La Rioja

El arte de danzar la vida

Triz y Juan Fotógrafos

A todos se nos van los pies cuando suena una música. Con cada nota se despierta un movimiento interno, pero, ¿qué sentimos? ¿Qué movimientos tenemos ante todo lo que nos pasa en la vida? Cuando el cuerpo se queja es por algo, -y mira que se queja-, pero estamos tan disociados que ni siquiera vemos los avisos, es más, los posponemos sin darnos cuenta de que él es nuestro gran aliado, el que nos ‘chiva’ en qué lugares nos encontramos bien y en cuáles nos convertimos en un pequeño bonsái. Por ello, “hay que aprender a danzar la vida”.

Ana Ezquerro es facilitadora de biodanza con tres vocaciones en una: la comunicación, el desarrollo humano, y la educación. Fruto de su deseo de descubrir el sentido de la vida, esta periodista decidió dar un giro formándose durante cuatro años en la biodanza, una disciplina que abarca estudios de Biología, Antopología, Neurociencia, Psicología… Y lo hizo con el objetivo de mejorar la vida de las personas, ayudándolas a superar miedos y favoreciendo la expresión de sus potenciales.

Pero no lo hace a través de una coreografía, sino integrando movimientos plenos de sentido a través de una música estudiada, orgánica, una que sigue el ritmo del corazón y ayuda a expresarse. “Puede ser jazz, danzas de percusión, bosanova, clásica… La música es importante, pero lo fundamental es que la biodanza se practique en grupo, ya que el encuentro con las otras personas es el que nos hace tener noticias sobre nosotros mismos”. Y es que realmente nos damos cuenta de quiénes somos cuando nos relacionamos con las demás personas.

Ezquerro señala que nuestro cuerpo está diseñado para vivir, para dirigirnos hacia lo mejor, encontrar soluciones y caminos, sin embargo, “cuando estamos en un medio tóxico perdemos esta realidad, y en biodanza estimulamos constantemente distintas situaciones y movimientos para entender y sentir qué quiero y dónde quiero estar. El cuerpo sabe muchas más cosas antes de que tu razón las piense”.

La metodología que se aplica en estas clases de biodanza es vivencial. Se trata de vivir ese momento concreto con la música y el movimiento que la facilitadora -en este caso Ana- proponga en cada situación. “Y de repente dices, ‘mira qué bien me hace sentir o qué necesidad tenía de abrir mis brazos'”. Porque según varios estudios, la biodanza estimula las hormonas de la felicidad, como la oxitocina, que generan bienestar. Lo hace a través de la música, el grupo, la danza, el contacto, la mirada, y la conexión. “Esta actividad tiene la capacidad de sincronizar los corazones, favoreciendo la felicidad y empatía”.

Sin ir más lejos, la postura corporal influye muchísimo en nuestro estado de ánimo. “Si tú caminas mirando hacia el suelo con los hombros encogidos tu cerebro lee que algo no está bien, y las emociones comienzan a volverse negativas. Sin embargo, si tú levantas tu cabeza, miras al frente, echas los hombros hacia atrás y abres tu pecho, tú cerebro entenderá que las cosas van bien, y las emociones se tornarán positivas. El cuerpo y la emoción están unidos”.

Entre los beneficios de practicar la biodanza está demostrado científicamente que aumenta el umbral del dolor, disminuye el nivel de estrés y las tensiones musculares, aumenta la motivación y el coraje para liderar tu vida, te aporta fluidez a la hora de desenvolverte en diferentes situaciones y enseña a dar una coherencia entre lo que se piensa, siente y se hace. “Las relaciones mejoran sustancialmente”.

Ana destaca que vamos tan deprisa que no nos paramos a pensar si lo que hacemos es lo que deseamos. “Hacemos todo lo que se supone que hay que hacer: estudiar, trabajar, y de repente hay un día que decimos ‘¿por qué no estoy feliz?, ¿qué ocurre?, ¿qué vida estoy viviendo?, ¿la que yo quiero? ¿me he escuchado?, ¿he escuchado qué me provocan ciertas relaciones o ciertos movimientos que hago en la vida?’. Por eso es fundamental auto conocerse, conocer el cuerpo y saber que es algo tan fácil como eso. No es nada complejo ni mágico”.

Triz y Juan Fotógrafos

Y lo mejor, los grupos de biodanza cuentan con una gran riqueza humana, ya que están formados por personas de cualquier edad, rango o género, donde no es importante saber bailar, de lo que se trata es de rescatar nuestro ritmo, saber encajar en la vida y con los demás. Lo que diferencia a esta disciplinas de otras es que incorpora el vínculo con las demás personas, “tan importante para estos tiempos en los que ha aumentado la soledad y el aislamiento. Nos permite reencontrar la alegría y el placer de vivir”.

La comprensión y empatía es parte del secreto de Ana Ezquerro, que a través de su estudio Biodanzalia ofrece varias opciones de clases: presenciales en Logroño con horarios de mañana y tarde; clases online “por si no te puedes desplazar”; y talleres y retiros para profundizar en temas de interés. Las clases son una vez a la semana durante dos horas, “y tienes la flexibilidad de combinar los distintos horarios si trabajas a turnos o alguna semana no puedes ir a tu horario habitual”. Al inicio de cada sesión, la persona facilitadora realiza una introducción verbal sobre temas de interés del grupo que, junto con la expresión de lo sentido en la clase anterior, serán el hilo conductor de las vivencias corporales que se propondrán a continuación.

Con 50 años de recorrido, la biodanza trata de ser un espacio seguro y enriquecedor para descubrir quiénes somos, desarrollar una mayor empatía y comprensión hacia nosotros mismos y hacia los demás y cultivar relaciones más auténticas y significativas. Todo un lujo al alcance de nuestras manos, o mejor dicho, de nuestro cuerpo.

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