El Rioja

Porrón en mano y uva pisando para elaborar un manjar casero

Lorenzo Ezquerro, en una viña de Pradejón a sus 90 años

Apenas queda un mes para que Lorenzo Ezquerro sople las 90 velas. 90 velas a pie de viña en Pradejón, pero también a pie de huerta y frutales. Y casi tantas velas cortando uva, primero con corquete; después, con tijera. 90 velas también pisando los racimos criados durante meses. Y alguna vela menos catando ese manjar sacado, primero, de los lagos de hormigón, y después, de una pequeña prensa que le ha acompañado en las últimas cosechas.

Y en todo este tiempo de faena en el campo, porque lo suyo no ha sido el champiñón, han resultado siete hijos, once nietos y hasta cuatro biznietos, aunque es él quien continúa elaborando el vino casero para los de casa (“que entre unos y otros ya nos juntamos por Navidad unos 40”). Apenas dos o tres días pisando uva para llenar unas veinte cántaras de vino (alrededor de 400 botellas), en función del año y de lo que dicte la viña, que esta campaña llega para algunos más mermada. Porque hay muchas formas de vivir una vendimia y eso es lo que le da valor.

Lorenzo acaba de aparcar su antigua furgoneta Mercedes (por suerte, le han renovado el carné de conducir por un año más) en la viña de tempranillo que su hijo tiene a las afueras de la localidad, donde se extienden hectáreas de huertas en regadío. Unas dos hectáreas que se cosechan a máquina, pero aquellas cepas del orillo son competencia del abuelo. El cunacho en una mano, en la otra la tijera y a agachar el riñón una vendimia más mientras dos de los nietos le siguen el ritmo y colaboran con la causa. “Yo vengo a por uvas si ese año el hijo va a andar bien de kilos, si no no hay vino”, recalca mientras coge un racimo de gordos granos. Aunque bien saben todos que pocos años ha ocurrido eso. Con qué se iba a entretener si no Lorenzo y la cuadrilla esas tardes en la bodega…

Lorenzo Ezquerro, en una viña de Pradejón a sus 90 años. | Foto: Leire Díez

“Venga, que esto va a escape”. Y llenados los cuatro cestos, vuelta al pueblo para descargar y pisar los kilos cortados con las botas de regar, “nunca descalzo, no sea que haya algún pincho por ahí”. En una pequeña bodega con su caño incluido revive recuerdos de antaño, cuando cortaba kilos y kilos con su padre que después echaban al lago de hormigón para pisarlos y dejarlos que cociera antes de llevarlos a las cuvas. Es sobre ese lago, ya oculto bajo más hormigón y convertido en el suelo actual, donde Lorenzo coloca cada campaña su prensa.

“Pero antes de todo, ¿bajo?”, pregunta Juan Pablo con una mirada cómplice hacia su abuelo y este se ríe. “¿Subes una botellita de blanco fresco entonces? Eh, pero de esas que están al lado derecho”, dispone Lorenzo. Y al lío, que toda labor con vino sabe mejor. El porrón que solía rellenar y alzar cada tarde “y que tendría unos 70 años ya” quebró el otro día (bien se dice que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe, y para el veterano de la viña el litro de vino diario está asegurado), pero siempre hay jarras que puedan hacer la misma labor. “Qué bueno está, ¿eh? ¡Y cómo se sube!”. Y otro trago mientras los pies van levantándose y aplastando el tempranillo recién cortado sobre esa “prensilla de juguete”, como le gusta llamarla a este veterano agricultor, y el mosto comienza a chorrear en el caldero.

Lorenzo Ezquerro junto a su nieto Juan Pablo, en su bodega de Pradejón. | Foto: Leire Díez

“Me la regaló el yerno que tengo en Laguardia hace lo menos diez años, aunque antes llevábamos las uvas a una prensa grande, pero de eso hace mas de 60 años. Luego llegaron las cooperativas y los lagos de hormigón que cada uno teníamos en casa quedaron en desuso”, recuerda. “A este yerno, que no tiene bodega pero sí viñas, bien le gusta venir aquí a la bodega los domingos y almorzar conmigo mientras echa unos tragos. Ya le pregunto a ver si le gusta más mi vino que los que hacen por allá y se ríe, pero me dice que lo que tengo que hacer es sacar negocio de esto porque me sale muy bueno”, se regocija el hombre.

Buena cuenta da de ello también la cuadrilla con la que acude muchos días al medio día “a echar algún vasillo” a la bodega en compañía de algo de almuerzo. Será que es el único en el pueblo que puede decir que hace vino casero, así que Lorenzo es una especie en extinción. ¿Y no hay relevo generacional? “Pues a ver si se les queda algo a los nietos de verme aquí año tras año, aunque yo me entretengo mucho haciéndolo y, sobre todo, bebiéndolo. No hay más que ver lo rápido que se gasta el vino”.

Acabada la prensada manual, colocan dos tacos de madera para seguir estrujando la uva y apurar el mosto que queda antes, con una manguera, transportarlo a un depósito donde reposará durante varios días ubicado en el caño de la bodega a varios metros bajo tierra donde también duermen las botellas. Cientos de ellas, de la añada anterior y de la del 2020, cubiertas por una ligera tierra que cae del techo abovedado. En una cueva, el clarete; en la de enfrente, el blanco. Y por ahí repartidos, un par de depósitos donde burbujea, llena de espuma, la viura que cortó hace una semana escasa y que mezclará con otras uvas para hacer sus joyitas con sello propio.

Lorenzo Ezquerro, en su bodega de Pradejón. | Foto: Leire Díez

“Para Navidad ya se podría beber este vino, pero mejor esperar a más adelante que estará mejor. No sé, pero igual ya con este año me despido de la prensita”, amenaza el abuelo, “que son ya muchos años haciendo esto”. Y los nietos, que atienden curiosos cómo Lorenzo se saca sus botas de regar con ayuda de un antiguo descalzador de madera, se miran entre sí: “Eso mismo dijo el año pasado y aquí está. ¡Si es donde más la goza!”. Y ya con los cunachos vacíos de uva y el último mosto chorreando, toca echar otro traguito al blanco con el que las letras de Pepe Blanco, “el mejor cataor riojano”, van saliendo solas de la boca del abuelo, con buena facilidad y memoria.

Calle de la Ruavieja, de mi tierra que es Logroño, cuántas veces por el mundo te lloré… Yo le canto a Logroño, que en La Rioja nací y en la Ribera del Ebro, te canto así“. Y más jotas desde el caño de la bodega: “Del Puente de Piedra al de Hierro, al Ebro le entran sudores, al ver a las logroñesas, loco se vuelve de amores“, “Ahora sí que los borrachos nos van a tener envidia, las piezas de remolacha las vamos a plantar viña“.

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