La Rioja

De Guernica, “lo más parecido al infierno”, a Santo Domingo, “un exilio precioso”

Cada 26 de abril se celebra el aniversario del bombardeo de Guernica, y entre los actos de homenaje siempre suele estar Emilio Aperribai. A él le unen lazos inquebrantables con La Rioja. Llegó a Santo Domingo de la Calzada junto a su familia dos días después del brutal ataque de la Legión Condor y la aviación italiana. Allí pasaría “los mejores años de mi vida” hasta volver al País Vasco. Ahora, cada año, disfruta de unos días en tierras riojanas recordando el que fue su refugio de paz frente al horror de lo que había vivido toda la familia.

26 de abril de 1937, “lunes, día de mercadillo”. Los vecinos de otros municipios se habían acercado a Guernica a comprar. Casi un mes antes había sido bombardeado Durango, y los vecinos barruntaban que los próximos podían ser ellos. “Se hablaba mucho por el pueblo que existía la posibilidad de ser bombardeados porque Guernica era símbolo de los fueros”.

Tanto era así que sus padres ya habían ideado un plan por si las bombas aparecían en el cielo. “Habían quedado en que mi padre se iba con mi hermano mayor al refugio de Talleres Gernika y mi madre salía conmigo, que tenía ocho meses, fuera del pueblo por el paseo de los Tilos”. El objetivo es que alguno pudiese librarse de una muerte más que probable.

Las campanas de la iglesia resonaron en el aire. Anunciaban la llegada de la tragedia. Emilio no fue consciente de lo que se avecinaba. Pero su vida, como la de tantos otros, estaba a punto de cambiar de manera irrevocable. Con 87 años, es uno de los pocos supervivientes que aún pueden contar la historia en primera persona. Todos sus recuerdos son los que le contaron sus padres durante años. “Era muy pequeño, pero tengo muy grabadas las historias que mis padres me contaron una y otra vez sobre aquel día”.

“Mi madre salió conmigo en brazos, iba escondiéndose de los aviones y esquivando balas y cadáveres”, cuenta Emilio, con una voz que aún lleva el peso de aquellos recuerdos. En poco más de tres horas cayeron sobre esa pequeña localidad de ocho kilómetros cuadrados, en la que en esos momentos había unas 10.000 personas, un total de 1.300 kilos de bombas según las fuentes más moderadas, 40.000 según otras.

“Ametrallaban cualquier signo de vida, mi madre siempre recordaba que volaban muy bajito y que desde el suelo se veía la sonrisa de los pilotos, que eran muy jóvenes”. Correr sin saber hacia dónde ir. “Siempre contaba que había una camioneta en mitad de la carretera y que pensó en meterse debajo para evitar las balas, pero justo antes de llegar saltó por los aires”.

Cuando cesó el bombardeo decidió subir a Lumo en lo alto de Guernica. La localidad estaba devastada, Vitori iba preguntando por Jesús y Jesús por Vitori. A los dos se les ocurrió la misma idea: subir al caserío al que suministraban leche para que los acogiesen. “Mis padres siempre recordaban que eso era lo más parecido al infierno, todo lleno de humo y de rojo intenso”.

El padre de Emilio había trabajado en Filipinas años antes y había hecho algo de dinero. Con esos ahorros había comprado la finca Emperatriz en Santo Domingo de la Calzada. Era lo poco que les quedaba y decidieron irse allí a vivir. “Nos quedamos con lo puesto, mucha gente me recordaba años después que mi padre llegó a Santo Domingo aún con la chaqueta hecha jirones”. Había resultado herido igual que su hermano mayor cuando las bombas cayeron sobre el refugio donde se escondían.

Allí emprendieron una nueva vida. Emilio recuerda con cariño su vida en San Domingo, donde nacería su hermana dos años después. Ellos estudiaron en la escuela de Castañares. “La época más feliz de mi vida, en un pueblo todo era más fácil, casi no fuimos conscientes de que había una guerra”.

En la finca plantaron patatas y criaron vacas, tenían más de cien. “Mi padre puso nombre a todas, cada una se llamaba como una isla de Filipinas”. Los mejores recuerdos de su vida están allí, por eso, hace casi dos décadas, volvió para comprar un piso donde poder veranear. “Quería volver porque fueron años muy importantes para mí”. Recuerda las trastadas con los amigos, subirse a los cerezos y esa infancia lejos del horror de lo que había vivido con pocos meses. “Fue mi exilio, pero un exilio precioso; los vascos, nos llamaban”.

Cuando cumplió los 13 años mandaron a los dos hermanos a Bilbao a estudiar para peritos mercantiles con unos tíos. “Mis padres y mi hermana pequeña que había nacido unos años después se quedaron más tiempo en Santo Domingo, hasta que un tal coronel Azcarraga les expropió la finca”. De nuevo tuvieron que volver a empezar.

Pide más reconocimiento. “Va a llegar un día en el que ya no haya nadie que pueda agradecer que se pida perdón por las cosas que se hicieron”. Así él sigue recordando, y a través de él su familia, el horror del bombardeo y lo bien que se les acogió Santo Domingo, donde pudieron ser felices.

Subir