CARTA AL DIRECTOR

‘Siempre estarán en mi corazón y ellas lo saben’

Nunca agradeceré bastante el trato recibido de enfermeras, personal sanitario en general, doctores, cirujanos y todos aquellos que habiéndome encontrado en su camino me han tratado con humanidad y sensibilidad. Todo ello a raíz de un gravísimo incidente de salud que a punto estuvo de costarme la vida. Ni plantas, ni bombones, ni relatos con agradecimientos y dedicatorias me parecen suficientes para expresarles todo lo que siento por los cuidados recibidos y especialmente el afecto. El afecto es tan importante como los cuidados médicos profesionales. Sin él no hubiera tenido tanto entusiasmo, tantas ganas de recuperarme y salir adelante.

No creo que moleste a las enfermeras, personal sanitario y médico de la segunda planta del hospital de Calahorra que también les agradezca desde aquí sus cuidados y afecto. Tampoco a Marta, que lleva cuidando de mi herida día tras día desde hace semanas. Ni a las enfermeras del mundo rural donde vivo que me han atendido con humanidad, sensibilidad y afecto.

Cuando uno llega a depender para casi todo o para todo de otras personas a las que no conoces personalmente, que no son familiares, ni amigos, solo profesionales que hacen su trabajo, te haces consciente de lo frágil que es la naturaleza humana y de lo muchísimo que dependemos de los demás para sobrevivir, incluso simplemente para sentir deseos de continuar vivos. Cuando sus respuestas a mis constantes gracias eran simplemente que hacían su trabajo, uno no puede por menos de pensar, como digo en el relato que escribí al efecto, que hay cosas que no se pueden hacer solo por dinero.

Recuerdo una canción que escuché hace muchos años, tal vez de niño, que decía que no hay en el mundo dinero para comprar los quereres del cariño verdadero. Ni aún en el supuesto de haber sido millonario y recompensado a aquellas bellas personas con millones de euros, habría podido pagarles su trato humano y afectuoso. Esto me lleva a pensar que, en esta sociedad capitalista, muchas veces de un capitalismo salvaje y sin escrúpulos, no debería dejarse en manos que buscan ganar dinero, legalmente, porque no en vano vivimos en el capitalismo, cuestiones tan vitales como la sanidad u otros temas de los que dependen la vida y la dignidad de las personas.

No me parece posible que se pueda ganar dinero a espuertas en temas tan delicados como la sanidad. Ni los gobiernos deberían poner en manos privadas cuestiones que son tan fundamentales para la vida y la dignidad de las personas. Eso no implica cerrar los ojos ante realidades tan objetivas e indiscutibles como las listas de espera u otros fallos tan claros como terribles en estas cuestiones públicas.

Pienso que una sociedad que no se preocupa de los más desfavorecidos, de los más marginados, de las personas indefensas que no pueden valerse por sí mismas no puede calificarse de humana o democrática, es simplemente una selva donde los depredadores se comen a los demás que no pueden defenderse.

Cuando me llegan noticias como las del dinero que algunos han ganado trapicheando con las mascarillas y escucho defensas tan peregrinas como que es legal, que los conseguidores están en su derecho de llevarse millones de euros simplemente por conocer a este o a aquel, por tener determinados contactos, por saber cómo desenvolverse en determinadas cloacas o por tener un morro que se lo pisan, pienso que algo así solo es posible en el capitalismo mas salvaje. Porque justo, desde luego que no lo es.

Esta sociedad ha perdido la ética más elemental, si es que alguna vez la tuvo. Carece de los valores más básicos. Quienes defienden los privilegios de clase o el derecho fundamental de ganar dinero de cualquier forma carecen de la más mínima capacidad de empatía. Espero que nunca, nunca se vean como me vi yo, dependiendo para todo de los demás, sabiendo que iba a morir si no encontraba buenas personas y ahora dando gracias por haberlas encontrado.

Solo una absoluta falta de empatía puede hacer que determinadas personas o grupos sociales o políticos populacheros digan lo que están diciendo. Uno se pregunta qué pueden ver los más desfavorecidos en determinados políticos populistas que no se preocupan para nada de los más desfavorecidos y marginados y que nunca lo harán. No sé qué pensar al respecto, tal vez que se trate de una enrevesada forma de suicidio colectivo. Si tuvieran un botón para hacer saltar el planeta por los aires, pienso que lo harían. Como no lo tienen aclaman a quienes saben les conducirán al abismo mientras aquellos se divierten en sus fiestas y francachelas.

Señor director: estoy convencido de que lo único que podrá salvar a esta humanidad doliente del abismo son las buenas personas que en cualquier lugar y situación te ayudan, te dan afecto, te respetan, te tratan con humanidad y no simplemente porque sea su trabajo, como dicen ellas, sino porque son buenas personas y las buenas personas actúan así. Por eso nunca me cansaré de agradecer el trato humano y afectuoso recibido. Siempre estarán en mi corazón y ellas lo saben.

Ahora que me encuentro en una residencia de ancianos, recuperándome de graves daños físicos y psíquicos, también intento poner mi granito de arena con ancianos que sufren graves deterioros en todos los planos. A veces solo con una sonrisa, con una mano en el hombro de quien está en una silla de ruedas, es suficiente para llevar un poco de consuelo a sus corazones. Y todo ello sin dejar de pensar en lo mucho que debería cambiar esta sociedad y las personas que la componen si deseamos salir del infierno en el que ya vivimos todos.

Muchas gracias.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

Subir