorra y los pueblos de la Ribera Navarra pusieron rumbo Zaragoza a exhumar los cuerpos de sus padres, abuelos, tíos… Lo hicieron en compañía del cura de Andosilla que ayudó a coordinar todo.

Y allí, en una fosa común en el cementerio de Torrero, localizaron a esos 220 hombres que en su día esperaban salir a combatir. “Fuimos con el pico y la pala, pero también contratamos una excavadora porque por suerte la fosa no se encontraba debajo de ningún nicho ni nada, sino que estaba en una zona en la que luego se amplió el cementerio y justo la pilló debajo. Los huesos, eso sí, salieron todos amontonados, mezclados, porque los echaron allá con un camión basculante y cayeron como cayeron. Un antiguo militar de Zaragoza que gestionaba el cementerio nos ayudó muchísimo a localizar el lugar exacto donde los habían enterrado. También nos contó de ese reguero de sangre que dejaba aquel camión por mitad de la capital en tantos viajes hechos entre la Academia Militar y la fosa cavada por presos comunes”.

Fotografías de Juan Fernández.

Ernesto, a sus 23 años, y su padre Facundo fueron dos de los participantes en este desenterramiento que les llevó cerca de una semana de viajes entre Alcanadre y Zaragoza y donde localizaron al hermano mayor de Facundo, Juan Fernández, que solo pudo cumplir los 29 años. Pero allí descansaban los restos de más vecinos de Alcanadre. Unos desenterramientos que se ejecutaron con total libertad, simplemente movidos por el interés ciudadano, y que apenas duraron dos años. “Dicen que fue a raíz del Golpe de Estado del 81, que algo se habló entonces y se decidió paralizar todos los desenterramientos. A partir de entonces lo que se hacía debía ser con toda clase de permisos y creo que por eso se hicieron muchos menos”, opina Ernesto. Pero insiste en que lo único que les movía era “tener cerca a la familia”, por eso se lamenta por aquellos que siguen peleando para poder buscar los restos de sus antepasados y cree “que no se va a acabar de desenterrar a todo el mundo”.

Ernesto (derecha) participa en los desenterramientos de Zaragoza.

El día más esperado por tantas familias llegó aquel 18 de marzo de 1979 cuando el cementerio de Alcanadre abrió sus puertas “a los restos de aquellos hijos que la violencia y el odio de unas circunstancias políticas concretas hicieron que quedaran desperdigados por los campos”, describía el panfleto que repartió la parroquia aquel día. Fueron enterrados de nuevo un total de 26 vecinos del municipio que habían sido asesinados en localidades cercanas como Ausejo, Tudelilla y Pradejón y otras de la Ribera Navarra como Lácar y Oteiza y también llegados desde Zaragoza, como fue el caso de Juan Fernández. Y Ernesto también formó parte de esas exhumaciones en estos pueblos. La ceremonia se desarrolló en presencia también de los familiares de las localidades que habían participado en esas exhumaciones. “Todos nos unimos y nosotros, los de Alcanadre, también fuimos luego a los entierros en sus pueblos. Se creó mucha unión”, recuerda Ernesto. También recuerda ponerse el traje bueno de vestir como le mandó su padre, “porque había que enterrar al tío en condiciones”. 43 años después pudieron, al fin, darle sepultura cerca de los suyos.

Ernesto contempla la tumba donde descansan los 26 vecinos de Alcanadre fusilados, con el pueblo al fondo.

Esta lista de 26 abatidos la completan Ángel, Eliseo, Manuel, Román, Amancio, Isaías, Pedro, Santiago, Vicente…, y otros tantos más nombres que perduran grabados sobre una lápida de mármol negro. Allí también están los hermanos Mateo Gumiel. Benito, Cándido y Félix, este último abuelo de Mari Carmen, la mujer de Ernesto, que tocaba el saxofón en la banda de republicana. “Aún conservamos el instrumento, colgado ahora en el pasillo de nuestra casa como una reliquia y, sobre todo, como homenaje a su memoria. Lo encontramos en una antigua caja en la casa de mi suegra junto a una postal enviada desde Estella a fecha de agosto de 1936, donde estuvo en la cárcel antes de ser fusilado apeas un mes después”. Félix también fue desenterrado, juntos a otros vecinos de Alcanadre, un día de enero de 1979 en la carretera que va de Oteiza a Tafalla.

Esta es una tumba donde descansa la memoria de los valientes. “Pasarán los años, aplastarán ideas, manos asesinas cortarán los pensamientos, pero cada recuerdo será un sendero hacia la libertad”, dicta el verso que reposa a los pies de los 26 cuerpos exhumados y enterrados en tierra natal. La autoría recae en manos de Emilio Barco, quien también fue partícipe de estos desenterramientos cámara en mano para ilustrar una parte de la historia de su pueblo que se replicó en todo un país. Que el olvido solo sea para quien lo busque.

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