Década de los 90. Toda La Rioja está ocupada por el tempranillo… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles agricultores se resiste, todavía y como siempre, a la variedad de moda. Hace treinta años y hoy siguen apostando por la que fue durante décadas la variedad más extendida en la región: la garnacha. Así, como Asterix y Obelix, es como se han sentido durante años los agricultores de Tudelilla, que han permanecido fieles a una variedad con un gran potencial que en los últimos años ha vuelto a resurgir hasta tener, si no en cantidad, sí en reconocimiento el espacio que merecía en la denominación.
Y es que si hay una variedad de uva con la que Rioja tiene una deuda histórica es con la garnacha. Ocupaba más superficie que el tempranillo hasta la década de los 70 y a día de hoy supone poco más de un 5 por ciento del viñedo de Rioja. Mientras fueron muchos los que arrancaron cepas de garnacha, en Tudelilla, por el contrario, en torno al 80 por ciento de uva ha sido históricamente de esta variedad que siempre ha servido para completar a la perfección los vinos más auténticos y longevos de la región. «Tudelilla, con sus garnachas, siempre ha sido la despensa del Rioja», dice Florentino Sáenz. El abuelo de su padre ya las cultivaba. Hasta ahí llega la memoria de la familia. Quizás antes ya lo hacía el abuelo de éste. «Vete tú a saber», remata. El vino corre por sus venas y las cepas son parte de la historia familiar. Nada se concibe sin ellas.
Sabe que uno de sus antepasados mandó a un concurso internacional en Barcelona una botella de un monovarietal de garnacha y que consiguió una medalla de oro por él. «¿Cómo demonios mandarían allí una muestra en aquellos años?», se sigue preguntando décadas después. También es consciente de que los antepasados del municipio siempre vendieron las uvas de esta variedad a las grandes bodegas para completar sus vinos, «para darles cuerpo», dice Ernesto, su hijo.
Denostada, incluso oculta en las etiquetas durante décadas, la garnacha vuelve a estar hoy de moda. «Aquí siempre ha funcionado bien esta variedad», aseguran ambos. Sólo cuatro bodegas comercializan en Tudelilla sus vinos. La bodega familiar de los Sáenz Yustes es una de ellas. «Todas las bodegas centenarias han venido siempre a por los vinos de Tudelilla porque eran de garnacha y con la mezcla conseguían hacer vinos más redondos», cuenta.
Hace décadas Florentino decidió seguir su propio camino, crear su propia historia y empezar a comercializar sus vinos. «No fue una decisión fácil, entonces hubo que cambiar la mentalidad y pensar más en la calidad que en la cantidad». Era cuestión de contar su propia historia, de mejorar con cada añada, de remarcar la historia de la familia.
Variedad rústica, con una adaptación impecable al terreno, perfecta para suelos pobres y pedregosos. «Todo sale de la tierra, es la base de todo, y aquí la tierra es piedra y la piedra es la que permite que las uvas crezcan como deben hacerlo», dice mientras levanta uno de esos grandes pedruscos y confirma que, a pesar del verano extremadamente caluroso, hay humedad debajo de ellas. Lo hace en su finca de las Bardinas, un terreno que fue comprando poco a poco para completar una pequeña parcela que recibió de su padre. «La última finca que compre me costó 20.000 pesetas, un dineral aquellos años», cuenta. La garnacha, una variedad que aguanta bien la sequía. Años como este 2022 son perfectos para ella. La garnacha es Tudelilla y Tudelilla es garnacha. Una sin otra no tienen sentido en Rioja.
El microclima, la altura, viñas que crecen desde 400 metros hasta los 800 metros, ahí es donde la garnacha se mueve mejor que ninguna variedad. Golosa en boca, con altos grados de alcohol y con un color característico a cereza picota. «Son producciones bajas que dan unas uvas de alta calidad», cuenta Florentino, un apasionado de la varietal.
La garnacha es pesimista. «Si ve que el verano va a tender a ser seco frena su producción con tiempo. Al contrario que el tempranillo, que es más optimista, se lanza a producir y luego paga las consecuencias porque sufre mucho la planta y lo acusa», explica su hijo Ernesto. «Todos los buenos vinos, los grandes crianzas y reservas llevan algo de garnacha sea en el porcentaje que sea. Son esos porcentajes son los que marcan la diferencia», asegura.
Florentino es implacable con el paso del tiempo. «Hay muchas cosas que se hacen ahora mejor de como las hacíamos entonces pero se va con demasiada prisa y la viña necesita de tiempo, de pararse, de mirarla, de tenerla todos los días en la mente». Otra forma de ver la vitivinicultura. Recuerda aún cuando se desnietaba cepa a cepa toda la producción. Ahí entran en conflicto padre e hijo. «No es necesario», dice el joven. «Sí, pero ahí era donde conocías a la perfección como estaba cada una de tus cepas», sostiene el mayor. «Antes no se llevaban tantas hectáreas», responde el hijo. «Pero con las que teníamos daba para vivir», replica la voz de la experiencia.
Y es que la vida de Florentino no fue sencilla. «Me compré el primer tractor poco antes de casarme, antes todo a caballería», recuerda. Cada cepa se descubría con la herramienta, «la mujer y yo hemos ido de noche echando el azufre durante años». Le tocó vender cuba por cuba, de veinte en veinte cántaras. «Hasta en pellejos me ha tocado a mi envasarlas y medir el vino con cántaras, hoy todavía se vende el vino a tanto la cántara, eso no se perderá nunca».
No cree en las subzonas. «Luego pasa lo que pasa, por poner tanto nombre secundario; aquí todos somos Rioja». «Unos han sabido vender mejor que otros, pero todos hemos hecho nuestro trabajo bien hecho», asegura. El mejor que nadie lo sabe. «Si cuando todos arrancaron la garnacha otros también lo hubiésemos hecho, ahora se habría perdido una variedad que da unos matices increíbles a los vinos».
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