Después de tres años de espera, La Rioja de este a oeste, de sur a norte, esperaba con ansias el verano y con él sus citas festivas. Momentos perdidos y recuperados. En cada pueblo, en cada ciudad, se han vivido intensamente cada minuto de los festejos. De Alfaro a Haro han sido fiestas inolvidables con momentos únicos. Si uno es especialmente esperado por mayores y pequeños es el del chupinazo, cohete, bomba o como quiera llamarse en cada lugar.
Los hemos visto de todos los colores y de todas las formas: incluso en Herce pincharon un globo para evitar los cohetes en plena época de riesgo de incendios. Despedidas de alcaldes, vivas inesperados, himnos que ponían los pelos de punta… una normalidad que después de años de separaciones y restricciones sabía a gloria.
Haro, hasta la bandera. Rincón de Soto, llenazo. Ezcaray, más de lo mismo. La plaza de Alfaro, a rebosar. Calahorra, Logroño, Santo Domingo, Autol, Nájera… y este lunes, Arnedo. Cada uno de estos momentos iniciales tiene sus características y cada uno se vive de manera distinta.
Y si por algo destaca el arnedano es por una costumbre que poco a poco se ha conseguido erradicar de la mayoría de los municipios: las batallas por ver quién se mancha más. Una costumbre que llevaba años arraigada en la mayoría de localidades y que poco a poco ha ido desapareciendo, excepto en la ciudad del calzado.
«Lo hemos intentado con charlas en los colegios, pero no hay forma», explicaban el mismo lunes los concejales presentes en el lanzamiento del cohete. Así, a día de hoy es de los pocos en los que se ve más gente en los aledaños de la plaza que en el interior de la misma. «Cualquiera se mete ahí. Terminas para irte a casa y ducharte», se escuchaba entre los comentarios de algunos arnedanos que veían desde un lateral el momento inicial de las fiestas.
Y es que la bomba arnedana se ha convertido en uno de los pocos municipios que aún conservan esa tradición de lanzar harina en el momento de explosión de alegría inicial, algo que consigue desterrar de la zona cero de la fiesta a los que no quieren terminar embadurnados.
En Pradejón lo consiguieron hace unos años. Costó mucho esfuerzo, pero finalmente todos pudieron disfrutar del chupinazo. La historia era la misma. Unas pocas cuadrillas copaban el centro de la plaza con agua y colorantes, lo que hacía que, como el agua y el aceite, el resto tuviese que ver desde lejos uno de los momentos principales de las fiestas.
En Autol, Catalina Bastida se empeñó en que el chupinazo fuese limpio y lo consiguió. La fórmula no fue sencilla, pero a base de tesón resultó. Fue hace más de una década. «Fue un éxito de todos», recuerda. El consistorio se reunió con los jóvenes y la gran mayoría dio el visto bueno a la iniciativa: cambiar los sacos de harina por pañuelos y así todo el mundo pudo disfrutar de la fiesta.
«Se habló con las peñas y con las cuadrillas de chavales. Había algunos que no estaban de acuerdo, pero tuvieron que asumir lo que quería la mayoría del pueblo. Al final, tiene el mismo derecho a disfrutar de la fiesta un joven que una persona mayor o un niño», añade.
Algunos ayuntamientos, como el de Logroño, incluso dieron hace años un paso más prohibiendo la introducción de alcohol en la zona del cohete mediante accesos vigilados. A pesar de la restricción, enfocada a evitar las botellas de cristal, este año se ha vuelto a tener manga ancha con el elemento más riojano y la revolución de las botas de vino se vio en los sanmateos.
Y es que estos momentos únicos del año, si son compartidos, saben mejor. Por eso ya en la mayoría de los municipios se ha entendido que los chupinazos limpios son más disfrutados, más bonitos y más multitudinarios.
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