El Rioja

María Vargas: “La sensación de vértigo me acompaña desde el principio”

María Vargas, enóloga de Marqués de Murrieta

Después de 25 años en la bodega más antigua de Rioja, María Vargas sigue acompañando al vino de la misma forma: implicándose y evolucionando con él. La propuesta de portar la placa de directora técnica de Marqués de Murrieta le hizo dar un paso atrás hace veinte años, la idea de ser la cara visible le producía vértigo. Pero pronto esta jarrera de nacimiento retomó el ritmo, haciendo y deshaciendo, aprendiendo de casi 170 años de historia.

Tozuda e incansable, siente que todavía no ha cumplido sus metas en una bodega donde la paciencia es la base de esos vinos de larga guarda. Porque un Castillo Ygay de 1900 comparte perfección y calidad suprema con uno del siglo XXI; porque ese dicho de “todo tiempo pasado fue mejor” no va con la filosofía de Marqués de Murrieta. Porque “lo que mejor sabe hacer esta bodega es envejecer vinos”, de ahí que albergue una de las colecciones históricas más amplias de carácter privado de la Denominación (90 mil botellas).

– ¿La enóloga más famosa de Rioja tiene algún vino al que guarde especial cariño, el que podría ser el niño de sus ojos?

– No sería capaz de destacar un vino de todos los que he creado a lo largo de mi trayectoria profesional porque sería injusto. Normalmente me muestro más cercana hacia los vinos que he sentido más débiles, de los que veo que nos va a costar sacar de ellos algo que merezca la pena realmente. Porque cuando viene un vino que lo tiene todo, solo te queda disfrutar con él, pero me uno más a esos vinos que ves que, aunque lo intentan, les cuesta. Ya más a título personal, podría decir que guardo un recuerdo especial a los vinos de mi primera añada como directora técnica de Marqués de Murrieta por ser un momento donde me sentía totalmente inexperta dentro de una etapa de ensueño de la que me dejaron formar parte.

– ¿Cuáles son las decisiones más complejas que ha tenido que tomar como responsable?

– A mí me gusta trabajar en calidad de prevención. Pienso que hay que centrarse mucho más en el trabajo del día a día, dando y exigiendo el máximo siempre, y también a los vinos. Hay que sacarles del letargo y decirles: ¡eh, espabila que eres un Castillo! En lugar de tomar una gran decisión es mejor tomar muchas diarias para que el día que te toque esa importante sea más sencillo porque la tienes clara. Además, creo que las grandes decisiones te pueden llevar a grandes errores en proyectos con tal envergadura.

– ¿Ha sentido miedo alguna vez al portar esa poderosa responsabilidad sobre sus hombros?

– Sin lugar a dudas. Te prometo que he sentido miedo con todas sus letras. Miedo de no ser capaz o de no estar a la altura que mi cargo requiere, porque poner un pie en Marqués de Murrieta fue para mí… –suspira–. Solemos comparar la vida con una balanza y, si en un plato no tienes nada que perder, puedes arriesgarlo todo. Pero yo aquí me juego mucho y un error puede ser determinante, de ahí esa sensación de vértigo que me acompaña desde el principio. Aunque también es ese continuo aprendizaje lo que nos mantiene vivos, más si cabe cuando trabajamos con los sentidos, donde nada sigue unas reglas concretas.

– ¿Qué toques tienen en común los vinos de Marqués de Murrieta?

– Yo siempre digo que la diferencia entre algo muy bueno y algo excelente es un detalle. No hay más diferencia, y no todo el mundo es capaz de captar dicho detalle. En Marqués de Murrieta lo que sí tenemos son herramientas para hacer cosas excelentes porque en nuestra forma natural de ser nos caracteriza esa búsqueda incansable de la excelencia.

Con la finca de 300 hectáreas que rodea la bodega se alimentan desde siempre los vinos de Marqués de Murrieta y ese es un pilar único e inamovible a lo largo del tiempo. Lo destacable es que cada uva nace con un destino ya predeterminado. Tanto las viticulturas como las vinificaciones están concebidas y conducidas para que desde el inicio esos granos vayan a parar a unas botellas concretas.

– ¿Y qué caminos siguen cada una de las parcelas?

– Pues desde Marqués de Murrieta Reserva, nuestro vino más sencillo que refleja lo que ha pasado durante su ciclo vegetativo en la Finca Ygay, hasta nuestros diferentes vinos de pago, todo es distinto. Dalmau es un tinto formado por tempranillo, graciano y cabernet sauvignon con el que intentamos reflejar lo que ha ocurrido en una parcela con una viticultura y climatología particulares para crear un vino con más concentración y expresividad.

Capellanía Reserva, nuestro blanco de pago, procede de la parcela más alta de la finca, a 550 metros de altitud y cien por cien viura con una elaboración en cemento y crianza en barrica de roble francés. Pero la joya de la corona siempre ha sido y será Castillo Ygay Gran Reserva, con un tiempo de crianza muy extremo (dependiendo de la añada, en torno a 30 meses) y larga guarda en botella. Aunque la lista la completan otros como el Primer Rosé, Pazo Berrantes y La Comtese, lo que importa en un vino es que tenga personalidad, que al descorcharlo y catarlo sepas que es un Marqués de Murrieta.

– En esa guía de calidad que acompaña a la bodega desde su nacimiento, ¿hay cabida para tintes actuales o más personales?

– Desde mi incorporación en el 2000 en lo que nos focalizamos con mucho ahínco es en el viñedo. Lo que veo es que Marqués de Murrieta tiene un factor muy distinto al de otras bodegas, y lo que hacemos es ser mucho más estrictos con todos los procesos, porque para mí, más que una bodega, esto es una empresa agrícola. No hay que perder las raíces y es muy importante que una uva crezca sabiendo que va a llegar a ser Castillo Ygay porque su exigencia va a ser muy distinta al resto de los vinos aun sin saber lo que va a pasar dentro de diez años cuando salga.

– ¿En qué nuevos horizontes se mueve ahora Marqués de Murrieta?

– Siempre estamos con la vista puesta en próximos proyectos. De hecho –avanza sin ahondar en detalles– es muy probable que en los próximos meses haya alguna novedad. Pero aquí siempre tenemos cosas entre manos porque la evolución es constante aunque la esencia se mantenga. Al fin y al cabo, en un proyecto de esta envergadura y con esta edad no me gusta hablar de modernización sino de actualización. Los cambios han de ser constantes, sutiles, poco a poco, nada de rupturismo.

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