El Rioja

En busca de las perlas de Murua

Mathieu Barrault, enólogo de Bodega Murua. | Foto: Leire Díez

Muchos han sido los aventureros que a lo largo de la historia se han enrolado en eternos y complicados viajes (a veces con un regreso dudoso) para desafiar a los pensamientos de la sociedad y descubrir los misterios que lo desconocido ocultaba a sus sentidos. Fue Vasco da Gama, quien puso un pie por primera vez en la India en el siglo XV. También lo hizo la francesa Jeanne Baret, armándose de valor para dar la vuelta al mundo en el 1766 camuflada para parecer un hombre. Y también Isabella Bird, Ibn Battuta, James Cook y otros tantos más que se suman a la lista de intrépidos exploradores.

Este afán por descubrir, y complicarse el camino, también ha llegado hasta nuestros días y hasta las viñas de Rioja, de donde han surgido diversos tesoros como los que ocultaban las viñas de Bodega Murua. Tuvo que llegar el 1993 para que el equipo de la firma de Elciego fuera consciente de ello y comenzara a ‘despiezar’ sus parcelas para apostar por las perlas blancas que en ellas habitaban.

Ahora, Mathieu Barrault es quien decide complicarse el camino, dando mil vueltas para destapar las joyas ocultas. Va ya a por su octava vendimia en esta bodega de Masaveu Bodegas y una mezcla de emoción y nerviosismo se aprecia en su voz a escasos días de agarrar las tijeras y comenzar a cortar uva. Prevé dar el pistoletazo de salida a la vendimia este viernes (el año pasado se vendimió durante el 22 y 23 de septiembre), si nada se tuerce por el camino, y lo hará con el plato fuerte de la casa: el blanco.

Mathieu Barrault, enólogo de Bodega Murua. | Foto: Leire Díez

Y como en aquellos siglos de los viajes alrededor del mundo sin saber el destino donde los barcos echarían el ancla, esto supone todo un ejercicio para los mejores exploradores, quienes han de agudizar su vista para localizar, entre cientos de cepas de tempranillo tinto, algunas de blanco que entre ellas se esconden pasando desapercibidas a ojos de la mayoría. Tampoco hay mapas y la memoria fotográfica de un año a otro tampoco es que funcione del todo bien, así que toca recorrer uno a uno todos los renques para que no se quede ni una perla por extraer.

La tierra donde se llevará a cabo la exploración la componen un total de tres hectáreas de viñedo de entre 40 y 80 años repartido en una veintena de parcelas. El esfuerzo es más que evidente para extraer el Murua Blanco, fermentado en barrica durante nueves meses y medio, que apenas alcanza las 7.500 botellas (en función de cómo venga el año). Una peculiar vendimia que les da mucho más trabajo que la que realizan para recoger la uva tinta. “Tardamos un día y medio en cosechar todo, aproximadamente, para coger unos 16.000 o 17.000 de uva blanca, mientras que en un día habitual de vendimia se recogen 34.000 kilos para la tinta. No es una vendimia efectiva, está claro”, asegura el enólogo de Murua mientras pasea (y observa atento) por una viña de una media hectárea donde se intercalan cepas de viura, garnacha y malvasía con una potente mayoría de tempranillo.

Tres variedades que nunca se valoró vendimiarlas por separado debido a la escasa producción que traen. “Sería algo inviable, sobre todo por la malvasía y la garnacha que son las que menos producción traen, pero también porque ello implicaría que cada vendimiador tendría que saber diferenciar cada variedad y eso no ocurre”. Pero es en la vendimia conjunta donde está la clave del misterio para que todo salga a pedir de boca en bodega. Los muestreos se van sucediendo en estos últimos días y, ante las diferentes maduraciones de cada tipo de uva y las diferentes maduraciones también de cada zona, solo queda hacer una media para determinar la fecha de comienzo. “Suele ser la malvasía la que antes madura, pero todo depende de la añada y la zona, así que se estima una fecha media para que ninguna se quede sobre madura o muy lejos del punto óptimo de recogida. Por ejemplo, en la zona más próxima a Elciego la uva suele venir más madura, mientras que la de Laguardia algo menos y la de Leza es la más tardía”, señala Mathieu.

Viñedo en Bodega Murua. | Foto: Leire Díez

Una vendimia conjunta que el enólogo asegura que incrementa el “efecto añada” en los vinos porque cada año las diferentes uvas se comportan de diferente forma dejando un resultado con matices distintos en el vino a pesar de que procedan de las mismas cepas y parcelas año tras año. “Y eso es lo bonito de este mundo, ¿no? Que tú cojas una botella de Murua de una añada y luego la de dos campañas por delante y veas que cada una te cuenta algo distinto. Si el año viene más húmedo, tendrá que verse reflejada por tanto esa mayor acidez, mientras que si viene más seco y cálido como este tal vez los azúcares predominen. Se trata de guardar un equilibrio sin alterar ni diluir los efectos del tiempo, pero siempre haciendo un buen producto”, destaca el enólogo, quien alude también al factor envejecimiento, y es que “cuanto más tiempo descansan luego en botella, mejor saben”.

La viura, con un 70 por ciento de presencia aproximadamente entre todas las parcelas, es la que más predomina en la botella gracias a la grasa que tiene, por lo que da más volumen dejando unos vinos untuosos sí o sí. Pero a la vez es una variedad más neutra que deja paso a los matices de las demás. Así, la garnacha, que suele tener mayores problemas a la hora de florecer, le da la mucha riqueza aromática con flores y notas cítricas, mientras que la malvasía es la responsable de esos aromas más a miel desde sus bayas doradas. Se crea por tanto el equilibrio perfecto en nariz y boca para que ninguna variedad sobresalga de las demás.

Y, aunque los devenires del tiempo siempre pongan patas arriba los planes, Mathieu reconoce que ningún año ha sido para lamentarse en cuanto a los resultados obtenidos: “Yo siempre digo que no hay malos años, sino años distintos. Aunque hayamos perdido acidez en un viñedo por dejarlo más tiempo, la encontraremos en otra parcela más tardía que se vendimie antes de su punto óptimo. Además, para el blanco siempre se busca ese punto más de frescura que en los tintos. Para mí, además, los años que me gustan especialmente son los que se consideran malos entre comillas porque es ahí donde realmente se ve el trabajo realizado, y eso que tenemos la suerte de tener viñedo propio (hasta 80 hectáreas) que nosotros mismos gestionamos”.

Mathieu Barrault, enólogo de Bodega Murua. | Foto: Leire Díez

¿Y alguna añada favorita? El enólogo de Murua las enumera con seguridad: “Desde que estoy aquí, sin duda diría que la de 2019 es la mejor añada en cuanto al factor de envejecimiento. Pero si ya hablamos de históricos, el 2007 fue un año buenísimo porque fue fresco y un poco húmedo que dio buena acidez y muy buenos pH y eso es al final la garantía del potencial de guarda”. Este año poco tiene de fresco y húmedo, pero Mathieu confía porque “los blancos de corte clásico siempre son vinos que sorprenden porque tienden a envejecer muy bien, más allá de su presencia de madera, y son auténticos todoterrenos”. Ya pasó en 2004, cuando vino un año muy seco y cálido, pero realizaron una cata en 2018 con los Master of Wine y “encantó a mucha gente”. Se trata de buscar otro equilibrio con el alcohol.

Este año se espera aún más alboroto si cabe para la vendimia de blanco, ya que otras campañas suele tocar vendimiar estos racimos antes que los tintos, pero esta vez todo se ha alterado y el tinto ha adelantado por la derecha y parece que viene más maduro (estarán unos 17 días de campaña). Así que habrá que parar máquinas, limpiar y volver a usar de blanco para después hacer la misma operación. Las previsiones no auguran una merma de cosecha notable en los blancos (cosa que sí en los tintos), que apenas ha notado los efectos de la sequía gracias también a que estas cepas viejas se autorregulan bien, aunque tampoco se podrá hablar de un año productivo.

Comienza un nuevo viaje en Murua con Mathieu como jefe de navegación a cargo de un preparado equipo (una cuadrilla de malienses ya fija cada año) listo para explorar estas tierras de Rioja Alavesa en busca de las perlas vitícolas.

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