Diego Urdiales bordó este viernes el toreo en Sevilla. ¡En Sevilla! Justo después de que Morante de la Puebla acabara con el cuadro sobre el ruedo de la Maestranza la tarde anterior… ¡Cómo debió estar el torero de Arnedo! A tenor del devenir de la excelente temporada de Urdiales, se barruntaba algo grande este trascendente final de temporada en Sevilla y Madrid. Fue en su último toro por San Miguel, cuando el toreo de Urdiales explosionó por completo y sitúa al riojano entre los toreros predilectos por la afición en estos momentos.
‘Morante’, Emilio de Justo y Urdiales deberían abrir la temporada sevillana el próximo Domingo de Resurrección, clamaban las redes sociales anoche. Y había quien pedía esa terna con un encierro de Victorino una semana antes, el Domingo de Ramos, en Madrid. El toreo y su grandeza.
La prensa destaca hoy la naturalidad, la belleza y la exquisitez con que Diego Urdiales deletreó el toreo ayer en Sevilla. Y también el paralelismo que conserva el concepto torero de Diego Urdiales con el de Curro Romero. Casi na’.
Vicente Zabala de la Serna describe en ‘El Mundo’ la tarde del riojano así: ‘corría la gente alocada por el pasillo de la grada del «5» a darle la enhorabuena a Curro como si fuera el padre de Diego. Y algo de paternidad hay en su lenta naturalidad, en decir el toreo en ese tramo exacto del corazón, en hacer de la cintura el compás del mundo. Urdiales, ya con las orejas en las manos, miró hacia arriba y vio a Romero en pie.
Cómo no habría sido de exquisita la faena para que, al día siguiente de lo de Morante, como si fuera fácil apagar semejante resaca, Sevilla se entregara a la ingravidez de los vuelos de Diego Urdiales, a la belleza desnuda de su clasicismo. Aquel cuarto de Domingo Hernández, que compensaba el agrio trago anterior con una armonía y buena clase sin excelencias, permitió el gozo prendido en la yema de los dedos. Que dibujaban el toreo con la curva de la profundidad. Aquellos naturales que apenas parecían posarse en el albero despertaron con su peso el calambre de los tendidos. La faena nació con una construcción precisa. Desde el prólogo derramado de torería, escanciando derechazos viejos, hasta el epílogo reproduciendo esculturas vazqueñas a la vera del Guadalquivir. Tan enfrontilado y a pies juntos, siempre jugando con la media distancia que tanto ayudó al toro.
Cuando enterró la estocada más perfecta de San Miguel, el público no olvidó nada. Ni las trincheras macizas, ni las alegres trincherillas, ni la monumentalidad de los pases de pecho, ni las verónicas mecidas. Y entonces, ya con las orejas en las manos, Diego miró hacia arriba y vio a Curro en pie’.
Andrés Amorós, en la edición nacional de ABC, cuenta que ‘felizmente, mucho mejor juego da el cuarto, ‘Francés’ de nombre. Urdiales dibuja muletazos impecables, con naturalidad y buen gusto, aprovechando la calidad de las embestidas. La faena clásica, primorosa, pone al público en pie. Concluye con los muy sevillanos naturales de frente, como Manolo Vázquez, y logra una gran estocada, volcándose: dos orejas’.
Carlos Crivell, en ‘Aplausos’, destaca que ‘la lidia del cuarto fue emocionante. El toro fue bueno, más por el lado derecho, pero todo lo que hizo Diego Urdiales fue una demostración de torería y buen gusto. Se lució en las verónicas del saludo. La faena fue de momentos sublimes por los dos pitones. Por el derecho, con suavidad y empaque, siempre toreando con elegancia. Por el izquierdo le costó acoplarse, pero al final hubo dos tandas perfectas, una de ellas de frente. Faena de matices soberbios, rematada de una buena estocada. Recogió las dos orejas con su banderillero Juan Carlos Tirado, que se retiraba esta tarde. Emoción en una vuelta triunfal’.
Por su parte, ‘Mundotoro’ habla de la entrada del riojano en Sevilla: ‘Entra en Sevilla Diego Urdiales, torero al que barruntaba esta afición desde hace tiempo. Una forma de torear desde la naturalidad más compuesta y el toreo más ceñido y encajado, tenía su sitio grande en La Maestranza. Lo que hizo y aún más, lo que intuye de este torero el público de Sevilla, ha sido enorme. Cuajado con el tiempo, en la mejor temporada de su vida, Urdiales se mete en Sevilla a través de una faena de enorme calado a un toro que fue a más, como creciendo fue la faena’.
En ‘El País’, Antonio Lorca, escribe que Diego Urdiales no tiene el porte físico de Curro ni es nacido en Camas, pero parece que ha sido amamantado taurinamente por el Faraón. Como fiel seguidor del evangelio currista, puso en práctica los evangelios, caló en el alma de Sevilla y paseó las dos orejas en presencia de su ídolo, el maestro Curro Romero, testigo del triunfo de su alumno predilecto desde una grada. Y continúa diciendo, ‘no fue una faena redonda, ni maciza ni estructurada, y solo hilvanada en algunos pasajes, pero abundaron los destellos, muletazos inmensos, de hondura exquisita. Hubo momentos de manifiesta irregularidad con otros de plasticidad y embrujo que llenaron La Maestranza de esa emoción que solo brotaba las tardes de un Curro inspirado. Muleteó Urdiales con esa naturalidad que parece fácil e imperceptible, pero que encierra una de las esencias del toreo clásico. Y antes de culminar la obra con una gran estocada, se perfiló de frente, muleta en la zurda, y dibujó cuatro naturales profundos que desbordaron la pasión en los tendidos’.
Patricia Navarro, en ‘La Razón’, titula ‘Urdiales borda el toreo en la casa de Curro’ y narra así la faena del riojano: ‘para dentro, a la cadera, templado, por debajo de la pala del pitón, naturales tremendos por largos, hondos y aterciopelados. Era imposible pensar en el toreo después de lo del día anterior. Pero un derroche de clasicismo hizo posible lo imposible y volvió a poner al descubierto que triunfos hay muchos, pero verdad una. El airoso prólogo plagado de torería fue premonitorio de lo que vino después. Hizo el toreo del derecho y del revés, sin preámbulos ni tiempos muertos, en busca de la perfecta imperfección y puso a la Maestranza bocabajo. Y al toreo en pie’.
Finalmente, Pablo López Rioboo, relata para ‘Cultoro’ el triunfo de Urdiales como sigue: ‘El toreo por vía del sentimiento, de la templanza, de la caricia. Ese toreo que fluye por todo el cuerpo, desde la punta de las zapatillas hasta las yemas de los dedos. Ese toreo en redondo, de cintura partida y corazón caliente. De cabeza fría, de valor y de mesura. Más que torear quizás es mejor decir, hacer el torero. Porque torear de así requiere de unos conceptos definidos. No deja lugar a engaños, a trucos de trileros, porque este tipo de torero exige sinceridad y abandono. Ese abandono que es llave del toreo puro, encajado, muchas veces frágil.
Ese toreo perfecto del que huye un Urdiales empeñado en dormirse tras cada lance, en soltar muñecas y dejar fluir el toreo. Ese toreo que le viene dado desde que su madre lo trajo al mundo. Tras mucho predicar en el desierto consiguió, a base de pureza, colarse en el corazón del aficionado. Ese que hoy por fin lo vio hacer el toreo en su plaza y salir triunfante. Ya era hora de que le embistiera un toro en Sevilla’.
En definitiva, la prensa amanece hoy rendida al toreo de Diego Urdiales. Como lo venimos haciendo aquí tantas tardes esta temporada. Y el viernes, Madrid.
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