El Rioja

Una fermentación salvaje desde la Sonsierra

José Luis, Itu, reivindica el poder de crianza de la maceración carbónica

Jose Luis Rui, Itu, en sus viñedos en San Vicente de la Sonsierra

José Luis Ruiz, Itu para la mayoría, ha desempolvado sus recuerdos de la niñez para convertir esa fotografía de generaciones pasadas que miraba con morriña en un presente que no se escapa de las raíces de Rioja, pero con un nuevo enfoque. En el territorio ‘vigneron’ de San Vicente de la Sonsierra y sobre los cimientos de la bodega familiar Teodoro Ruiz Monge ha logrado hacer de esos vinos de año que nacían en los lagos y luego se vendían a las grandes bodegas unos caldos capaces de fermentar y madurar en barrica.

“Rioja es lo que es gracias a la maceración carbónica, un método de elaboración que quedó en un segundo plano cuando las uvas pasaron de las cerca de 120 pesetas a las 400 en el 1999 y las familias se olvidaron de elaborar para vender la uva. Luego llegaron los despalillados, los depósitos de acero inoxidable, los equipos de frío… Lo que es una bodega a día de hoy. Yo lo que hago es recuperar esa tradición en la vinificación, pero demostrando que la maceración carbónica no es solo apta para vinos jóvenes”.

Pisa la uva en los mismos lagares del centro del pueblo que lo hacía su bisabuelo Teodoro, allá por el 1870 (de cuando datan las primeras referencias de elaboración en la familia), como hicieron después su abuelo y su padre. Pero él ha dado un paso más y ha logrado lo que buscaba: “Hacer de un maceración carbónica un vino capaz de ganar carácter con el tiempo sin perder su identidad de terruño”. Y, de la mano de su primo Álvaro, son los únicos que elaboran vinos de finca madurados y con la maloláctica en barrica. Aunque los jóvenes tampoco se le dan mal (su Monge-Ruiz 2020 fue reconocido por Tim Atkin como el mejor tinto relación calidad-precio en su Rioja Special Report 2022)

Una fermentación salvaje, como le gusta llamarla, porque “nunca sabes lo que hay dentro de cada grano”. Una fermentación que apenas dura unos seis u ochos días, dependiendo de los años, lo que hace que el carácter del vino cambie completamente: “Se consiguen vinos muy frutales y más sedosos, sin tanto volumen en boca y con menor tanicidad. Vinos que invitan a beber aunque sean complejos”.

Itu, en el interior del lago, junto a sus padres y su primo.

Vinos, en pocas palabras, que son viñedo. “Es con la maceración carbónica donde plasmas la viticultura que practicas. Aquí o hay buena materia prima o no hay nada que hacer, en cambio en un despalillado puedes tener fermentando el vino y haciendo remontados durante un mes si quieres para extraer color y estructura. Pero aquí el vino se crea en viñedo. Luego en bodega se trata de aplicar la mínima mano para evitar que la cosecha recogida pierda su esencia, porque la diferencia recae en la tierra y en la añada”.

Y con un pie en su tierra, Itu se aleja de los términos “ecológico” y “sostenible”. Él lo que practica es una “viticultura razonable” y aplica a sus diez hectáreas de viñedo la misma filosofía que a su vida: “No me gusta ir al médico, pero si estoy malo y tengo que tomar antibiótico, lo tomo. De igual forma, un año bueno puedes pasarlo con azufre y sulfato de cobre, pero si viene un año donde las tormentas se suceden con días de mucho calor hay que actuar. Como aquel verano de 2020, cuando se echaron numerosas manos de sistémicos”. Aunque en cuestiones de herbicidas se muestra rotundo: “No los aplicamos desde hace mas de 12 años porque lo único que hacen es matar la vida del suelo y dejar residuos que luego los absorbe la uva”.

Después de ir casi a proyecto vinícola por año (desde que irrumpió en la bodega familiar hace seis años ya son seis las marcas comerciales con las que unas 45.000 botellas recorren los mercados), ahora Itu siente que necesita cierto respiro después de crear su Desniete, un monovarietal garnacha con el que se atrevió a romper sus creencias. “Jamás me planteé que esta uva tan delicada y complicada de alcanzar la maduración óptima me fuera a dar tan buenos resultados con una fermentación tan corta y poco poder de extracción”.

La culpa la tendrán esos suelos de La Cóncava, término asentado entre San Vicente y Rivas de Tereso, donde una capa de arena cubre toda una gran roca o lastra que soporta esta garnacha autóctona de Rioja que por fortuna no llegó a arrancarse. Así que este vino, como suele decir, refleja una relación de amor odio, porque ese rechazo a ir a desnietar de niño con su padre que se ha convertido ahora en un amor hacia sus viñedos y porque lo que veía como un reto casi impensable se ha consolidado con fuertes cimientos. Pero su mente nunca dejamos de crear. Ahora sube hasta la parte alta de San Vicente de la Sonsierra para abordar un tempranillo que injertaron su abuelo y su padre con sus propios sarmientos con la vista puesta en elaborar otro monovarietal “que pinta muy interesante”.

Subir