CARTA AL DIRECTOR

No quiero enterrar a más abuelos

Me gustaría empezar esta carta presentándome. Soy una joven de 32 años que como el resto de los ciudadanos de este país lleva cuarenta días en casa. Más de cuarenta días en los que por primera vez en mi vida me he interesado en la política. Nunca he votado a ningún partido, no soy de derechas ni de izquierdas ni de centro. Soy de personas. De las personas que hacen cosas bien por otras personas.

Más de cuarenta días en los que me he replanteado absolutamente todo en mi vida, y en la vida de las personas que me rodean. Más de cuarenta días en los que he vivido con miedo a contagiar a los que más quiero. Más de cuarenta días con incertidumbre, con rabia por ver lo mal que se hacen las cosas teniendo todo para hacerlo bien. Más de cuarenta días aplaudiendo y emocionándome con los aplausos de las ocho pensando en los héroes que ponen en riesgo su vida para ayudarnos, mientras otros no lo hacen. Más de cuarenta días insensibilizándonos, viendo cómo nos acostumbramos a que los muertos sean solo un número. Más de cuarenta días esperando a que se muestre empatía, dolor por las familias que no pueden despedirse. Más de cuarenta días pensando si podré volver a salir a la calle como hacía antes, si podré viajar, si podré encontrar trabajo; en definitiva, si existirá un futuro para mí, para la población.

Más de cuarenta días pensando en ese último momento, esa última despedida de las personas que siempre me han cuidado, mis abuelos. Siempre me consideraba una persona afortunada por tener todavía a mi edad a mis tres abuelos de los que seguir aprendiendo cada día. Pero hace dos semanas enterré a una de mis abuelas. Mi abuela, que vivía en una residencia de ancianos debido a su demencia senil, falleció en medio de esta terrible pandemia. Bueno, decir enterré es demasiado. Seis familiares nos rotamos de dos en dos en turnos de diez minutos para despedirnos de ella en el tanatorio. Después, los seis nos dirigimos al cementerio, sólo tres pudieron entrar. Eso sí, acompañados por tres monjes, el conductor del tanatorio, la persona encargada de llevar el cuerpo en el coche y el que abrió el panteón. En resumen, tres familiares y seis personas ajenas a mi familia despidieron a mi abuela. Y siete coches de la policía, dos de ellos de la nacional, que acudieron al cementerio tras una llamada del responsable por habernos presentado seis personas en la puerta. Siete coches de la policía, que llegaron en menos de un minuto. Siete coches de la policía que nos hicieron sentir como delincuentes en un entierro.

Sin misa, sin abrazos, sin familia, sin lágrimas. Así fue su despedida.

Por ello no quiero enterrar a más abuelos. No. Ellos son fuertes, superaron una guerra, el tifus, incluso una extremaunción. Y no. No quiero que mueran solos, en sus casas. De pena. Quiero que al igual que dejan salir a los niños, ellos puedan salir también. Disfrutar del tiempo que les quede, de ese rayo de sol que con tristeza miran desde la ventana. De compartir sus dolores con el vecino que sea igual de valiente que ellos y siga con vida. Disfrutar del avance de las obras de su calle.

Nuestros abuelos son nuestro tesoro. No debemos perderlos. Yo puedo esperar, puedo no conseguir ese trabajo, no comer todo lo que me gustaría, no ir a ese bar en el que ponían mi canción favorita, puedo llevar la misma ropa todo el mes y hacer deporte en casa. Yo puedo perderme absolutamente todo porque tendré tiempo para recuperarlo. Ellos no.
Por eso ruego que prioricen, que hagan test a las personas mayores y los acompañantes responsables de su cuidado y que así ellos puedan disfrutar de la mejor manera posible, lo que les quede de vida. Se lo han ganado.

Va por ti abuela.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

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