Tinta y tinto

Tinta y tinto: ‘Hasta que puedas entrar a un bar y pedir tranquilamente’

No podemos estar en casa. Uno ya no sabe si ha sido la pandemia, el cambio generacional o qué, pero lo cierto es que llega el fin de semana y es un no parar. Todos los viernes parecen la “operación salida” de Semana Santa con la llegada del buen tiempo y nos queman las ansias por descubrir. Lo mismo da un pueblo perdido entre montañas que una ciudad cercana o el último menú del restaurante de moda. Ya es imposible salir a comer sin reserva y las calles “de bares” lucen siempre imaginarios carteles de “completo”.

En los hoteles y los apartamentos turísticos, al menos en Logroño, no hay habitaciones para un sábado casi ni de casualidad. De hecho, basta darse una vuelta por Booking con los meses de mayo y junio en el calendario para darse cuenta: “Un 98 por ciento de los alojamientos ya no están disponibles en nuestra web para esas fechas”. Y los precios rondan los 250 euros para una noche.

La edad de oro para el turismo, sí, pero también el momento perfecto para reflexionar sobre qué tipo de ciudades queremos. El asunto es recurrente, sobre todo tras la Semana Santa y las aglomeraciones vistas en Málaga y Sevilla (ya vendrá el verano con las playas abarrotadas y el puente de diciembre con sus atascos madrileños). ¿Hasta dónde podemos estirar este chicle? Lo resumía bien una profesional del sector hace unos días cuando hablábamos sobre este tema. “Hasta que puedas entrar a un bar y pedir tranquilamente. Ahí está el límite”. Touché.

Compro la idea. El equilibrio perfecto entre el disfrute de los locales, los turistas, los trabajadores y los empresarios, aunque estos últimos siempre quieran hacer más y más caja. Morir de éxito es un horizonte cercano para muchos lugares como Logroño (la ciudad más feliz de España), donde el buen comer y el buen beber atraen a centenares de personas cada fin de semana. Con sus cosas buenas (desarrollo económico) y sus cosas malas (masificación, convivencia y falta de vivienda para residentes). Por ello, la reflexión debe ir encaminada a encontrar ese término medio en el que todos nos encontremos cómodos, sirviendo también este para que ningún lugar pierda su verdadera esencia.

Ahora que el sol primaveral nos alterará (un poco más) la sangre y las despedidas de soltero serán un continuo ridículo en nuestras calles, debemos pensar si realmente estamos caminando hacia donde queremos llevar nuestros pueblos y nuestras ciudades. Aún estamos a tiempo de evitar un problema mayor que empeore nuestra calidad de vida (tanto en nuestro día a día como en nuestros viajes), salvo que realmente queramos apostar por convertir ‘los centros’ en eternos parques de atracciones a los que sólo acudir para el ocio. Al menos, así, podríamos poner accesos controlados y cobrar entrada.

Subir