La Rioja

Setenta años de vida en común: Clementa y Félix

Setenta años de la mano en Rincón de Soto: Clementa y Félix

Fue un 9 de noviembre de 1949 cuando Clementa y Félix se dieron el sí quiero en la iglesia de San Miguel de Rincón de Soto. ¿Quién les iba a decir a esos dos jóvenes rinconeros que setenta años después repetirían esa foto en color sepia que parece sacada de una película de los años cincuenta? Con algunos achaques propios de la edad, pero con la lucidez que da una trayectoria de vida ejemplar, estos dos rinconeros celebrarán este sábado setenta años de casados, algo impensable en estos tiempos del usar y tirar y del hoy sí pero mañana no.

Dos hijos, cinco nietos y cuatro biznietos después (Raúl acaba de incorporarse esta misma semana a la familia) Clementa y Félix nos regalan dos horas de conversación, de lecciones de vida, de anécdotas, de momentos de valentía, de situaciones divertidas unas y comprometidas otras… un recorrido vital que hace a uno ver lo que es importante y lo que debe dejarse en un segundo plano, lo que de verdad importa y de lo que se puede prescindir.

Con una memoria que cualquier joven desearía tener, Félix nos va narrando su historia de vida. Tenía diez años. Lo recuerda como si fuese ayer: la entrada de los requetés a Rincón de Soto poco antes del alzamiento. Y así fue pasando su juventud entre la mili en Pamplona donde se encaró a su general. «General, quiero hablar con usted. No puede hacernos trabajar tanto sin darnos de comer». Al otro día, ración doble para todos los que estaban con él. Y el momento más especial, el de conocer a Clementa. «Íbamos mi hermano y yo a sembrar. Vino su novia, que iba acompañada por Clementa; no hacía más que reírse y ahí comenzamos a vernos», recuerda. En el baile, en el cine, merendando en casa de sus padres…

De viaje de novios, a ver al Athletic

El noviazgo fue afianzándose hasta que decidieron casarse. Ella de azul, él de traje. Más guapos que un ocho. Y el viaje de novios. «Nos fuimos a Madrid, quince días», nos cuenta Clementa. Félix reconoce el motivo último de su visita a la capital de España. «Jugaba esa semana el Athletic de Bilbao y yo tenía muchas ganas de ver un partido de fútbol porque siempre he sido muy futbolero. ¿Te he contado que fui fundador del River? De los que lo fundamos solo quedo yo», nos cuenta detallándonos historias del club que pocos más que él saben ya. «El partido quedó 2-2, los goles del Athletic, de Zarra». Como si fuese ayer, como si no hubiesen pasado siete décadas.

Recuerda que Madrid entonces no era la ciudad de grandes edificios que es hoy. «Si no tenían ni pan ni luz; por las noches las calles estaban iluminadas con lámparas de aceite y los familiares que fuimos a visitar se comieron entero uno de los panes que llevábamos. No sé cuánto tiempo llevaban sin comer pan». Tiempos complicados los de una época de posguerra que no se notaban tanto en los pueblos. «Aquí también hubo mucha gente que pasó hambre, pero peor fue lo de otros que fusilaron nada más que por no pensar lo mismo… y eso no está bien», sentencia como el que da cátedra mirando a sus hijos y sus nietos que lo contemplan ensimismados sabiendo a ciencia cierta que tienen un tesoro entre esas cuatro paredes.

Las bodas de oro

El día 9 celebrarán sus setenta años de casados. Ya lo hicieron con los cincuenta. «Entonces invitamos a todos los sobrinos, le dije a Clementa: «Ya que no han podido celebrar las bodas de oro de sus padres, que al menos celebren las nuestras».

Seguro que la fiesta termina con música. «A mí siempre me ha gustado cantar, mucho y lo hacía bien», dice. Clementa, que lleva un rato callada, lo corta: «Y a mí bailar, pero no estaba todo el día por casa bailando, que también tuve que criar a los hijos e ir al campo y a la fábrica». Los genes de artista han sobrevivido a la familia, su hija María Jesús nos lo demuestra con una jota a sus padres y Dani, su nieto, Dani Subero, no se arranca con la guitarra porque hoy los protagonistas son sus abuelos.

Conocer a Concha Andreu

El domingo irán a votar. “Bastante años estuvimos sin poder hacerlo”, dice Félix que nos reconoce que estaría encantado de conocer “a la de Calahorra”. “¿A la alcaldesa?”, le preguntamos. “Nooo, a la presidenta”, nos responde como aquel que tiene que explicar dos veces lo que debería haberse entendido a la primera. “Yo es que siempre he votado a la izquierda, como tenemos que hacer los pobres”, dice, intentando justificar la ilusión que tiene desde que la socialista es presidenta. Todos nos echamos a reír y Clementa se levanta y le da un beso en la frente con esos ojos que confirman que el amor está por encima de todo. “¿El secreto? Pues cual va a ser, hija, el respeto y el trabajo; si tienes trabajo, cobras y traes dinero a casa, las cosas siempre son más fáciles”, nos resume como lección de vida.

¿Una lotería? ¿Suerte? ¡Qué va! Esto es amor con mayúsculas del que no se puede esconder, del que aunque hayan pasado 70 años de aquella foto en sepia se sigue demostrando cada día, con un beso en la frente, con una palabra necesaria para alegrar el corazón, con seguir siendo tú y yo, los que nos reíamos mientras sembrábamos en el campo.

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