El Rioja

Los caprichos de Pilar con los que renace otra Rioja

Pilar Fernández en su viña centenaria San Prudencio, en Ábalos

Se define como una persona “políticamente incorrecta”, de estas que no sigue el camino más recto o por el que discurre la corriente. Ella va directa en busca del más tortuoso, el que le llevará más tiempo recorrer y, probablemente, más quebraderos de cabeza. Pero es justo ese camino, el desvío que no llama la atención de la mayoría, el que un día Pilar Fernández decidió coger para contarle al mundo entero que las pequeñas creaciones tienen tanto valor como las grandes y que es posible descorchar una Rioja diferente.

Gerente junto a su hermano Carmelo de Bodegas Fernández Eguíluz, en la villa de Ábalos, es una firme defensora del territorio, su historia y tradiciones. Una filosofía de vida, como ella la llama, que acompañó a la familia desde sus inicios en la vinificación y que prosiguió una vez dio el salto a la comercialización en 1990.

Para exponer su ‘tesis’ sobre la necesidad de defender lo propio sube hasta la única viña que le queda como recuerdo de su abuelo Baldomero. “Una auténtica joya vitivinícola, porque es bonita en campo y también en bodega”. La San Prudencio la llaman, rodeada de olivos e higueras y a la que se accede por una senda. Sobra decir que esa tierra no ha conocido rodada de tractor alguna. “Aquí metemos una pequeña mula mecánica o la morisca. Tiene más de cien años seguro, pero ya sabes que esto de calcular la edad del viñedo es más bien dudoso”.

Y entre esas cepas con nudos imposibles, a diferentes alturas, y alguna que otra a punto de secarse, cuelgan racimos tempranillo tinto, viura, también de malvasía y un poco de calagraño, distribuidos en un 70 por ciento de tinto y el 30 restante de blanco. “Aquí la maduración es uniforme, como si se hubieran adaptado unas variedades a otras y se desarrolla todo prácticamente a la par. Y la elaboración también es conjunta, se recoge todo y se elabora a la vez”, señala la bodeguera.

Pero este año la fotografía de esta viña a algo más de un mes de vendimiarla (espera que sea para el Pilar) es más triste. “Los conejos y corzos han arrasado con gran parte de la producción, pero algo podremos sacar de ella porque lo cierto es que los racimos que trae esta campaña son exquisitos. Pequeños, sueltos y con unos granos llenos de frescor, notas de flor, fruta blanca y acidez bien equilibrada. Cuántos bodegueros los querrían…”, clama Pilar mientras saborea un grano de uva tinta.

De esta pequeña parcela de orientación norte-sur suele sacar cada cosecha unos 300 o 400 kilos, en función del año, para elaborar una partida limitada de 400 o 450 botellas de La Cantarada de los mozos y de las mozas, bajo la leyenda Cuvée Trasiega. Uno de los pequeños grandes proyectos de Pilar que vio el primer rayo de luz hace tres añadas, aunque ya en 2016 empezó a cocinarlo en bodega. “Que salga lo que tenga que salir de aquí”, se dijo. Y se lanzó al vacío de la experimentación y la ilusión.

“A veces tenemos que darle muchas vueltas a la cabeza para ver cómo lo elaboramos sin demasiados medios, pero con la certeza de que queremos trabajarlo bien para que funcione. Está claro que lleva más curro que un proyecto grande, pero yo disfruto con esto. Al fin y al cabo son mis caprichos con los que contribuyo a recuperar y mimar el terreno y el paisaje que nos dejaron nuestros antepasados y a homenajearles a través de los vinos”, asegura.

Es una auténtica defensora de esos ‘patitos feos’ de la viticultura, aquellas variedades menos explotadas que no suscitan interés entre el sector elaborador. Ese afán de Pilar por abordar un nuevo estilo de vinificación le llevó a apostar por la viura vieja, una oriunda de Rioja “que tiene un gran potencial, aunque haya quien diga lo contrario”. Después de todo un largo recorrido mimándola, cree firmemente que no se ha equivocado en su discurso: “Menos mal que aquí no nos dio por arrancar las cepas de blanco porque hemos logrado sacar cosas muy chulas criadas y fermentadas en barrica”.

Aunque esta no es la única variedad a la que Pilar le ha echado el corquete: “También he hecho dos elaboraciones con calagraño, aunque sea otra de las menos apreciadas. Me gusta experimentar con esas variedades que se quedan en un segundo plano o ni siquiera entran en el juego. En Rioja tenemos buenas variedades, ¿por qué no somos capaces de sacarlas adelante? ¿Por qué tenemos que buscar ese potencial fuera? Deberíamos defender mucho más lo nuestro, que es bueno, pero para ello debemos conservarlo”.

Ya en bodega, comienza a descorchar botellas de sus hijos más queridos. Es el turno del primer Peña La Rosa Grano a Grano con uva de tres parcelas diferentes. “Aquí hay una nariz más cerrada, pero una fruta más negra donde se parecía la complejidad de barrica. Para elaborarlo, recogimos 550 kilos de uva en cajitas de 10 kilos y ya en bodega, los desgranamos durante 166 horas. La idea era no meter raspón en el vino, pero hacer algo lo más parecido a un maceración carbónica. Ese curro fue muy bonito. Igual soy una luchadora de causas perdidas, pero soy muy romántica con el vino y me gusta hacer cosas especiales”, se sincera.

Contra todos los impedimentos de tiempo y espacio que se ha ido encontrando en su camino por reivindicar otro tipo de Rioja, Pilar nunca ha tirado la toalla. Desde que puso en pie en la bodega tuvo la sensación de que ese viñedo viejo de la familia debía aprovecharse bien: “No tiene sentido destinar todos los recursos a hacer un vino joven cuando también podemos dedicarnos a potenciar estas viñas. Y es que se puede hacer proyectos diferentes sin restar calidad a estos jóvenes”.

Tiene claro que los pequeños no pueden competir nunca en materia de cantidad, “porque para eso ya están los grandes”, por eso toca apostar por la distinción basando en la materia prima más pura de ese terruño: “En esta zona deberíamos enfocarnos más en los proyectos pequeños porque tenemos las condiciones perfectas para ser un Saint-Émilion -la pequeña región francesa considerada una de las principales zonas de vino tinto de Burdeos-, pero habría que cambiar la filosofía de vida y no todos están dispuestos a dejar el tractor y las manos de herbicidas”.

Estos días los pasa trasegando barricas antes de cogerse unos días de vacaciones para regresar con las pilas cargadas. Todavía recuerda aquellas fotos de vendimias en familia, “esos días eran otro mundo, se vivía con tal ilusión cada jornada…”. Pilar rememora y siente “pena” al ver cómo ha cambiado la percepción: “Ahora se disfruta de otra manera porque el papeleo y la burocracia te nublan muchas veces la mente”.

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