El Rioja

El cosechero 2.0 que realza la garnacha blanca riojana

Víctor Ausejo inició hace cinco años su andadura como vinificador con una variedad que le ha abierto las puertas de par en par

Víctor Ausejo, en su viñedo de garnacha blanca en Alberite

Una mañana de 2018 Víctor Ausejo recorrió los restaurantes más reconocidos de La Rioja con varias botellas en la mano. “¿Qué traes ahí?” Ese vidrio albergaba garnacha blanca. “Siéntate y déjame una botella para probar”. Y solo con esas dos palabras las puertas se le abrieron de par en par y nunca más volvieron a cerrarse. Nadie le preguntó por su historia ni por las referencias que traía. Solo les interesaba la uva, una variedad poco explotada en Rioja y que apenas supone el tres por ciento de la superficie de viñedo blanco plantado en la denominación.

Aquella fue la primera añada embotellada con la que bautizó su proyecto. Apenas unas 300 botellas de una barrica que este joven de Alberite se animó a elaborar de una viña de la familia que había sufrido el golpe del granizo ese año y que pasó de criar racimos de tempranillo tinto a dar unas uvas blancas con un futuro prometedor por delante. “Fue mi padre quien me animó a replantarla en 2016, aunque los amigos me decían que si estaba loco, que el blanco no tenía futuro en Rioja. Y cuando me animé a vinificar, más de lo mismo, que quién me iba a comprar vino con toda la oferta que hay en Rioja”, recuerda.

Pues aquí está un nuevo viticultor y bodeguero que con apenas dos hectáreas de viña se ha hecho un hueco en el mercado sin tener que pelear mucho pero yendo a contracorriente. “El apostar por variedades poco vistas ayuda mucho, pero es que el vino resultante además tiene gran potencial. Es un blanco más aromático que la viura, tiene más cremosidad en boca y es más untuoso”, apunta. Ya se lo dijo su amigo y “mentor” Miguel Merino cuando lo probó por primera vez: “Víctor, esto lo tienes que vender porque está muy bueno”. Él, en cambio, sintió cierta inseguridad y vértigo al pensar que iba a vender su propio vino. “Todo era un poco follón porque lo tenía que gestionar yo solo”. Pero dio el salto.

Víctor Ausejo, en su bodega de Alberite | Foto: Leire Díez

Con ese gusanillo metido por su padre, también procedente del sector vitivinícola, decidió formarse en el IES La Laboral y poco después pisó tierra en Vivanco y bodega en Gómez Cruzado. Ahora compagina sus vinificaciones en una pequeña bodega-garaje en Alberite con su trabajo en Bodegas Puelles, en Ábalos. Además, tan solo elabora bajo la marca Víctor Ausejo el 20 por ciento de sus uvas, mientras el resto de la producción va a parar a otra bodega. Aún recuerda aquel primer año cuando vendió la uva blanca “sin tener que llamar a las puertas”: “Vinieron y me pidieron precio haciéndome un contrato plurianual. El año pasado, cuando se pagó tan barata la uva, yo la cobré a más del doble que los demás teniendo en cuenta que los rendimientos en blanco son un 30 o 40 por ciento superiores que en una hectárea de tinto”.

El año pasado logró cortar unos 2.000 kilos de uva y este año espera duplicar la producción con la expectativa de sacar unas 3.000 botellas. “Igual me he venido muy arriba, pero creo que daremos salida a todo sin problema, tanto al blanco fermentado y criado en barrica como al nuevo blanco criado sobre lías. Ya la campaña anterior se lanzó también a por los tintos, apostando por una garnacha, y este año, por un mazuelo, “y también van a tener potencial porque están evolucionando muy bien”. Esquivó, eso sí, al tempranillo: “Aquí no se crían igual que en Rioja Alavesa u otras zonas de Rioja Oriental. Aquí estamos en altura, a casi 600 metros, y con unos suelos arcillosos y de cantos rodados, por lo que los vinos que salen son frescos y con mucha verticalidad”.

El horizonte de Víctor en el sector fija una cifra a partir de la cual dirá “hasta aquí”. Sus planes son vivir de vinificar sus uvas, “pero no haciendo 60.00 botellas”. ¿Y cuántas se necesitan vender para que esto sea un negocio rentable a tiempo completo? “Pues unas 6.000 u 8.000 botellas, yo creo, a un precio medio como las vendo yo”. El concepto que este joven defiende y al que aspira a convertirse es el de “un cosechero como el de los años 70 pero con una filosofía 2.0, es decir, llevando un poquito de viña y embotellando mi propio vino pero dándole un giro para hacer algo especial que se salga un poco de las tendencias tradicionales”.

Barricas en la bodega de Víctor Ausejo, en Alberite | Foto: Leire Díez

Pero afronta las perspectivas de futuro con paciencia. De momento se centra en sacar cosas al mercado “que merezcan la pena, creando autenticidad centrada en el terreno, las variedades y la propia visión de uno mismo”. Y todo eso hay que saber plasmarlo en una botella y luego venderla. “Creo que mi valor añadido en todo esto es que yo mismo me fabrico todo, por lo que es algo muy artesanal”, explica mientras saca unas cajas donde guarda una embotelladora artesanal y una pequeña etiquetadora, “y que además hago tiradas muy limitadas, por lo que creo un producto más exclusivo y, por tanto, atractivo para el público porque no todos tendrán acceso a él”.

Es más, ya ha tenido que negar botellas a un cliente internacional porque lo que tiene para sacar de la añada 2020 está todavía sin etiquetar y de las anteriores ya no queda nada. “Yo tengo que ser lógico y conocer mis límites. A la hora de exportar tengo que valorar las ofertas porque ya tengo un distribuidor nacional y mi idea al fin y al cabo no es crecer mucho en volumen sino dar pasos firmes aunque sean pequeños, hasta donde me deje la pequeña bodega porque las instalaciones son las que son”, remarca.

La vendimia 2021 la ha afrontado como las anteriores, “con mucha ilusión en los días previos catando uvas y haciendo muestreos, como si fuera un niño, con los nervios del trabajo que se viene encima y la sensación de querer sacar algo maravilloso de la cosecha después de todo el año trabajando para ello”. Y ese momento llega a Vilrollo, la parcela de garnacha blanca, y Víctor lo disfruta con la mejor compañía, “como las vendimias de antaño”. En un día, hijos, mujer y amigos recorren los renques cepa a cepa y cesto en mano para luego pisar la uva en la prensa. “La idea es pasar un buen día, pero cada vez se hace más pesado porque cogemos más kilos”. Para las viñas de tinto, eso sí, echa mano de otra cuadrilla más experta.

Su apuesta también se focaliza en producir de la manera más ecológica posible, “sin usar herbicidas y aplicando abono orgánico, porque está claro que para hacer un buen vino se necesitan buenas uvas y eso se consigue con prácticas sostenibles en campo”, y se muestra orgulloso de formar parte de esa corriente de jóvenes viticultores que están haciendo las cosas diferentes: “Hacemos de comerciales, viticultores y enólogos, y lo agradable es que hay muy buen rollo entre nosotros aunque muchos ni nos conozcamos en persona todavía. Pero nos une el hecho de que queremos sacar lo mejor de nuestra zona. Yo me encabezoné en que aquí iba a hacer un buen vino y lo estoy consiguiendo”.

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