Agricultura

Productos ‘kilómetro cero’: “¿Son moda o se valoran?”

Javier Sarramián, en sus huertas en la carretera de El Cortijo

La alarma de Javier Sarramián suena cada día a las 4:30 de la madrugada. El camión ya espera cargado con el género cortado y limpio de la tarde anterior para emprender el viaje diario desde los invernaderos que se asientan entre el río Ebro y en la carretera de El Cortijo hasta los almacenes de Merca Rioja. Primera descarga de la producción de temporada (parte con destino a Supermercados Alcampo) antes de encender de nuevo el motor para dirigirse a la Plaza de Abastos de Logroño.

A las 7:30 horas ya se están colocando los estantes y las barcas de exposición en el mismo puesto en el que se ubica Frutas y Verduras Sarramián desde hace más de tres décadas, porque la huerta ha sido siempre el sustento de la familia. Todo listo para que en un par de horas o tres comiencen a llegar los primeros compradores, aunque cada vez son menos.

Javier Sarramián, en uno de sus invernaderos con planta de tomate.

Javier regresa a su labor al resguardo del sol y el bochorno mañanero de estos días, que no favorece nada a las hortalizas porque ya comienzan a tostarse, agilizando la vida del producto. Ha dejado aparcado el Landini con el que estaba labrando para controlar el riego que ha activado en sus cebollas. Mientras sortea las mangueras recuerda que “antes todo esto era huerta”, mientras que ahora solo quedan su primo y él como horticultores. “Y ojalá que no venga nadie más porque será su ruina, cada vez nos toca producir más y más barato”.

Así que junto a él trabajan las 30 fanegas de tierra (cerca de seis hectáreas) otras cinco personas más. “Ahora están plantando cebolla dulce de Fuentes con la picaraza porque en los últimos tiempos nos hemos tenido que ajustar a las demandas del consumidor, que no entiende de productos de temporada y se ha acostumbrado a que tiene que haber de todo en todo momento, así que ponemos diferentes variedades de planta para poder suministrar al mercado durante todo el año. Pero lo que ocurre a veces es que las semillas no se consiguen controlar del todo y salen los machos, que ya no gustan tanto a la gente”.

Plantación de cebolla dulce de Fuentes con la picaraza.

Con la temporada de tomates dando sus primeros pasos, las plantas van enraizándose en las cuerdas y llenando los invernaderos que ocupan la finca de Javier (doce en total), donde también hay cabida para cajas de abejorros colocadas con el fin de favorecer la polinización. “Realmente solo vendemos bien los tomates al principio y final de temporada, porque cuando más producción hay es cuando menos vale, ya que coincide con la cosecha que sacan los particulares de sus huertos y que la gente está de vacaciones y consume menos”, apunta.

A escasos cinco kilómetros de distancia, en pleno centro logroñés, su mujer Mónica Rubio atiende a una clienta en la Plaza de Abastos en compañía de otras dos empleadas. Los aires que corren por aquí tampoco son muy buenos. “Hubo una explosión de clientes durante el primer año de la pandemia porque los supermercados estaban hasta arriba de gente, pero a su vez la misma pandemia hizo que se disparara el interés por cultivar en casa y muchos se animaron a poner sus propios huertos. Eso se notó bastante en la demanda, sobre todo en nuestra temporada alta que comienza ahora en junio”, relata.

Mónica Rubio, en el puesto de la Plaza de Abastos de Logroño.

Esta montaña rusa vivida en dos años también se ha notado en los precios, sobre todo en la fruta, que Sarramián compra en Merca Rioja. “Lo que viene de fuera hay que calcularle el IVA y sumarle algo para que salga cierto beneficio. Ahí sí hemos tenido que ajustar los precios a las subidas que nos aplican a nosotros, pero en la producción propia, que son la mayoría de verduras, apenas los hemos variado”, explica Mónica, “más allá de los cambios que sufren por ser inicio de temporada, cuando el género escasea más, y cuando la campaña ya avanza y toca bajar el listón”.

La vida en el mercado también ha cambiado en los últimos años a raíz de la concesión, en la que solo 27 puestos renovaron por 15 años más, de un total de 45 puestos que había antes de la licitación. “Las pescaderías de la primera planta tenían que trasladarse abajo o salir fuera, así que muchas han decidido cerrar y marcharse. Esperemos que la renovación sea un precedente para que el mercado recupere su actividad y tenga mayor afluencia de público, pero hace falta que cambien las costumbres”. Todas las esperanzas puestas en lo que ha sido una tradición familiar que no quieren dejar que se hunda, a pesar de que la corriente avanza en su contra.

“Parece que está muy de moda hablar ahora del consumo de productos de kilómetro cero y de sus propiedades, pero la realidad es bien diferente. Lo ves cuando viene un cliente y se posa frente a las barcas de cebollas, por ejemplo, mira la etiqueta del precio y suelta un: ‘¡Qué caras las tenéis!’. Eso demuestra que muy pocos conocen el recorrido que hay detrás, las horas de trabajo que implica limpiarlas y prepararlas para que estén en buenas condiciones cuando llegan hasta el mercado. ¿Hasta qué punto valoran todo esto o es una moda pasajera? A muchos les invitaría Javier a pasar un día en las huertas plantando, regando y acondicionando todo para poder recoger buen fruto. Tal vez ahí no les resultaría tan caro comprar unas cebollas a 2,80 euros”.

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