El Rioja

Un viaje a través del tiempo: “El enoturismo está salvando los calados”

Bajo tierra, con una humedad de entre el sesenta y el ochenta por ciento, una temperatura constante de 13 grados y sin variaciones de luz natural. Tesoros históricos que de un tiempo a esta parte, afortunadamente, se están recuperando. Porque el Rioja, “ha nacido en los calados”, recuerda Eduardo del Campo, de Bodegas Calado 1880 en Cenicero.

La Rioja afronta en estos momentos el reto de consolidar su posición como icono enológico y como región de referencia internacional en el mundo del vino. Un objetivo fundamental dentro del proyecto Enorregión que lucha por convertir a la región en ejemplo para el resto de regiones vitivinícolas en el mundo impulsando una transformación sostenible y digital de toda la cadena de valor de este sector. Además, incide en la recuperación del patrimonio vitivinícola como parte de una oferta enoturística que debe convertirse en referente mundial.

Y para ello hay que remontarse al pasado. Antiguamente, todas las bodegas contaban con un calado para conservar el vino, “porque ahí duraba más que en la superficie”, explica Luis Alberto Lecea, de Bodegas Lecea. Para este hombre del vino, los calados son un dechado de virtudes: “Cuentan con una temperatura constante sin gasto de electricidad; mantienen unas condiciones de humedad idóneas para el envejecimiento del vino; y en el hormigón, evoluciona mucho mejor que en el acero inoxidable”.

A partir de estas definiciones, Bodegas Lecea aprovechó el patrimonio para dar vida a cuatro grutas del siglo XVI, en pleno Barrio de Las Cuevas de San Asensio, que conforman los calados donde la familia Lecea elabora, desde hace cinco generaciones, sus joyas más atractivas, lo que le hizo merecedora, en 2018, del Premio Premios Best Of de Arquitectura.

Bodegas Lecea

Abriendo hueco a catorce metros de profundidad, capeando los desniveles entre un calado y otro y sacando camiones y camiones de tierra, actualmente se puede disfrutar de increíbles elementos arquitectónicos y de elaboración antiguos como: tinas de madera, pellejos de cabra, tuferas, embudos o cántaras y todo, acompañado de sus mejores vinos.

Adentrarse en cualquier calado es regresar al pasado, entender la historia del vino y trasladarse hasta las más curiosas costumbres vitivinícolas de nuestros antepasados. “Avanzar por un calado significa viajar a través del tiempo y ser consciente de todo el trabajo que se hizo con los medios y conocimientos que había siglos atrás”, reconoce Eduardo Saracíbar, responsable de Enoturismo del Grupo Muriel. “Un esfuerzo titánico solo para conservar el vino. ¿Realmente hacía falta tanto trabajo para guardarlo? ¿Tanto merecía la pena el vino? Claramente, sí”, afirma Lecea. Y gracias a ese sentir, actualmente las experiencias enoturísticas son mucho más ricas.

Para José Luis “los peores momentos han pasado ya. Hasta hace 40 años los calados riojanos estaban prácticamente abandonados. Por suerte, todavía quedamos aficionados al subterráneo que estamos luchando por mantener la historia e incluso apostando por pequeñas elaboraciones en esos espacios”. Palabras que subraya Del Campo cuando rememora que en Cenicero “llegamos a tener 282 calados. En activo no quedan tantos, pero gracias a los nuevos usos turísticos estos bienes patrimoniales están retomando su valor”.

Bodega Calado 1880

Tanto Muriel como Lecea y 1880 han llevado a cabo un trabajo a conciencia por retomar la esencia de estos tesoros que marcan una época y la construcción particular de cada pueblo. “Los turistas saben lo que es una bodega, una marca, y se guían mucho por el nombre, pero desconoce la realidad de los calados. A nivel turístico, estos espacios son, por ahora, los más desconocidos, pero tienen un gran futuro por delante si tenemos en cuenta el trabajo que se está volviendo a hacer”, comenta Luis Alberto.

“Un pueblo sin historia es un pueblo sin futuro”, exclama Del Campo, por ello, el enoturismo ha devuelto parte de la vida a estos pequeños espacios que han visto cómo se ha creado el Rioja. Y para seguir trabajando en el porvenir, Eduardo y su familia han reinventado sus calados para, a 8 metros de profundidad crear varias salas de catas y reuniones.

Bodega Conde de los Andes

Grupo Muriel, por ejemplo, ha conectado y recuperado varios edificios antiguos consiguiendo una espectacular trama de calados subterráneos, algunos a 40 metros de profundidad, y con un kilómetro y medio de historia que alberga más de 450.000 botellas de vino de los últimos siglos, “porque tenemos el compromiso con La Rioja y con nosotros mismos de cuidar este patrimonio y dejar un legado para ser parte de la historia de la región”, indica Saracíbar.

Igual que Lecea, que ha comunicado cuatro calados excavados en la roca hace más de 500 años a catorce metros bajo tierra entre depósitos de hormigón para crear un laberinto excavado en honor a los antepasados de la familia y también de La Rioja. O Bodega Calado 1880 que reconoce que “hoy en día es inviable trabajar como nuestros abuelos, pero esto no puede perderse y hay que avanzar al mismo ritmo que la sociedad. El enoturimo está salvando los calados y eso hay que aprovecharlo”.

* Contenido especial para el Gobierno de La Rioja

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