Cultura y Sociedad

Videoclubes que sobreviven “entre tanta marea de canales y piratería”

Cuatro son los videoclubes que a día de hoy sobreviven en la ciudad de Logroño. En tiempos en los que Netflix, HBO y otras plataformas audiovisuales se han hecho con el mando de control del ocio de las audiencias, La Cigüeña, Chaplin, Boom y Arizona luchan por no apagarse.

Si bien el auge de la televisión por cable y las plataformas de pago parece la principal razón por la que el negocio de los videoclubes haya decaído, algunos de los dueños de estos establecimientos ‘rebobinan’ todavía a tiempos anteriores al nacimiento de ese gran cambio en la forma de consumir televisión. “Netflix, HBO etcétera, al final se trata de competencia legal. Lo que pasa que aquí no nos ha defendido nadie cuando la competencia era ilegal, cuando se podía descargar una película y no pasaba absolutamente nada”, critica Pedro José Jimeno, propietario del videoclub La Cigüeña durante dos décadas. “Muchos establecimientos aquí en Logroño vendían películas piratas, eso hizo mucho daño, porque ya la gente no tenía necesidad de venir al videoclub”.

La cantidad de películas que Jimeno llega a alquilar es “ínfima”, por lo que ha optado por vender en su pequeño establecimiento chucherías, algo de juguetería, pan y prensa, de donde señala sacar el mayor beneficio. Asimismo, también se encarga del envío de paquetes y de fotocopiar e imprimir documentos y fotografías.

“A este negocio se le ha dejado morir, las productoras tampoco nos han apoyado, solo les interesan ventas, ventas y ventas. Hemos sido la cenicienta del sector”, lamenta.

Pedro José Jimeno, propietario del videoclub La Cigüeña. | Foto: Nuria Pajares

A escasos minutos de La Cigüeña, en la calle Padre Claret, Miguel Ángel Velasco trabaja de dependiente en Chaplin, uno de los locales de alquiler de películas más grandes de la ciudad. Al igual que su vecino y compañero de sector, Velasco también se ha visto obligado a ampliar su negocio con la venta de chucherías y refrescos. Sin embargo, en diciembre Chaplin bajará la verja para siempre. “No se puede hacer nada contra la tecnología”, lamenta desde detrás del mostrador.

“Ahora no tiene nada que ver con cuando empezamos, hace 25 años, hemos llegado a tener hasta treinta mil socios inscritos”, rememora. “Entre semana no se alquila prácticamente nada y los findes algo se hace, se va aguantando”. Velasco, además, señala que el videoclub no pertenece a una calle céntrica, por lo que el tráfico de personas que llegan hasta su local es aún menor.

Miguel Ángel Velasco en el Videoclub Chaplin. | Foto: Nuria Pajares.

José Antonio Villanueva, al cargo del videoclub Arizona, en Vara de Rey, se mantiene más optimista en cuanto a su negocio: “Sigue viniendo gente porque ya llevamos un tiempo y se nos conoce. Los clientes están contentos con el trato, hay gente que le gusta que se les recomiende películas y que no se les de todo hecho como en los canales”.

En cuanto a la irrupción de los servicios bajo demanda, Villanueva sí que apunta que notó las consecuencias hace un año, “pero ahora hay gente que tiene Netflix y que me sigue viniendo aquí. Yo creo que sobrevivo entre tanta marea de canales y piratería”.

“Vienen gente de todas las edades, desde mayores de cincuenta años hasta cuadrillas de chavales que quieren ver una película de miedo”, apunta. “Los que menos acuden son los menores de catorce años”, la mayoría apuesta por las novedades, según explica el dependiente.

En la céntrica calle Labradores se encuentra Boom, regentado por José Luis Omatos y que el próximo 11 de septiembre cumplirá veinte años, tiempo en el que ha logrado acumular 17.325 de socios (“de los cuales el volumen de clientela rondará el 10%”). Omatos comparte pensamientos positivos parecidos a su compañero de Arizona, a pesar de “haber notado la competencia” y  de verse obligado a ampliar, al igual que los anteriores videoclubes, su oferta a chucherías y refrescos varios. “Yo creo que nuestro éxito radica a que tenemos un fondo impresionante de películas”, indica, pues estima albergar unos quince mil títulos. “Hay clientes que vienen buscando una película de hace décadas y aquí tiene la garantía de que la va a encontrar, mientras que otros se centran más en el género de las novedades”.

“Hace años era habitual encontrarse en televisiones públicas ciclos de películas sobre directores, actores, movimientos, etc.”, rememora. “Hoy en día todo eso ha desaparecido, la programación cinematográfica es una vergüenza”. ¿La razón? Omatos la ve clara: “Internet desde el principio se concibió como un terreno abonado para la piratería y ha hecho que las casas no consideren, ni siquiera interesante, la opción de prestar sus fondos a una iniciativa como eran estos ciclos”

“Estaría bien que las casas, que tienen el 90 % de los derechos de las películas, pusieran a disposición del público algunos títulos míticos”, reflexiona.

Omatos reniega de que se trate el negocio del videoclub como la crónica de una muerte anunciada o un arte en decadencia. “Tenía un amigo que trabajaba como periodista en un medio en papel y que siempre me hablaba sobre lo mal que iba el alquiler de películas, su redacción cerró y aquí sigo yo”, señala.

José Luis Omatos en el videoclub Boom. | Foto: Nuria Pajares.

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