Hará cosa de medio siglo confluían en Villabuena de Álava unas 70 bodegas en uso, ocupando calados y pequeñas cuevas distribuidas por todas sus callejuelas. Unas 70 bodegas en un pueblo que entonces rondaría los 200 habitantes, así que no había familia que no conociera la magia de echar todas las uvas juntas, blancas y tintas, y con raspón, al lago, estrujarlas y, al cabo de los meses, probar su trabajo hecho vino. Ahora, son ya unos 350 vecinos los que están en esta villa de Rioja Alavesa y algunas de esas bodegas cerraron hace tiempo quedándose actualmente en unas 40 bodegas que elaboran y comercializan.
La balanza se ha desequilibrado un poco, pero Villabuena sigue siendo la localidad con más bodegas por habitante del mundo. Sigue, además, manteniendo intacta la esencia del maceración carbónica, así como la unión de un pueblo por preservar aquello que lo hace único y también por la riqueza de un territorio paisaje. Todo lo que lo convierte en un territorio enogastronómico digno de conocer y saborear, porque aquí se disfrutan más cosas aparte del vino.
Con este sentimiento organizó este miércoles la Asociación para la promoción de Villabuena-Eskuernaga (Villaesku), que cuenta con 19 bodegas asociadas junto al Hotel Viura y la Taberna Kiko, una jornada para profesionales de la comunicación llegados de La Rioja y País Vasco vinculados al vino y la gastronomía. Un programa que se diseñó para que los invitados profundizasen en la oferta turística que responde a la cultura más arraigada del municipio y al esfuerzo común que existe entre todos por ensalzar su patrimonio. Prueba de ello es la celebración del Villabuena Wine Fest el próximo 4 de mayo, el Wine Tour habilitado durante todo el año, la fiesta del vino para abrir las puertas de las bodegas de este pueblo, o bien el XI Concurso de vinos organizado por el Hotel Viura el 9 de mayo, así como las fiestas patronales del 15 de mayo.
Entre las visitas de esta jornada tampoco faltó el Cementerio Pagano y el Dolmen del Montecillo. Fue en este enclave que evoca a esas creencias de épocas pasadas donde comenzó el recorrido por los vinos que hacen región en Villabuena. Fueron Haritz Blanco, de Bodegas Benetakoa, y el Blanco fermentado en Barrica de Izadi quienes inauguraron la mañana para explicar la tradición del cultivo de variedades blancas como la viura en estas viñas viejas, de escaso tamaño y plantadas en un terreno desnivelado, y a veces escarpado. Un terreno con 540 hectáreas de superficie que es lo que ocupa el término municipal de Villabuena y en el que no queda nada sin plantar de viña porque aquí no se ha vivido de otra cosa.
Que se lo digan a Juanjo Berrueco, propietario de Bodegas García Berrueco. Para él es clave defender con ahínco el concepto de cosechero, “que no es otro que aquel que vive de su propia cosecha, tanto en la producción, como en la elaboración y la comercialización”. Y ese es su caso, y de los pocos que hay en el pueblo. “Se ha degradado este concepto vinculándolo a vinos jóvenes o de peor calidad, pero aquí en Villanueva siempre hemos sido cosecheros porque no comprábamos uvas a terceros. Yo siempre digo que no soy bodeguero. Yo soy un agricultor que vende sus uvas dentro de una botella”, define este elaborador de vinos de maceración carbónica.
Durante la jornada también se visitaron las instalaciones de Beltxuri, otra bodega familiar que lleva el maceración carbónica en la sangre. La Marquesa – Valserrano abrió las puertas de sus calados centenarios subterráneos y descorchó algunos de los crianzas que más la caracterizan, mientras que del lado ecológico entraron en escena las elaboraciones de Chechu, de Bodegas Basoco Basoco, y Esti, de Cándido Besa Upategia, ambos certificados en ecológico y fieles defensores de una vitivinicultura “como las de nuestros abuelos”.
En la comida, acompañando al rancho y a la carne asada con los restos de cepas, tocó catar otras bodegas de la Asociación, la mayoría de ellas familiares y ya con sus nuevas generaciones tomando partida. Blanco joven Mestresala, Maceración Carbónica Besa Murriarte, Berrueco Ciranza 2021 y La Calleja del Sastre fueron los cuatro vinos que se probaron. Pero aún había más. Bodegas Luis Cañas presentó a los invitados su nuevo espacio Fohen en los exteriores de la bodega, una sala de catas al aire libre donde probar algunas de las elaboraciones más especiales de la familia, como los monovarietales o los vinos de parcela.
Un enorme tronco de pino silvestre de unos 500 años de edad que formaba parte del monte de Villabuena decora ahora este lugar después de que la bodega lo recuperase “para mantener vivo el espíritu y los orígenes de la zona”. Alrededor de él, el personal de Bodegas Bideona sirvió su vino Cofrade, un tempranillo en primicia que saldrá ahora al mercado. En su etiqueta, ni rastro de la variedad de uva con la que se elabora y es que lo que buscan es darle importancia a la zona. “Nosotros elaboramos Rioja Alavesa”. De manos de Luis Cañas fue Poyotos la joya de la corona que se probó, una de las últimas creaciones de la casa. «Juan Luis ya nos dice que la bodega no acaba cuando nos vamos de ella al cruzar la puerta. La bodega es la comarca y hay que ver todo esto como un conjunto. Solo así preservaremos el entorno, respetándonos los unos a los otros y educando al consumidor», sentenció con sabias palabras Marinanick, directora de Comunicación de la bodega.
Y ya con la noche echada, fue el Hotel Viura quien puso el broche a una jornada para crear lazos sociales, donde poner en común a creadores de contenido y periodistas vinculados a la enogastornomía con los protagonistas de Villabuena, quienes trabajan a diario por el fomento turístico del municipio. En una cena con representantes de las bodegas asociadas se probaron otros cuatro vinos más (Remírez Baigorri, Javier Besa Crianza 2020, Berarte Reserva 2018 y De Garage, de Bodegas Bikain) para acabar de empapar al público de esa tradición vitivinícola que se respira y se ve en cada esquina del pueblo.
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